
Retomo la reflexión de Manuel Lapuente, un viejo estratega que descargó su espada flamígera, con razón, sobre todo el país, por pedir que José Manuel de la Torre fuera decapitado.
El entrenador que guió a la Selección Mexicana en el mundial de Francia 98, recordó que todos los sectores que conforman el futbol, desde clubes y jugadores, hasta aficionados y periodistas, pidieron la llegada de ‘Chepo’ al Tri, después de haber tenido brillantes actuaciones con Guadalajara y Toluca
Como el Maestro, cuando latigueó a los mercaderes del templo, Lapuente llamó traidores a todos por exigirle, primero, que se sentara en la silla eléctrica y después, por pedir su salida luego del desastroso peregrinaje de la selección azteca en el hexagonal calificatorio a la Copa Brasil 2014.
La especie humana tiene memoria muy corta o, como dicen algunos, memoria de político, pues sólo recuerda lo que le conviene. Será cuestión genética: el cerebro es una perfecta máquina editora que desecha los malos momentos.
Ya no recuerda nadie en el país la manera en que encumbró al ‘Chepo’, al darle su respaldo como director técnico. Después de la derrota contra Honduras, un segundo aztecazo, fue muy doloroso ver al entrenador desencajado, reducido a nada, afectado por una colosal animadversión popular.
Dio la cara en una entrevista de televisión, después del juego, porque requería mantener enhiesta la dignidad. Y lo consiguió. Pero todo el país vio que el pobre tipo estaba a punto del llanto y que sólo encontraría refugio en la intimidad de su hogar. Fuera de él, sería objeto de persecución, cacería y escarnio.
Ahora la aventura premundialista de México fracasó. Aunque se consiga el hipotético medio boleto para jugar contra Nueva Zelanda en una repesca salvadora, la deshonra cayó ya sobre el equipo.
¿Qué falló? La explicación necesaria no es un análisis, sino la autopsia a un cadáver. Con un cúmulo de jugadores exportados, el país está a un paso de convertirse, de nuevo, en la selección de los ratones verdes, como esa que se presentó en el mundial de Argentina 78, donde obtuvo el último lugar.
Ríos de tinta han corrido, horas al micrófono y frente a las cámaras de televisión han sido invertidas después del partido ante Estados Unidos para explicar la derrota 2-0, el pasado 10 de septiembre. Pero hasta ahora nadie ha podido razonar qué ocurrió.
Con un cuadro plagado de estrellitas de TV, el equipo se colapsó de inmediato, iniciado el minitorneo clasificatorio. Los jugadores dejaron de rendir, reportaron todos baja de juego, se disminuyó considerablemente el volumen de futbol en todos ellos.
Qué vergüenza ver a centroamericanos de mediana hechura como Carlo Costly o Blas Pérez celebrando el triunfo en las barbas de los jugadores mexicanos.
Ahora ya no se sabe qué ocurrirá. Lo impensado está por ocurrir. El cielo se desplomará sobre las cabezas de los mexicanos y las arcas de los empresarios que patrocinan el llamado equipo de todos dejarán de recibir o, mejor dicho, perderán, unos 800 millones de dólares por el fiasco del equipo tricolor.
Lo peor de todo es que el sistema eliminatorio es demasiado generoso, diría que hasta dadivoso, al permitir que puedan colarse de la zona de Concacaf, tres equipos y la posibilidad de un cuarto de buscar un repechaje contra la confederación de Oceanía.
México todavía puede obtener una plaza en el mundial carioca. En el país todos se preguntan, ¿para qué?