
La magia de Disney alcanza cualquier objetivo. La fábrica del Ratón Miguelito es tan efectiva en su sus propuestas que puede hacer que dos ranas verdes, babosas y repulsivas, tengan química y puedan crear una genial historia de amor para chicos y grandes.
En La Princesa y el Sapo, los directores Ron Clemens y John Musker hacen una tierna parodia del tradicional cuento que supone que la graciosa dama besa al animalejo que se convierte en un apuesto caballero. En este caso el encanto funciona al revés y es ella la que se transforma en batracio luego de posar sus labios sobre los del ser saltarín, inspirador constante de historias fantásticas.
Afortunadamente, Disney nunca se ha quedado en meras puntadas y a la sorpresa inicial, que revierte la tradición, sigue una bella historia de amor y sacrificio con una chica de los barrios bajos de Nueva Orleans que sueña en triunfar tras una larga vida de esfuerzos.
Todo ocurre con la particularidad de que el entorno de la historia está plagada de gente negra y la protagonista es, por vez primera en la historia de Disney, una afroamericana (la variación actual hace suponer una evidente simpatía hacia el nuevo presidente norteamericano y aunque la productora ya se encargó de desmentir la especie, la duda queda).
Otra de las sorpresas es la presentación de una historia en 2D en una época de tridimensionalidad gráfica que parece no tener regreso en la evolución de los dibujos animados. Shrek, Cars, Monsters Inc. Todas tienen un formato que aproxima a la realidad las caricaturas como nunca antes, pero en La Princesa y el Sapo, el salto es hacia atrás, aunque sin que haya desdoro en los excelentes resultados.
La muchacha negra es una aguerrida emprendedora de la clase baja que por accidente se convierte en rana y junto con el sapo que es, en realidad un príncipe, debe atravesar numerosas aventuras hasta llegar a un sitio lleno de magia y misterio para recuperar su condición original.
En el camino se enfrentarán con desafíos y riesgos mortales que sortearán acompañados de fieles amigos que, como es la tradición en las excelentes historias de Disney, forman un gran elenco secundario.
Pareciera que la mejor época de Disney ha quedado atrás, luego de superproducciones como La Bella y La Bestia, Aladino y El Rey León. En su solitaria carrera sin competencia, requerían únicamente dibujos a mano para sobresalir.
Pero quienes comandan el mercado ahora son Pixar, Fox y Dream Works que mantienen una carrera incesante por alcanzar la perfección en los dibujos animados, inventando nuevas tecnologías para conseguirlo.
Pese a ello, los amigos de Mickey Mouse siguen dando la batalla con producciones como Los Increíbles, Wall-E y Ratatouille.
Este regreso a los orígenes con figuras en dos dimensiones, y carente, por completo de sofisticaciones tecnológicas en su oferta visual, es una muy buena manera de recordar que una buena película se basa, siempre, en una buena historia, como esta de la plebeya que, a base de esfuerzo y gracias a su gran corazón, accede al príncipe encantado, aunque lo haya conocido en forma de anfibio.