Con 10.000 A.C. se muestra un ejemplo claro de cómo una producción puede estar completamente basada en efectos especiales. Las actuaciones y el guión pueden quedar subordinados para directores como Roland Emerich, que ha obtenido reconocimiento de la industria cinematográfica por el uso de adelantos tecnológicos en postproducción para cintas como El Día de la Independencia, Godzilla y El Día Después de Mañana.
La nueva película del realizador alemán es una épica de cavernícolas, con un argumento extremadamente sencillo y una evidente pobreza histriónica de parte de sus protagonistas. Podría pasar como una ópera rock de la prehistoria dirigida a niños y adolescentes que, seguramente, son el público que más la
disfrutará.
La película sigue a un cazador de mamuts, que debe de emprender una larga travesía para rescatar a su chica que ha sido secuestrada, junto con otros miembros de su tribu, por despiadados reclutadores de esclavos. La muchacha tiene que regresar salva para cumplir una antigua profecía.
La jornada del héroe prehistórico está marcada por aventuras de nula creatividad, entre ataques de feroces animales anacrónicamente vivos que, por gracia de la fantasía, convivieron con los humanos.
Estos no son trogloditas ordinarios. Son modernos, como jamaiquinos en Nueva York, con un sistema de comunicación verbal demasiado bien estructurado –andan por Africa, pero se comunican en inglés– y tienen tiempo para la dulzura y la cursilería en sus diálogos.
El viaje lleva al héroe hasta un lugar donde se observa la mejor parte de la cinta. Por la magia de la digitalización, hay una espectacular perspectiva de la construcción, en pleno apogeo, de las pirámides de Egipto y la esfinge de Ghiza.
Emerich y sus genios imaginaron cómo fue la edificación del monumento funerario a Keops, uno de los grandes misterios de la humanidad y capturaron el momento con majestuoso realismo.
Aunque el momento histórico en el que ocurrió este episodio es improbable, la escena es, técnicamente, una hazaña.
Hay una batalla multitudinaria en el desenlace, y el momento final es detestable, pero muy a tono con toda la cinta.
Todo en 10.000 A.C. es un festín para los historiadores, que se han deleitado desmembrando la historia por los gazapos temporales y las imprecisiones de la realidad. En esa época no existían las ciudades como se conocen, ni los sistemas lingüísticos estaban tan
desarrollados.
Los hombres no convivieron con el mamut y mucho menos con un diente de sable al que, incluso, para colmo del libertinaje artístico, consiguen domesticar.
Emerich no se inmuta ante el canibalismo de los críticos y expertos en prehistoria, como lo ha declarado en entrevistas recientes. Su misión es entretener, con películas que no son clases de historia, sino vehículos de entretenimiento.
Sin embargo, en esta ocasión, es difícil otorgarle indulgencias porque la película no es tan divertida como otras de su factura.
Si de títulos numéricos se trata, 300 es
infinitamente mejor.
Hay qué esperarla, mejor, en video.
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