
Los “12 apóstoles” como llamó a sus escoltas, forman parte de la imagen mística que el capo José de Jesús Méndez Vargas intentó construir como líder de “La Familia Michoacana”. Toda la violencia que desplegó y que lo hizo convertirse en uno de los capos más peligrosos la justificó al autocalificarse como protector de “su gente” y de “su tierra”, como rezan sus corridos y un “evangelio” que construyó con su predecesor Nazario Moreno González.
Junto al adoctrinamiento de sus huestes a las que impedían ingerir alcohol o drogarse –excepto con la mariguana, bajo el argumento de que “la da Dios”–, Méndez Vargas y Moreno González imprimieron un sello sangriento: desde que “La Familia Michoacana” apareció en 2006 en la entidad, dejaron una estela de homicidios, decapitaciones y secuestros que consideraban “justicia divina” al eliminar a sus enemigos.
El gobierno mexicano ofrecía desde 2009 una recompensa de 30 millones de pesos por Méndez Vargas y su nombre estaba en la lista de los 37 cabecillas del narcotráfico en México, cuya captura era una prioridad para las autoridades federales.
Con la muerte de Moreno González –el líder espiritual– en diciembre de 2010, Méndez Vargas asumió el liderazgo del cártel para mantener el control del territorio para el trasiego de drogas, sobre todo, de cocaína y metanfetaminas hacia Estados Unidos, donde Méndez Vargas forma parte de la “lista negra” de narcotraficantes del Departamento del Tesoro y por lo que la agencia antidrogas (DEA) presentó cargos en su contra.
Aunque este capo creía tener una misión a favor de los michoacanos y a sus seguidores los entrenaban para seguir su “biblia”, para erradicar el mal y el delito de la entidad, una “tarea” que hizo a “La Familia Michoacana” una de las organizaciones de extrema violencia de acuerdo con la DEA.
“Yo estoy pa’ ayudar al pueblo de la contra y las lacras, para eso aquí tengo mi ‘cuerno’ (rifle de asalto AK-47)”, se escucha en uno de los corridos de “Los Armadillos del Norte” dedicado al “Jefe de Michoacán”, como se hacía llamar en los últimos meses.
Méndez Vargas contaba con sus sicarios, con su capacidad de fuego construida en un lustro: “Toda mi gente alistada para el combate, las pecheras y los ‘cuernos’, granadas y camuflaje, mis vales endemoniados preparados para el ataque”, se escuchan en las estrofas de otro corrido acompañadas de un video con imágenes de decapitados, vehículos incendiados y leyendas contra adversarios.
A ritmo norteño no deja de aparecer la imagen de caudillo defensor de los pobres para justificar sus actividades criminales que intentó fabricar el capo: “Protegemos a nuestra tierra, de Zapata traigo escuela, ‘La Familia Michoacana’ aquí se respeta”, o como en otro corrido “sólo pelea por su tierra y pa’ que respeten a su gente (…) a toda la gente humilde, con gusto los ha ayudado, sólo proteger a su gente, para que no les pase nada”.
Aunado a esta imagen hay otros corridos que dejan ver que al “paladín” como pretendía que la gente lo viera, también le importaban las cosas mundanas, las mujeres y las peleas de gallos, aunque éstas última eran su mayor afición, pues en ellas “no hay nada escrito, los gallos pelean a muerte”.
Pero su estrategia de adoctrinamiento para convertirse en el guía en otro corrido asegura: “Soy ‘El Chango Méndez’ y ‘La Familia’ sigue mis órdenes”, no funcionó al interior de su organización y en enero de 2011, el cártel se fracturó, sus hombres de confianza lo dejaron solo y crearon su propia facción que derivó en una reciente ola de violencia en Michoacán, con horas de enfrentamientos armados.
Surgió así el grupo de “Los Caballeros Templarios” encabezados por Enrique Plancarte, identificado por las autoridades federales con el alias de “La Chiva” y Servando Gómez Martínez “La Tuta”, un grupo que además de disputarse Michoacán con el objetivo de arrebatar otras plazas a “La Familia” para el tráfico de drogas y otros delitos, se autoproclama como una célula justiciera que busca eliminar al cártel, la violencia extrema y los crímenes de los seguidores de Méndez Vargas.
Agencia El Universal