
Roland Emmerich puede ser un gran cínico o un genio del entretenimiento.
En medio del debate sobre sus cualidades creativas, se puede concluir que sus creaciones no son para ser tomadas en serio, ni siquiera dentro del emocionante e inverosímil género de la acción.
La Caída de la Casa Blanca es su más reciente aventura guiada, como es la costumbre, hacia la catástrofe mundial.
Ya lo había hecho antes con las taquillerísimas Día de la independencia, Godzilla, El Día Después de Mañana y 2012.
Todas ellas son evasión de alto presupuesto, al gusto del gran público.
Una vez más, Emmerich trae una película entretenida, pero estúpidamente entretenida.
Como su nombre lo indica, la cinta narra los acontecimientos trágicos ocasionados por un grupo de terroristas que toman por asalto y se apoderan de la Casa Blanca. A partir de ese momento se demuestra que ingresar por la fuerza al domicilio de una abuelita, representa un reto mucho mayor para un grupo de maleantes con entrenamiento de élite.
Y también queda comprobado que los elementos que actualmente ocupan el Servicio Secreto son la guardia pretoriana más torpe en la historia de Estados Unidos.
La premisa, que se antoja muy interesante, es un gran disparate. De acuerdo, en la vida real, la sede del poder presidencial es el edificio más resguardado de todo el planeta. Si un cineasta se ocupa de coreografiar una invasión, se le pide, por lo menos, que cumpla con ciertos requisitos de credibilidad dentro de su historia.
Pero no. Emmerich hace que un grupo de tipos con rifles ingrese sin complicaciones hasta la recámara nupcial del mandatario, eliminando a todos los escoltas desprevenidos.
Las acciones ridículas de los terroristas moviéndose entre oficinas y habitaciones de la Casa Blanca, así como las reacciones de los imbéciles políticos y encargados de la seguridad del país, mueven a la risa.
El guión de James Vanderbilt parece una farsa, pero, sorprendentemente, todos en el drama se lo toman tremendamente en serio, esforzándose por ser convincentes. Realmente quieren que el público compre su historia.
Channing Tatum, una estrella emergente de Hollywood, hace el papel de héroe.
Es un policía de Washington que sueña con ser agente del SS. Cuando va de tour por la casa Blanca con su hija, ocurre el inesperado ataque.
El solo, en su propia versión de Duro de Matar en la residencia presidencial, se encarga de enfrentar a los enemigos y de proteger al presidente interpretado por Jamie Foxx, en un papel que parodia a Barack Obama.
Ni siquiera Foxx toma con seriedad el reto histriónico, pues se ve todo el tiempo relajado, divertido, sub actuado, en su rol de mandatario sensible, pacifista y heroico.
Todo en La Caída de la Casa Blanca es un gran chiste tonto contado con pretendida solemnidad. Hay tiroteos en toda la casa del presidente, mientras en el exterior las fuerzas del orden babean presas de la estulticia, en espera de que eliminen al mandatario.
En todo el concierto de escenas bobas, Emmerich se da tiempo para emplearse a fondo en su especialidad, que son los efectos especiales. Los mejores, por supuesto, son incluidos en el trailer con el que se anuncia la película.
Las explosiones son espectaculares. Como se anticipa, hay una detonación en el Capitolio y una impecable imagen digital del avión Air Force One en llamas.
Y también, en la que es quizás la más risible de todas las escenas de la película, hay una persecución a balazos en el coche presidencial en los jardines de la Casa Blanca.
El alemán Emmerich parece tener una fijación perversa en el gran público norteamericano. Se ríe de todos los fanáticos de los efectos especiales, a los que les da producciones como esta, que son consumidas alegremente sin que haya cuestionamientos a su calidad.