Para disfrutar la comedia musical Mamma Mia! es indispensable ser fan de Abba y tolerar las historias cursis.
La cinta protagonizada por Meryl Streep es como un batido de chocolate con fresa, extremadamente acaramelado, que seguramente gozarán quienes ensoñaron en los 70 y 80 con las rolas de la banda sueca.
La historia, basada en el musical de Broadway sobre las canciones de Abba, es de enredos y sin complicaciones. Su fortaleza está en los números musicales y las interpretaciones de los protagonistas.
Se observa que durante la filmación se divirtieron como amigas en vacaciones y cantando en karaoke Streep, Christine Baransky y Julie Walters, acompañados de los tres galanes otoñales Pierce Brosnan, Colin Firth y el usualmente ceñudo Stellan Skarsgard, que aquí se suelta el escaso pelo.
La película quiere ser un canto al amor libre a la orilla del mar Mediterráneo, en una costa griega paradisíaca. Ahí, una chica se va a casar y para ello invita a la boda a tres novios que tuvo su madre cuando era joven. Cualquiera de ellos puede ser el padre que nunca conoció.
Entre números musicales clásicos de Abba, interpretados por los mismos actores, se va desarrollando la película. Cada uno demuestra aquí sus ocultas cualidades para el canto, pero no todos salen bien librados.
Aunque hay colorido, no hay ningún momento genuinamente emocionante. Cerca del pastelazo, la comedia transcurre con espectáculos musicales, pero los personajes no consiguen desarrollarse, ni avanzar en esta exótica aventura que exige complicidad y comprensión.
La historia con formato de comedia romántica antigua, muestra a cuatro vejestorios comportarse como chiquillos en lo que parece ser una reunión inolvidable.
En una época donde se hacen musicales grandes como Chicago y Los Productores, con historias genuinamente interesantes, combinadas con espectaculares interpretaciones y coreografías, la aventura de los veteranos y Abba desmerece por su falta de consistencia.
Afortunadamente, la directora de la película –que también lo es del musical– no pide que su producción sea tomada en serio. A lo más pretende, como se ve, que el público se divierta con esta sucesión de rutinas azucaradas y versiones alternativas de canciones ya conocidas.
El final disparatado impone orden en el caos de ese viaje extraordinario y recuerda que la vida y el amor se viven mejor cantando. Los problemas hay qué dejarlos del otro lado del mar.
Meryl Streep recuerda, aquí, que es excelente cantante, pero ya está en el último suspiro de su juventud y con papeles como este, que la muestran como una cincuentona adolescente, bien conservada, pero lista para pasar a otra etapa. Brosnan es decididamente pésimo para vocalizar.
Mamma Mia!, como producto del arte que pretende ser, está muy por debajo de Abba, uno de los grandes grupos pop, que ha sobrevivido por la calidez de sus letras y sus ritmos contagiosos.
El soundtrack es mejor que la película.