
La saga de Crepúsculo puede seguir hasta al infinito. El resultado inmediato es el agotamiento de una temática conocida que, en esta tercera parte llamada Eclipse, encuentra en sus asientos a sus numerosas legiones de fans que, pese a su fidelidad, necesitan que la historia avance.
La nueva presentación de la inagotable temática de vampiros tiene una variación minúscula y prácticamente imperceptible, que hacen que toda la historia parezca congelada en el tiempo.
Eclipse es, en su esencia, un fulminante para que estallen las hormonas de los adolescentes, principalmente aquellos que van saliendo de secundaria y están ingresando a la preparatoria. Como anécdota es impropia para menores e increíble para mayores, así que se enfoca en esa edad en la que los chicos comienzan a explorar la vertiente erótica.
Pero no es más que eso. La historia cumple solamente con una ensoñación juvenil: la atractiva chica virginal es el objeto del deseo de dos muchachos apuestos que pudieran tener a cualquiera, pero que se empeñan en conquistar a esta que es una elegida entre los vampiros.
Todo se va en la riña de los chavos provocándose, ciertamente como dos adolescentes, en un cortejo de apareamiento bastante animal e instintivo que no llega a ninguna parte.
Los actores están soporíferos: Robert Pattinson, en su actitud de James Dean reencarnado, como un melancólico desilusionado del mundo; Taylor Lautner luce una musculatura fabricada con esteroides, pese a que lo nieguen sus tutores; y Kerstin Stwart parece que no tiene reacciones y padece parálisis facial.
En Eclipse el vampiro decide hacerle una propuesta formal a la chica, lo que implica obligarla a que se convierta en una de su clase. Extraña relación: ella se calcina en el deseo y él decide postergar la unión hasta consumar el matrimonio, un acuerdo extraño para una sociedad como la americana, para una cofradía de vampiros homicidas que, como se ve, no están regidos por los mismos preceptos morales que los humanos.
La abstinencia se mezcla con la agravante de la posible infidelidad. Ella está enganchada con el chupasangre, pero se siente más atraída por el licántropo, tiene más química por él y hasta llega a tener apasionados intercambios afectivos ante la paciencia del enamorado, que parece indiferente.
Los vampiros de Eclipse son tan estilizados como maniquís. Fashion al extremo, impecablemente arreglados y siempre guapos, son como un grupo de glam rock. Casualmente todos los elegidos son esbeltos, esculturales y trágicamente inmortales.
Los lobos, a su vez, son nativoamericanos de cepa. Morenos, pieles roja, rudos, burdos, descamisados y bosquimanos, son ejemplares de belleza bruta y natural, orgullosamente alejados de los atavismos de la moda.
Entre algunas peleas espectaculares, entre lobos, vampiros buenos y una pandilla de quirópteros malvados, efectos digitales medianos y un subtexto de juventud refrenada y a punto de estallar en el frenesí carnal de la adolescencia, Eclipse va encontrando su propio camino entre las sagas cinematográficas para encontrar un público adolescente que ve ahí convertidos sus anhelos secretos.
Su valor cinematográfico es muy reducido. La moda pasará y de la serie pronto quedará el recuerdo poco duradero.