
Por Luciano Campos Garza
En El Lobo de Wall Street todo es disipación.
La ruidosa adaptación de Martin Scorsese del libro autobiográfico de Jordan Belfort es como un gran Harlem Shake, lleno de depravación y excesos, en el centro de las finanzas internacionales.
Hay en esta comedia mucho de Fellini, con pasajes tan grotescos y de pesadilla que parecen irreales. Pero, gracias a la magia del legendario director neoyorquino, uno puede entender que todo esto ocurrió a la vista del mundo.
La película ubicada a finales de los años 80, es una cínica mirada al mundo de los corredores de Bolsa en Nueva York donde lo que importa es mantenerse activo con la cocaína y encontrar tontos para despojarlos de su dinero con métodos pseudolegales.
El encargado de comandar todo este gran montaje fársico de tres horas es el excelso Leonardo DiCaprio, que encontró aquí una manera profesional de divertirse en grande, pues se percibe que se integró a la perfección en la enorme francachela que vivió el personaje que interpreta, y que incendió Wall Street con su audaz y desvergonzado sistema de desfalcar inversionistas a través de toda una serie de urdidumbres que terminaron por asfixiarlo.
El mismo mecanismo exitoso que encumbró al timador, terminó por engullirlo y llevarlo a la perdición.
El personaje de DiCaprio es como un Calígula de las finanzas. El tipo de poca monta encuentra una oportunidad de oro y de la nada comienza a amasar una enorme fortuna hasta generar un imperio ridículamente ostentoso, lleno de excesos y derroche. Vive en la molicie, entregado a los placeres y dedicado a generar dinero a montones.
Su perfil de antihéroe lo hace simpático y detestable, pero irresistible. Es un tipo deshonesto con su entorno, pero sincero al interior. Sabe que lo que hace provoca daños, pero está determinado a seguir adelante, porque se ajusta a su beneficio.
Scorsese hace un relato típico de ascenso y caída, como lo hizo anteriormente en El Toro Salvaje, Buenos Muchachos y Casino. El cineasta encuentra un placer mórbido al exhibir a sus personajes en sus rituales escandalosos de triunfo, para después exponerlos públicamente al escarnio y que paguen con descrédito el pedazo de felicidad que robaron ilegítimamente a la vida.
La narración en off es vertiginosa y dinámica, como el mismo magnate de pacotilla, que únicamente se detiene para entregarse a sus vicios y sus placeres.
Hay una gran escena que representa toda la película: DiCaprio entra en un estado semicomatoso por consumo excesivo de sicotrópicos y debe arrastrarse en solitario, por la banqueta y el pavimento. El, un tipo recubierto de oro, es presentado en su total dimensión humana como una lacra que no sabe controlar sus gustos prohibidos y termina reptando a cielo abierto y sin compañía.
El Lobo de Wall Street celebra la ficción realizada con maestría. Scorsese hace una comedia social amarga, obscena y aleccionadora con el empleo de un lenguaje cinematográfico que ha facturado y que lo presentan como uno de los mejores cineastas de la actualidad.
El relato es poderoso, como el viaje de anfetaminas que emprende todos los días Belfort para mantenerse afilado.
El escenario de los excesos es una nave corporativa sin cubículos, llena de escritorios y teléfonos, donde decenas de personas, hombres y mujeres, compran y venden acciones. DiCaprio, como el comandante y Dios de todos ellos, es un rey Midas de adolescente irresponsabilidad, que derrocha sin remordimientos.
Es inevitable cuestionar la verosimilitud de los hechos, al pensar cómo pudieron ocurrir esas orgías permanentes, en las que absolutamente todos los presentes están de acuerdo, fornicando en los escritorios, practicando felaciones públicas, bañándose en champán, aspirando alcaloides, mientras la empresa funciona a la perfección.
Después de haber bañado de sangre la pantalla con Pandillas de Nueva York y Los Infiltrados, Martin Scorsese sorprendió al mundo en el 2011 con La Invención de Hugo, un drama de corte infantil, que tuvo criticas favorables, pero no fue un hit.
Ahora, con esta cinta de los brokers neoyorquinos, vuelve otra vez en grande, y consolida a DiCaprio, en su quinto trabajo conjunto, como uno de los grandes.