
2012 es una cinta fácil de odiar, pero también de admirar. La nueva propuesta cataclísmica del director Roland Emmerich, convertida en la madre de todas las cintas catastróficas, es una sinfonía de edificios colapsados, explosiones y una temeraria sobre exposición de efectos especiales que pueden provocar en el público una mezcla de aburrimiento y asombro.
Nunca, como hora, una cinta tuvo tan alejados su producción y su libreto. El mismo Emmerich se encargó de supervisar la digitalización de absolutamente todas las escenas en las que son empleados trucos de computadora. Hizo, también, la historia de la película, con una trama tan delgadita y raquítica, que parece inexistente.
Es esta quizá, la mayor exhibición de la tecnología CGI (imágenes generadas por computadora) en toda la historia de la pantalla grande. Emmerich alcanzó alturas a las que nunca nadie ha llegado en el cine. Pero si los productores hubieran invertido un poco más de ingenio en el guión, habrían hecho una cinta de época.
2012 es una cinta espectacular, pero espectacularmente tonta.
La microscópica historia sigue a John Cusack, un escritor venido a menos, que tiene que salvar a su familia de la destrucción del mundo. De eso trata toda la cinta. El heroico padre de familia pasa por una serie de situaciones realmente intrascendentes, que sirven como pretexto para mostrar lo que verdaderamente importa, el más grande de todos los shows: la misma destrucción del planeta.
¿Pero cuál es la razón por la que el mundo se hace añicos? Bueno, la respuesta es sencilla: una profecía maya predijo que el planeta se va a acabar en el año señalado en el título, porque cada cierta decena de miles de años, la corteza terrestre cambia de lugar, como si movieran el tapete donde están asentados los continentes.
Emmerich ofrece un escenario único e inédito y el espectador es el testigo ubicado en el mejor asiento para observar con una insuperable calidad en los detalles, cómo el mar arrasa con California, la Casa Blanca, las montañas del Tíbet y toda la civilización como se conoce ahora.
Sin embargo, aunque parezca imposible, entre toda la destrucción hay una esperanza. Emmerich ideó una serie de ¡arcas de Noé modernas!, que deben de alcanzar Cusack y sus amigos en una larga travesía en la que no sólo deberán encontrarlas, sino acceder a ellas mediante el ingenio de todos ellos unidos, representando a la humanidad misma trabajando en equipo.
Dentro de toda la zozobra hay lugar para el patrioterismo, con pseudo políticos piadosos, que se mueven entre pseudo científicos que emplean pseudo métodos para predecir el desastre. (Emmerich, tan cursi como siempre. Hizo también, en el Día de la Independencia, que el mismísimo presidente de Estados Unidos se subiera al avión y combatiera hasta aniquilar a los aliens invasores). En la hora final, hay lugar para el sacrificio y para la bondad, siempre en nombre del pueblo norteamericano.
Danny Glover es el presidente norteamericano más falso de la historia. Tal vez estaba poco inspirado, o no supo que su actuación tenía qué ser dramática, pero su discurso final de aliento y sus acciones posteriores a la catástrofe, parecen más encajadas en una comedia de Wes Anderson. Todo el tiempo parece que el siempre circunspecto Glover está a punto de soltar la carcajada por su rol inverosímil.
Pero uno no debe horrorizarse ante una obra majestuosa de escasas ideas. Es Emmerich y, por lo tanto, no hay truco. El reconoce públicamente que sus películas son dirigidas únicamente para el entretenimiento. Honestidad o cinismo, las propuestas que lanza al mercado son de gran presupuesto y muchas emociones, pero huecas y perecederas.
El mismo director debió haberse incluido dentro del casting, pues es su idea de la destrucción del orbe lo único que destaca entre actuaciones que no son ni siquiera pobres, porque simplemente quedan sepultadas bajo los escombros de los rascacielos y las montañas que eructan lava y muerte.
Pobres cintas de destrucción que precedieron a estas. Terremoto, Aeropuerto, La Aventura del Poseidón, Huracán, Infierno en la Torre. Hicieron un enorme esfuerzo sin apoyos digitales y fueron opacadas, con esta exhibición.
De cualquier manera, los fans de las cintas catastróficas no deben preocuparse. 2012 no será un clásico y perecerá pronto en el submundo del video.