
Párpados Azules muestra las imperfecciones del comportamiento humano en una historia que habla, también, sobre las imperfecciones de la vida.
La cinta dirigida por el debutante Ernesto Contreras es inusual. Oscila entre el drama y la comedia, sin definirse por ninguno de estos géneros. No hay tragedias espectaculares ni escenas para las grandes carcajadas. Todo aquí es calmo y espaciado.
La producción es pequeña, pero el guión es grandioso. Con pequeños trazos, el escritor Carlos Contreras echa un vistazo íntimo en la vida de dos seres solitarios que buscan complementarse y embonar.
Cecilia Suárez y Enrique Arreola hacen un trabajo histriónico superior. Ella se somete a lo que es, por vez primera en su larga trayectoria, su gran prueba de fuego con el personaje de Marina, una solterona sigilosa, aislada, de baja autoestima.
Marina, sobre quien recae el peso de la acción, no espera nada de la vida. Su trajín cotidiano es rutinario y anónimo, hasta que un golpe de suerte hace que cambie su destino.
El es Víctor, un hombre joven empleado de oficina, de bajo perfil, introspectivo. Para enfatizar lo que parece ser su miseria existencial, la historia lo exhibe cruelmente en su vicio solitario, ensoñando con una compañera de trabajo.
No cuentan con ninguno de los gad-gets de comunicación de los que abundan ahora. No portan teléfono celular ni se observa que utilicen el Internet para comunicarse con nadie. Son dos personas en islas en medio de la gran ciudad.
Se encuentran por una casualidad increíble. Ella gana en una rifa un viaje a la playa. Ante la falta de acompañante, decide convocar a él, a quien apenas acaba de reencontrar, luego de no haberlo visto desde la secundaria.
Los dos buscan coincidencias, pero sus escasas habilidades sociales dificultan su interacción. Tienen un crónico problema de comunicación. Son tímidos, sin temas conversación y hasta aburridos. Pero evidentemente se atraen y quieren estar juntos. Es doloroso el esfuerzo que muestran por hacer que funcione su relación carente de imanes.
A lo largo de una serie de citas, que parecen, más bien desencuentros, comienzan a acercarse espiritualmente. Y aunque buscan hablarse, es en los silencios donde se encuentran.
Marina y Víctor consuman su relación mediante un gran beso, de esos que serán recordados por décadas. Aunque es su primer trabajo, el realizador muestra un buen sentido en la dirección cinematográfica, como si tuviera mucho tiempo en el negocio. El relato se desarrolla en largos planos que muestran una lánguida evolución de esa extraña relación que parece ser un romance.
Pero es en esa apacible presentación de personas abrumadas por la soledad, tan pasmosas como el movimiento de la cámara, donde se encuentra la belleza de la película.
Para darle vigor al drama, aparece el siempre interesante actor Juan Ríos, en un papel pequeño, pero definitorio.
Párpados Azules es una gran película que revela el mundo interior de dos personas que se esfuerzan por coincidir y aceptarse, aunque no tengan nada en común.