
La codiciada belleza femenina se ha convertido en objetivo de los poderosos criminales que, como ha quedado revelado recientemente, buscan como parejas a damas hermosas que, con frecuencia, son actrices modelos o ganadoras de concursos de belleza.
Uno de los casos más sonados es el de Laura Zúñiga, una apocada chica morena de singular apostura, que obtuvo el título de Miss Sinaloa y que, recientemente, fue capturada, en una redada con capos, uno de los cuáles era su novio.
La desgracia de Zúñiga fue inspiración para Miss Bala, la cinta del mexicano Gerardo Naranjo que ha provocado ruido porque es presentada en pleno auge del fenómeno crimen al que ha ensombrecido la vida de todo México y que a diario sorprende con nuevas revelaciones sobre sus procedimientos y costumbres, cada vez más cruentos y alejados de la normalidad.
El título de la cinta se refiere, como juego de palabras, al concurso de belleza que se escenifica en Baja California, uno de los Estados donde floreció el narcotráfico en la década de los 80 y de donde emergieron los criminales de mayor renombre de esa época. Ahí, el certamen es conocido como Miss Baja.
La desconocida Stephanie Sigman estelariza la historia de esta dama joven que por azares del destino se ve involucrada en un operativo mafioso. Es una chica trabajadora, con aspiraciones quiméricas de modelaje. Es pariente de Justine, la de los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, que se niega a convivir con truhanes, pero termina absorbida por la fuerza arrolladora de la maldad y la seducción de los premios que ésta otorga.
Naranjo y Mauricio Katz escriben una historia donde lo verdaderamente trascendente son las revelaciones y los giros del destino, más que los tropiezos de la chamaca.
Bien documentada, la trama que se percibe extraída de numerosas lecturas de usos y costumbres de los traficantes de droga, se interesa en el submundo de la vida nocturna del noroeste mexicano, donde se cruzan los caminos de la droga, la disipación y el crimen en una atmósfera espesa, apta únicamente para delincuentes.
Ahí va por azar la protagonista que es llevada por la vida como una cáscara de nuez en el océano, dando tumbos sin poder de elección. Los acontecimientos le cierran casi todas las puertas de escape. Casi, porque cuando una se abre, ella decide cerrarla para sellar su sino insospechado que no se sabe si es mejor o peor, aunque sí mucho más emocionante que su opaca existencia.
La chamaca de pueblo sobrevive a una balacera, y se involucra con un poderoso capo, que la cobija y la impulsa para que prospere en sus aspiraciones y lo hace de una manera tan vulgar que parece muy real. El nuevo giro de su vida, el anhelado ascenso, lejos de proyectarla a un estado mejor, la sumerge en una dinámica de infelicidad, insatisfacción y finalmente de depresión crónica.
El éxito fácil, dicen Naranjo y Katz, no ofrece réditos.
Sigman, en su lanzamiento estelar, sorprende con una tremenda actuación que la mueve a escalar complicados rangos emocionales. Inicia como una apacible provinciana que ayuda en el negocio, familiar, entra en el tobogán de la violencia de la que es espectadora privilegiada, asciende en una dolorosa exhibición de prepotencia de sus protectores y termina en un vértice de acontecimientos confusos que cumplen puntualmente el círculo de la destrucción.
La sonorense consigue relevar un gran temple histriónico al moverse todo el tiempo en aguas peligrosas, sin conseguir, nunca, entender todo lo que le ocurre y que le cambia la vida de manera definitiva.
En estos tiempos violentos, Miss Bala es una irónica representación de la belleza femenina asociada al crimen.