
Por Luciano Campos Garza
Shaun La Oveja, en su salto al largometraje, tiene un gran debut, con una aventura que rubrica a los estudios Aardman como genios en la animación, con un estilo propio y muy diferente a sus competidores norteamericanos.
El personaje del mamífero peludo es trasvasado, como se sabe, de la serie insuperable Wallace y Gromit. Shaun aparece, eventualmente, en algunos capítulos del perro y su amo, y también en su propio corto de aventura.
En esta ocasión, la acción se traslada a la granja donde vive con su familia ovejuna, en la campiña inglesa. El animalito está harto de la rutina que les impone el circunspecto, justo, sigiloso y disciplinado granjero, que todos los días lo somete, a él y a los suyos, a la misma rutina para trasquilarlos.
Mediante un ingenioso plan, los inquilinos de la granja deciden hacer que su dueño tome una ligera siesta. Pero el plan se sale de control y las ovejas deben vivir una emocionante aventura para regresar a la normalidad y recuperar al rústico ranchero.
Los directores Mark Burton y Richard Stark sustituyen en esta historia a Nick Park, el gran maestro de la animación encargado de las producciones anteriores de Aardman, que ha demostrado que se pueden crear joyas con la casi desechada y olvidada técnica del stop motion, con figuras de barro y plastilina.
La cinta es un compendio de humor gráfico que el estudio ha desplegado a lo largo de más de 20 años, presentando novedades en la confección de historias fantásticas, con tramas extremadamente inteligentes, pero con un humor fácilmente accesible a los niños, una deficiencia que muestran muchas producciones del género, que se concentran más en complacer al público adulto.
Como un milagro de la animación, los personajes no hablan. Gruñen, pero la gesticulación es universal. La cinta pasa como una especie de cine mudo, que tiene el reto complicadísimo de describir todo con las solas intenciones y las acciones. Los animales ladran o balan, pero los humanos únicamente murmuran expresiones incomprensibles. Pese a ello, todo queda perfectamente explicado.
Los detalles abundan a lo largo del cuento. El gallo despierta al vecindario con bocina, las ovejas saltan frente al granjero para dormirlo, los animales se disfrazan y andan por el mundo con aspecto humanoide. La magia es perfecta.
Dirigida a un público infantil, pero disfrutable para los grandes, la cinta conduce las peripecias de las criaturas afelpadas a la gran ciudad, donde deben sortear numerosos obstáculos, principalmente ante el atractivo antagonista que se parece a todos los tipos malos de la fábrica de Aardman.
El adorable villano, egocéntrico y presuntuoso, es el encargado de la perrera municipal, que tiene como objetivo en la vida, atrapar canes y echarlos en la jaula para atormentarlos con desprecio. El tipo ya le echó el ojo a las ovejas, y no descansará hasta atraparlas y confinarlas en las mazmorras.
Aunque el relato mantiene un orden, la aventura es alocada y siempre llena de velocidad. Abundan las persecuciones, condición recurrente en cintas infantiles, e indispensables en la filmografía de esta productora.
A diferencia de sus anteriores presentaciones con Wallace y Gromit, que se concentraban en rutinas suburbanas de la vida británica, esta vez, la historia se hace atrevida, al agregar elementos de la cultura popular, y de la actualidad, mientras los sufridos animales deambulan por la intimidante metrópoli. Los chicos son estrafalarios, transitan en patinetas, traen enquistados en las manos sus smartphones. El inocente pastor, aquejado de desmemoria, se convierte en una sensación por el accidental uso de la máquina trasquiladora.
Como cine mudo, Shaun La oveja es una gran victoria de la animación, con un personaje entrañable, que gustará a chicos y grandes, con una procesión de ideas sencillas, una historia que nunca se detiene y un estupendo uso del manejo cinematográfico para provocar risas.
Estados Unidos tiene a Pixar y Disney, como los amos de las películas generadas por computadora. Afortunadamente no son competencia para Aardman, que hace todo el trabajo a mano, de la manera artesanal, con resultados maravillosos.