Detrás de todo antihéroe hay un gran amor. “Robin Hood”, en su versión más extensa y humana, demuestra que los renegados también tienen un corazón de oro.
Con “Robin Hood”, el director inglés Ridley Scott vuelve a hacer mancuerna con Russell Crowe para aleccionar al mundo sobre quién fue el forajido de los bosques de Sherwood, que robaba a los ricos para ayudar a los pobres y quién era, realmente su enamorada.
Porque el muchacho que trasciende como bandido intrépido que seducía a las doncellas y ajusticiaba a los aristócratas, también tuvo una vida, y alguna vez fue un simple soldado al servicio de la corona inglesa en su lucha por evitar la invasión de Francia.
Scott se ofrece a aleccionar al mundo sobre quién es este jovenzuelo y cómo llegó a convertirse en leyenda. La pregunta es si el mundo está dispuesto a escuchar su historia, o si el mundo quiere enterarse de quién era Robin antes de ser un proscrito.
La decepcionante taquilla de esta mega producción evidencia que quizás el público no estaba deseoso de conocer la historia detrás del mito que es, evidentemente, la parte más aburrida de su vida, que parece haber comenzado cuando juntó a su pandilla de simpáticos bellacos al servicio de las causas más nobles, aún a costa de su vida.
El maestro Scott deja, por un momento, sus habilidades como relatador de historias para mostrar en una larga clase de política y geografía en el momento en el que se encontraba Inglaterra y los vientos de libertad que recorrían a Europa, y que contagiaron a Robin y a sus compañeros justicieros.
Pero se involucra tanto en los detalles y se refiere a tantos lugares a la vez que, por momentos, se pierde la noción de las ciudades y los países, y todo se vuelve un mapa confuso lleno de nombres que, para personas ajenas a la Gran Bretaña, no significan nada.
La película es el fiel retrato de una época atribulada de la humanidad, contada desde la perspectiva de un hombre que es obligado por las circunstancias a delinquir y a convertirse en un ser amado y perseguido por la ley.
En un principio, el arquero era sólo un pícaro y la gran aventura de su vida comienza con una ilegalidad que lo lleva, inesperadamente, a dirimir batallas a alturas insospechadas.
Crowe en otra de sus colaboraciones con Scott hace una variación de “El Gladiador”, pero ahora con arco y flecha. Es necesario apuntar que este Robin Hood no trae mallas, sólo pantalones de piel.
Desafortunadamente para el rol protagónico, hay numerosos personajes secundarios que se superponen, entre los que destaca William Hurt en una inusual participación como consejero del rey, que lo vuelve a ubicar como un genio de la interpretación.
Mark Strong ya se consolida como una presencia fuerte en los roles antagónicos, después de hacer el papel de doble agente en “Red de Mentiras” (junto a Crowe) y del siniestro Lord Blackwood en “Sherlock Holmes”.
Cate Blanchett participa aquí en su opera más desabrida de su brillante carrera. El papel de Lady Marion es tan opaco que no le da un sólo minuto de lucimiento, y termina naufragando en la nada, desvaneciéndose en una participación insustancial.
“Robin Hood” es una cinta larga que parece una improbable secuela de un show que se aproxima, en otra película que debería ser más espectacular que esta.
