
Con La Piel que Habito, el director español Pedro Almodóvar alcanza un elevado punto de madurez creativa. Ya no es voluntariamente cómico y pretende encontrar puntos de seriedad donde los nervios están a punto de romperse. No deja de usar la pantalla como un gran lienzo donde cada encuadre es una perfecta imagen llena de luz y significado.
En esta anticipada producción protagonizada por Antonio Banderas, con el que vuelve a hacer equipo más de una década después, y Elena Anaya, una de sus regulares de las últimas producciones, Almodóvar oscurece su temática y se convierte en un folletinero truculento.
En esta que es su cinta 18 y la primera aproximación al género del terror, explora una parte oscura de la naturaleza humana a través de una historia que podría pasar como un cuento de ciencia ficción de los 50, con un alto contenido de ingenuidad, pero que, en manos del español se convierte, por decreto, en un ejercicio de estilo.
Chano Urueta había creado una historia similar en El Espejo de la Bruja, en 1962, un clásico del cine mexicano de terror en blanco y negro.
La atmósfera es cerrada y las escenas largas, un universo de absurdos. Con un magistral manejo de los tiempos, una habilidad que se confirma con los años, el realizador juega con el pasado y el presente para traer una historia en retrospectiva sobre los giros del destino que llevaron a un brillante facultativo interpretado por Banderas, a emprender una proeza médica sin contraste.
Después de pasar por dolorosas pérdidas, experimenta en el sótano de su casa con la creación de una piel sintética. Sin embargo, el milagro que debiera ser presentado al servicio de la humanidad, es el instrumento de una revancha insólita y grotesca.
El genio científico es puesto al servicio de la perversión. Con Almodóvar no podía ser de otra manera.
Por un lado está la historia de una mujer atrapada en un castillo, como en el antiguo cuento. Primero no quería estar en él, aunque posteriormente opta voluntariamente entregarse a su captor. Totalmente Estocolmo. Hay muchas similitudes en esta parte de la trama y ¡Átame!, una obra muy menor de principios de los 90 del mismo realizador.
Por otro lado, manejándose en un espacio paralelo, está el cuento de un chico afecto a la moda que un día tiene un fatal desliz que sentencia su destino.
El momento en que se juntan las dos historias es brutal y demuestra el magnífico poder de manipulación del director, que da pistas falsas y muchos elementos de distracción para dar la sorpresa.
Aunque la maestría es evidente, no es la mejor película de Almodóvar. Excelente escritor, desmontó la novela Tarántula de Thierry Jonquet, para convertirla en una fábula sobre el abuso del poder pero con toques bastante personales. No pudo eludir la tentación de convertir el drama en una larga telenovela, en la que se apelotonan montones de situaciones y reorientaciones que deben ser resueltos de un plumazo. Aunque la atmósfera es una emulación de la claustrofobia de Hitchock, el anecdotario va envuelto en un gran empaque truculento. El incidente que revela los antecedentes del médico rompe con la seriedad del relato y remite a películas de ambiente disparatado, con una disonancia completa a la atmósfera macabra de esta. Como en un culebrón de TV, aparece de la nada un pariente perdido, que toca la puerta vestido de tigre y catapulta la acción. El pasaje, creado por Almodóvar, es llamado obra maestra.
La Piel que Habito, es una cinta oscura y por momentos descabellada. La insanidad de los personajes es risible. Solo la pluma de Almodóvar pudo hacer que los desgraciados que desfilan en la pantalla se entremezclaran sentimentalmente después de haber pasado por terribles pruebas existenciales que los pusieron en los extremos de la vida, odiándose hasta el homicidio y luego amándose hasta la locura.
Es una obra menor del ibérico.