
Estados Unidos golpeó a Al Qaeda en su centro de adiestramiento después de los atentados del 9-11. Invadió Afganistán y comenzó una guerra para luchar contra el despiadado régimen talibán, uno de los ejércitos paramilitares más famosos de la historia.
En 2005 un grupo de marinos, excelentemente entrenados y con un gran corazón, se internaron en el bosque para aniquilar a uno de los líderes mediante un disparo de larga distancia.
Pudieron haberlo hecho, con sólo presionar el gatillo. Pero algo se atravesó en su camino. Los valientes soldados estadounidenses decidieron, entonces, dejar de lado su misión, por motivos misericordiosos y pagaron un precio muy alto por ello.
Mark Whalberg interpreta al soldado Luttrell, que protagoniza este incidente que es uno entre mil que han de haber ocurrido durante la invasión norteamericana. Pero este guerrero tuvo la decisión de decirle al mundo que fue lo que él y sus compañeros dejaron de hacer en el nombre de la humanidad.
La cinta dirigida por Peter Berg es de un gran despliegue técnico con una grandiosa producción, que presenta un paisaje realista de las bases militares y de los hombres de combate, detrás de líneas enemigas.
Lenta de inicio, la historia conduce hacia una anticipada complicación que provoca una literal lluvia de balas en la foresta, con unos marines letales, de puntería implacable, pero que deben enfrentar a una fuerza desigual en número de talibanes que los acosan con tiros y obuses.
Berg lleva la acción al mismo campo de batalla y se coloca al lado de los tiradores con una verosimilitud apantallante. Pero ahí, por supuesto, los chicos buenos son los norteamericanos, y los malvados son los talibanes. Es una cinta hecha para deleite, angustia y orgullo de la Unión Americana.
Los soldados se mueven a preguntar qué decisión debieron haber tomado. Tenían en sus manos la vida de personas inocentes, pero decidieron respetar la vida antes de cumplir la misión.
Sin embargo, la cinta es repetitiva en su acción, pues los héroes de barras y estrellas se encuentran acosados por los malvados asiáticos que no les dan tregua ni les dejan respirar. Todo se convierte en un asunto de balas que parece no tener fin.
El Sobreviviente delata, de inicio, el final de la historia. El viacrucis de Whalberg es terrible. Las escenas son duras, por momentos, y descarnadas. Berg usa recursos visuales refinados para enfatizar la brutalidad del combate. La cámara lenta describe los momentos atroces en que las balas muerden la carne y cómo la sangre fluye de los cuerpos acribillados.
Hay una gran escena de un helicóptero de transporte de marines que es atacado por los afganos en tierra. La descripción plástica es impresionante y bella, llena de tragedia y muerte, en un show poético de fatalidad bélica.
Junto a la brutalidad de los soldados agobiados, hay una correspondencia de algunos nativos que demuestran el valor universal de la solidaridad.
El final tiene algunos momentos cursis, que contrastan con el baño de sangre previo. Hay una poco probable asistencia hacia el soldado Luttrell, de parte de improbables aliados.
Hay un mensaje inevitable de propaganda de Estados Unidos. Nunca dejan a un camarada solo y quien se mete con los hijos del dios de la guerra, que lanza sus truenos desde la Casa Blanca, paga con su vida.