
Hollywood entregó este año su panfleto bélico a través de Zona de Miedo, el relato íntimo que hace la directora Kathryne Bigelow de las experiencias de un desactivador de bombas en Irak.
La reina de las películas de acción B mantiene con esta nueva cinta su línea de espectacularidad, balazos y explosiones, pero ahora con una mirada de simpatía hacia los guerreros norteamericanos que viven y mueren en Medio Oriente en el nombre de la paz, la justicia y la democracia.
Internacionalmente aclamada y nominada a nueve oscares sobresale, principalmente, porque la realizadora había hecho películas de buena calidad, pero rutinarias, enfocadas exclusivamente al entretenimiento. Dentro de su escasa producción, destacan Acero Azul, Punto de Quiebra y Días Extraños.
En el año 2002 hizo un repaso histórico a la tragedia de un submarino ruso en K-19, que le valió reconocimiento de la crítica.
Ahora, con Zona de Miedo, se consagra como una realizadora que puede abordar temas que trascienden el cine de evasión. Esta ya es un “film”, a diferencia de sus anteriores propuestas que eran “movies”.
Protagonizada por un grupo de actores desconocidos, la historia sigue las andanzas de un norteamericano (Jeremy Renner) que se encarga de una de las ocupaciones más riesgosas del mundo.
Como en un documental, la cámara no se despega del especialista que participa en prácticamente todas las escenas. Lo sigue desde su arribo al campo de batalla y no se le separa. El guerrero es expuesto ante el gran público como si estuviera en un show de realidad.
La cámara se mete con él entre los coches bombas que debe desarmar, y capta, desde la más cercana de las proximidades, las dificultades que enfrenta al momento de ejecutar su labor siempre bajo presión, en una carrera contra el tiempo o bajo la acechanza de los proyectiles.
La mirada acuciante de la directora es, por momentos, invasiva y hasta asfixiante. El miedo de Renner es una mezcla de anhelo suicida y desesperación por salvar la vida, en una mezcla de emociones escalofriantes pero, sobre todo, contagiosas.
En el drama del permanente sabotaje urbano contra las fuerzas de la ocupación, el técnico en explosivos debe mantener una absoluta frialdad, pese a que su posición se encuentre bajo fuego. Su obligación es ser ecuánime, pero con el suficiente arrojo demencial para cumplir con su misión. Las contradicciones en él le provocan conflictos con sus subordinados que lo observan con admiración y rechazo.
El guión de Mark Boal se sumerge en la intimidad del desarmador. Con un asombroso trabajo de documentación, refiere pormenores de los protocolos para este trabajo tan especializado e insólito, tan cercano a la inmolación y tan lejano de los reflectores y del heroísmo.
Renner es el retrato del soldado estadounidense orgulloso de servir a su país, pero con una pavorosa propensión a la violencia como es, en general, la sociedad norteamericana, permeada por la cultura bélica, creyente en la posesión de armas para uso doméstico y confiada en la pena de muerte como castigo a los criminales.
Desde el epígrafe, el film justifica la actitud temeraria de Renner. Se establece, en él, que la guerra produce una adicción difícil de controlar. La adrenalina en el combate se vuelve una necesidad. Cuando se pierde esa emoción, recuperarla se transforma en una meta. La guerra es una droga.
Bigelow no se detiene a establecer una postura política con respecto a la ocupación. A diferencia de la mayoría de las producciones, que toman partido, la directora se mantiene neutral y se centra en el soldado a quien, pese a todo, sigue con admiración.
Nominada al Oscar por dirección, la cineasta hace un gran trabajo para mantener un ritmo indeclinable. Con cámara al hombro para acentuar la sensación de realidad y la inestabilidad de las situaciones de riesgo –se asemeja a la cámara fabulosa empleada en Vuelo 93– se consigue generar una tensión insoportable en los momentos de definición.
Zona de Miedo es una película notable, que consigue atraer toda la atención sobre el protagonista. Sin embargo, durante el tiempo del relato no se desarrolla ninguna historia. La exposición del trabajo de cazador de bombas es impecable, aunque quien lo realiza haga muy poco, además de ser requerido para que conjure peligros.
Hay una línea argumental muy débil que pretende involucrar a Renner en un conflicto, pero la ramificación se pierde, por insustancial y es absorbida por el gran asunto que es su pericia frente a los explosivos y su desafío constante a la muerte.
El epílogo es aleccionador. Los hombres que van al frente son marcados por la guerra. Luego de haber experimentado una emoción única en la vida, como es la participación directa en el combate, difícilmente pueden regresar a su vida apacible, en la nación más poderosa del mundo, con supermercados, comida rápida, créditos accesibles y una estabilidad casera sin sobresaltos.
Necesitan sentir el miedo a la muerte que, paradójicamente, los hace sentirse vivos.
Zona de Miedo es una película intensa, que da un vistazo muy focalizado sobre uno solo de los múltiples ángulos desde los que se puede observar la invasión de Estados Unidos en Irak.