
Jorge Bedoya Rivera es un guerrerense de 84 años de edad que desde hace años radica en la Casa del Indigente de este municipio, lugar que adoptó como su hogar cuando llegó procedente de Reynosa, después de que lo deportaran las autoridades migratorias de Estados Unidos.
En su tránsito por la vida, Bedoya Rivera se desempeñó como artesano, minero, joyero, instructor de artesanías y hasta soldado. Sin embargo, las malas decisiones que tomó durante su juventud lo llevaron a desperdiciar su vida, por lo que ahora está solo y lejos de su tierra.
“Las decisiones que tomamos cuando somos jóvenes son las más importantes y no siempre son las más atinadas, porque las consecuencias de cada error se pagan muy caro y como ejemplo de esto pongo mi vida, la que por rebelde desperdicié y hoy estoy solo”, dijo.
La edad lo ha hecho olvidarse de fechas, pero no de los eventos que marcaron su vida, pues recuerda claramente el día que se le ocurrió abandonar la escuela y salirse de su casa para dejar la capital del Estado de Guerrero, tierra que lo vio nacer.
Siendo el mayor de seis hermanos, Bedoya Rivera optó por dejar la escuela para dedicarse a trabajar como ayudante de pescadores y mineros a quienes, sin saberlo, les aprendió todo lo que necesitó para vivir de forma acomodada.
“A mí nadie me hizo ningún daño, el mal me lo hice yo solo porque nunca supe cómo comportarme; como no me gustaba la disciplina nunca le hice caso a mis papás y mucho menos a mis maestros, por eso me salí de la escuela y me dediqué a deambular por la vida haciendo cualquier cosita para vivir”, recordó.
Y agregó: “Me salí de la escuela cuando tenía 11 años porque no me gustaba que los maestros me dijeran lo que tenía que hacer o que me regañaran, pero yo no sabía que lo que estaba haciendo era solo arruinar mi vida”, dijo.
SU VIDA EN EL EJERCITO
Con lágrimas en los ojos, Bedoya Rivera recordó la sensación que experimentó cuando llegó al Segundo Regimiento de Caballería Motorizado, ubicado en Cerro Azul, Veracruz, donde inició como soldado de caballería.
“Me mandaron a hacer mi adiestramiento al Centro de Adiestramiento Militar Básico Individual en Tlaxcala, porque ahí está el Centro de la Sexta Región Militar. Comencé como soldado de caballería y con los años ascendí a Cabo, en aquellos años el grado se obtenía mediante la suerte o ‘dedazo’ como se dice comúnmente, y a mí me toco tener la fortuna de trabajar de cerca con los que tenían el poder de ponerte en la gloria o de darte de baja”, dijo.
Años más tarde, solicitó a sus superiores que lo contemplaran para una vacante que había quedado libre.
“Pude llegar a ser Sargento Segundo y estuve ahí por un par de años más, pero como ya dije, la indisciplina era mi vida y no pude darle buenos ejemplos a mis subordinados y siempre me arrestaban, en ocasiones me quedaba en el ‘tambo’ hasta por 15 días, pero nunca aprendí”, mencionó.
Harto de tanto castigo y sin ganas de portarse bien, Bedoya Rivera, se acercó a su comandante, amigo cercano de su padre, y le pidió que lo apoyara para solicitar su baja de fuerzas armadas sin necesidad de desertar.
“Pude regresar a mi casa con mis padres, sin embargo, no me quede ahí mucho tiempo porque nunca pude ser una persona tranquila.
Mi madre siempre me aconsejó que me buscara un trabajo, que buscara a las muchachas para que me casara con una hogareña, que me tuviera comida caliente en la mesa cuando volviera de trabajar, pero esos eran los sueños de mi mamá, no los míos; yo quería hacer otras cosas y me volví a ir”, platicó.
AVENTURA NORTEAMERICANA
Un año después de abandonar el Ejército, Bedoya Rivera se vio involucrado en un pleito donde no sólo le destrozaron su rodilla derecha, dejándolo inválido, sino que hasta le dieron un balazo con el que le perforaron un pulmón. El proyectil sigue dentro de su cuerpo.
Cuando se recuperó de sus heridas, el ex militar decidió aventurarse a cruzar ilegalmente a Estados Unidos, exponiéndose a que su pierna dejara de responderle a mitad del río Bravo o que lo detuvieran las autoridades migratorias. Afortunadamente para el, su entrenamiento castrense lo ayudó a superar la prueba.
“Cuando me pasé a los Estados Unidos ya tenía silla de ruedas, pero todo lo que aprendí dentro del Ejército me ayudó para poder cruzar el río, porque el adiestramiento que tuve fue muy fuerte, si no hubiera sido militar, es seguro que no estaría aquí en este momento”, dijo.
Pese a todos los malos pronósticos, Bedoya Rivera piso suelo estadunidense a la edad de 25 años.
Al llegar a la ciudad de McAllen comenzó a trabajar como ayudante en restaurantes y talleres, hasta que logro juntar el suficiente dinero para abrir su propio negocio: una joyería que había estado en su mente desde que ayudaba a los mineros en su natal Guerrero.
“Cuando era niño soñaba con tener una joyería y eso de descubrir los metales, conocer la piedras preciosas siempre me ha gustado, pero la indisciplina no me ayudaba por eso nunca logré hacer nada importante en México. Mi conocimiento de los metales me ayudó en la milicia, pero me fue más útil en mi vida civil porque me dio muchos dólares cuando abrí mi joyería” relató.
La destreza de Bedoya Rivera originó que sus creaciones fueran de las más buscadas en la ciudad de McAllen, dejándole importantes ganancias.
“Siempre ganaba mucho dinero con las joyas, pero cuando ganaba el triple de mis ingresos era durante las graduaciones, porque escuelas completas me hacían pedidos de hasta 60 anillos, porque yo hacía diseños que no hallaban en ninguna otra parte”, dice.
La vida le sonreía al empresario joyero, pero un día la suerte que lo había seguido le dio la espalda, cuando en la puerta de su negocio aparecieron agentes federales solicitándole sus documentos migratorios.
“Yo les hablaba en inglés y trataba de que me creyeran que era estadunidense, pero no funcionó y me regresaron, allá dejé mis sueños, mi dinero, mi trabajo, todo se perdió y terminé abandonado en las calles de Reynosa, porque por ahí me aventaron. No me gusta decir que me deportaron porque eso es darle publicidad a los Estados Unidos y no se la merecen”, explicó.
SALIO DEL FANGO
Mientras estuvo errante en Reynosa no le quedó más remedio que pedir limosna, durmió debajo de los puentes, en las banquetas y hasta en las plazas porque no lo aceptaban en ningún centro de ayuda.
Cansado, Bedoya Rivera decidió cambiar su manera de vivir y se dirigió a Matamoros, donde recibió apoyo en la Casa del Indigente de Nuestra Señora del Refugio, donde habita desde varios años.
“Yo no soy indigente, no me considero una persona indigente porque aún puedo trabajar, estoy en etapa laboral y aquí me tratan muy bien, me dan comida, agua, un techo, camas limpias y tranquilidad para pasar mis días”, comentó.
Para pagar su refugio, Bedoya Rivera elabora esculturas utilizando cascara de coco para darle forma a sus creaciones, mismas que ofrece en distintos puntos de la ciudad.
Sentado en su silla de ruedas, recorre las calles del municipio con un barrote atravesado de lado a lado de su silla, sobre el que coloca una tablita de plástico para simular una mesa en la que exhibe sus creaciones.
Peces, porta retratos, alhajeros, barcos, gallos de pelea y otras figuras, son las creaciones de Bedoya Rivera.
Sin embargo, la venta de artesanías no era suficiente para solventar los gastos de esta persona, además de que todas las peticiones de apoyo hechas a las autoridades habían sido ignoradas, por lo que un día a alguien se le ocurrió contar la historia de este hombre en los medios de comunicación.
Gracias a esta difusión, una persona le regaló a Bedoya Rivera un maletín de herramientas que le ayudó a terminar más rápido sus creaciones, pues antes sólo tenía un viejo cuchillo y un serrucho.
Aunque la Casa del Indigente no le cobra su estancia, este hombre se empeña en aportar dinero como agradecimiento por el apoyo
incondicional que se le ha brindado.
Aracely Sosa, encargada del refugio, aseguró que Bedoya Rivera tiene más de cuatro años viviendo en este lugar y nunca ha representado ser un problema.
“Es un señor muy amable, trabajador y respetuoso, le gusta ayudar a la gente aunque él mismo no tenga la ayuda necesaria para pasar sus días como se lo merece, una persona de su edad, por eso se ha ganado el amor y el cariño de las personas que lo conocen y esperemos que más gente venga a visitarlo y a ver su trabajo”, dijo.
Aunque la vida ya no lo trata tan mal, Bedoya Rivera sufre al recordar a su familia a la que hace más de 50 años que no ve porque le da vergüenza que la desobediencia y la rebeldía lo llevaron a fracasar.
“No he ido a mi casa desde hace más de 50 años. Cómo creen que puedo volver si cuando estaba bueno no me acerque por allá y ahora que estoy enfermo, anciano e inválido, pues menos me atrevo a ir a buscar a mis hermanos”, mencionó.
Además de sus esculturas de coco, Bedoya Rivera, se dedica a dar platicas de motivación a jóvenes que tienen problemas de depresión o drogas, poniendo como ejemplo de vida su historia.
Y cuando se encuentra niños que se juntan en las esquinas porque ya no pudieron ir a la escuela, los invita a que lo visiten en la Casa del Indigente para enseñarles a crear esculturas a base de coco.
“Yo viví de esto mucho tiempo y cuando estaba en Ciudad del Carmen, Campeche, un día le pedí permiso a la directora de una primaria para que me dejara instruir a los niños en lo que es el tallado de los metales y en la creación de esculturas.
Tengo conocimiento de los metales, de las piedras preciosas, sé trabajar el oro desde que sale de la mina, se darle el kilataje adecuado y eso se lo comparto a los que vienen a visitarme” expresó.
Lo único que le queda al señor Bedoya es seguir haciendo sus esculturas de coco que vende hasta en 150 pesos que le ayudan sobrevivir.
Y aunque su vida ha sido complicada, este hombre no ha perdido la fe.
“Me gustaría que a través de ustedes la gente se entere de que en Matamoros hay personas que sabemos trabajar como lo hacían nuestros antepasados porque la escultura es un arte que los mexicanos sabemos y lo hacemos muy bien”, finalizó.