
¿Que puede salir mal en una comedia de acción estelarizada por tres pesos pesados como Ben Stiller, Matthew Broderick y Eddie Murphy?
Todo.
Robo en las Alturas es una decepcionante cinta dirigida por el habitualmente eficiente Brett Ratner sobre la venganza que un grupo de perros flacos planean contra un inversionista millonario que los ha desfalcado inescrupulosamente.
Es una especie de robo imposible en una historia hecha en la vieja escuela del thriller ligero, que alcanzó uno de sus puntos más elevados de excelencia en La Gran Estafa (Ocean’s 11), en su versión de Soderbergh, de la que este Robo en las Alturas es una variación.
De hecho, Ted Griffin está acreditado como guionista en las dos cintas.
Pero aquí no hay magia, más bien falta de compromiso histriónico de un grupo de excelentes actores que sucumben por el peso de una cinta que no puede despegar, pese a sus repetidos intentos por mostrar algo de interés y chistes físicos de Eddie Murphy.
La cinta se esfuerza de una manera desesperada por explotar el potencial de grandes comediantes posicionados fuera de sus lugares habituales. Ben Stiller sí hace muy bien el papel de payaso, pero su experiencia y alcances suponen que se involucraría en proyectos mucho más elevados.
Como el gerente de la torre departamental donde vive el millonario bribón, comanda el grupo de aprendices de pillastres que quieren dar el golpe de regreso. Pero su aparición es lastimera, dolorosa, imposibilitado de desarrollar su potencial.
En su regreso a la pantalla grande Eddie Murphy da muestras de su talento aún sub explotado desde que brillara en los 90 con montones de comedias y cintas de acción de grandes vuelos. Pero aunque suda en serio para sacar lo mejor de su repertorio, no consigue provocar ni una sola carcajada con los gags a los que lo somete la propuesta fílmica. Le faltó más tiempo en pantalla.
¿Quién invitó a Broderick? De ser un gran comediante, pasa a convertirse en esto, que lo hace retroceder muchos escalones en su trayectoria. Como pobre diablo desempleado, se ve desubicado manejando una pistola.
Alan Alda, el financiero mentiroso en cuestión, es la representación del ingenioso rico que ha hecho fortuna en el fraude, una tendencia que llevó a Estados Unidos al desastre financiero en la primera década del milenio.
El mayor pecado de Robo en las Alturas es su inexplicablemente tonta aventura. La anécdota no sólo hace que la pandilla provoque mucha tristeza y depresión por su condición de parias irremediables. Y aunque se sabe que obtendrán justicia al final, no existe un motivo que justifique el desaseo del libreto que atropella cualquier asomo de verosimilitud y cubre sus marcadas deficiencias con chascarrillos y muy escasa acción.
La película transcurre por entero en la preparación del gran golpe hasta resolverlo de una manera espectacular, pero con una estrategia no sólo absurda, sino carente de interés y de emoción.
Es incomprensible cómo se hizo una producción grande con un fundamento literario tan escaso.