
Con nuevos personajes, más aventuras y un mensaje para niños, adolescentes y adultos, Toy Story 3 se consolida como un clásico de la animación, dentro de la línea de excelencia en la que estaban sus dos entregas previas, revolucionarias, imaginativas y extremadamente divertidas.
Pixar y Disney saben muy bien que la mejor forma de hacer efectivas sus películas es convirtiendo en humanos a sus juguetes y demás caracteres como las criaturas de Monsters Inc. o Buscando a Nemo. Y en sus temáticas, dirigidas para niños, pero con referencias constantes hacia los adultos, los guionistas son geniales.
Woody y Buzz son una de las parejas en comedia de acción más atractivas, por sus atuendos, estilos e intereses (uno es vaquero y el otro astronauta) pero, sobre todo, por su entrañable amistad que les lleva a estar siempre juntos. Son como las parejas clásicas del cine, como Jon Voight y Dustin Hoffmann en Cowboy de Medianoche: riñen y tienen desencuentros aunque saben que, en el fondo de su relación tirante, siempre hay un sólido cimiento de afecto que los hace inseparables y complementarios.
Esta vez, la pandilla recrea un mundo nuevo donde todos están juntos como una gran familia en la que cada uno es importante.
En esta ocasión los juguetes enfrentan un verdadero problema: Andy, su dueño, ha crecido, lo cuál implica, de hecho, el fin de la vida útil de todos. Los muñecos son hechos para que los pequeños se diviertan, pero el chico ya es un adolescente listo para ir a la universidad.
Hay pánico entre los amigos frente a un futuro incierto que comienza a revelarse a través de un accidente: todos son enviados, por error, a una guardería, donde enfrentarán un ejército de bebés destructivos. Pero además, encontrarán nuevos amigos y terribles enemigos.
El director Lee Unkrich, que había dirigido la segunda parte, mete a los muñecos en un parvulario que es como una prisión inexpugnable controlada por un soberbio personaje antagónico, increíblemente representado como un ser adorable que es, en el fondo, un resentido social, víctima de las circunstancias que lo hicieron amargado y vengativo.
Este genial villano luce porque tiene actitud, un enfoque muy particular de la vida y motivos para encauzar su estima lesionada. Su corazón está deshecho por una jugarreta del destino, aunque, definitivamente, encauza la energía lastimando a sus semejantes para que sean tan infelices como él lo ha sido.
Todo en esta tercera entrega está marcado por muy buenos chistes, tremendos diálogos y un a gran carga de escenas de acción que mantendrán imantados a los chiquillos a los asientos.
El desenlace es, como en toda buena película infantil, con velocidad y un clímax memorable. Unkrich estruja el corazón, exponiendo a los juguetes a un final inminente y terrible.
El epílogo es tierno hasta las lágrimas. Parece que los creativos de Pixar no agotarán nunca su capacidad para conmover, con historias que son humanas en el nivel emocional, pero táctiles en el nivel sensorial, con juguetes animados por computadora que se convierten en mágicos cacharros de entretenimiento tan reales que podrían ser tocados.
Con Up: Una Aventura de Altura hicieron una obra maestra que tiene resonancias en esta tercera parte de los muñecos maravillosos, que se juntan en una comuna compacta y que son leales entre sí incluso hasta en los momentos que corren peligro de muerte.
Ahora, con Toy Story 3, Pixar y Disney regalan a chicos y grandes otra vez la posibilidad, cada vez más lejana, de soñar despiertos con una historia encantadora de personajes computacionalmente generados que transpiran humanidad e irradian el calor de la amistad.
¿Qué hacen los juguetes cuando nadie los ve? La pregunta queda aquí bien contestada.
Aunque parece ser una trilogía cerrada, los juguetes quedan en buen resguardo, lo que podría anticipar que la fábrica para animarlos no está del todo clausurada.