
La convivencia doméstica que hay en El Casamiento de Raquel es un buen parámetro para que cada persona estime cómo se encuentra la relación con su propia familia.
Protagonizada por Anne Hathaway, la cinta es un drama extremo que presenta la anatomía de una familia disfuncional, constantemente en crisis, que debe sobrevivir a un largo fin de semana en el que la hermana mayor va a casarse.
Con finas actuaciones, es una invasión a la intimidad de este núcleo doméstico, con integrantes que están constantemente tensos, buscando superar sus culpas y rencores mediante la sublimación de toda su angustia a través de discusiones y altercados verbales subidos de tono.
Hathaway es una adulta joven que ha pasado los últimos diez años de su vida en programas de rehabilitación. Su vida es un verdadero desastre. Recibe permiso para acudir, durante un fin de semana, a la casa de sus padres y su hermana para la boda de esta, que será celebrada en la misma residencia.
Familiares y amigos acuden al casamiento interracial e interreligioso, que va preparándose en momentos divergentes: los invitados celebran la preparación del gran día; pero el círculo familiar está colapsado, por la irrupción de la hija.
Los personajes hablan y hablan, y muestra su rechazo a la chica. Ella busca ser conciliadora, pero su absoluta carencia de habilidades sociales la lleva a la confrontación. Lentamente comienza a revelarse el resentimiento del clan hacia ella.
El guión de Jenny Lumet es como un cuento corto, basado en un momento en la vida de una chica moralmente destruida. La descripción del personaje rompe con las convenciones: no es simpático. El drama es cruel con la mujer. No hay posibilidad de que se redima, aunque busque hacerlo mediante la inmolación fallida.
Lumet se mueve entre la frágil estabilidad de personas lastimadas, que apelan a todas sus fuerzas para perdonar. Pero no tiene compasión hacia la protagonista, irresponsable e irreflexiva.
El entorno de familia próspera, casa acogedora y jardín extenso en zona residencial, contrasta con el procedo degenerativo en el que entran todos, imposibilitados a encontrar una solución a su propia tragedia, en la que están atrapados, de la que no tienen salida y en la que están condenados a vivir por el resto de sus días.
El director Jonathan Demme hace, aquí, un trabajo atípico. Espectacular en sus producciones (la más reciente fue el fallido remake de El Embajador del Miedo), hace un filme de hechura independiente, de bajísimo presupuesto, con la cámara al hombro, siempre constante movimiento.
La cámara nerviosa es tan inestable como las relaciones de quienes retrata. Intrusiva, entra a todos los rincones de la casa y es tan fastidiosa que hasta los propios actores sienten su propia presencia pegándoseles en la cara, al punto que en los momentos más álgidos de las discusiones le gritan al espectador.
El Casamiento de Raquel es cine para admiración, no para gozo. Revela, en una soberbia mezcla de dirección guión y actuaciones, un drama que se parece a todos, pero que –también como todos– tiene sus propias singularidades que lo hacen único e irrepetible.
Es una cinta soberbia.