
Carlos Salinas de Gortari, quien llegó a la presidencia de la República mediante unas elecciones ampliamente cuestionadas, en las que, inclusive, se cayó el sistema de cómputo electoral recién implementado en todo el país, fue el maestro que permitió a Andrés Manuel López Obrador entender a fondo la política mexicana. Sin la enorme capacidad de aprendizaje sobre la marcha de éste, es muy posible que jamás hubiera llegado a ganar el cariño y reconocimiento de la gente.
Salinas, ante la debilidad de su posición política, debió pactar con los poderes fácticos de entonces: los Estados Unidos, la Iglesia católica, el gran capital, el PAN y el sindicalismo corporativo. Por su formación profesional, apostó todo a la economía, aprovechando la ola neoliberal derivada del experimento de la Universidad de Chicago en Chile, que impulsó la privatización de los bienes de producción y la acumulación excesiva de la riqueza, esto es: el neoliberalismo.
Carlos le dio un giro perverso cuando a la economía de mercado la convirtió en capitalismo de amigos. Muy sonada fue la “cena de 25 de a 25”, llevada a cabo en la residencia de su tío Antonio Ortiz Mena, el autor del Desarrollo Estabilizador, un periodo en el que la economía mexicana creció al 6 y 7 por ciento con baja inflación y cero devaluación. Ahí se rifaron las empresas más boyantes del estado mexicano entre quienes pagaron de entrada 25 millones de dólares, cada uno.
Cuenta un anécdota del evento que cuando a Carlos Slim le vendieron Teléfono de México por una suma irrisoria, con garantía de que como empresa privada seguiría gozando de los privilegios que le daba ser un monopolio de estado utilizando los espacios público para sus instalaciones, el magnate Roberto Hernández protestó. Lo conformaron asegurándole que para él sería Banamex, el banco más importantes de México, convertido en grupo financiero para que se despachara a sus anchas.
Finalmente, el proyecto de Salinas fue un fracaso: la economía nacional, prendida con alfileres, explotó dando lugar al fenómeno conocido como el Error de Diciembre; la idea de que los nuevos ricos permearían parte de sus colosales ganancias a las capas bajas de la sociedad, resultó falsa; el nuevo milagro mexicano vendido por Salinas y su grupo en el exterior, resultó una falacia. Con un hermano asesinado, otro encarcelado y una más perseguida, Salinas huyó del país.
Para entonces, Andrés Manuel López Obrador ya era una figura relevante en la política regional de su natal Tabasco; compitió por la gubernatura contra Roberto Madrazo en 1994. Ante el fraude electoral evidente, organizó una marcha a la Ciudad de México, que no hizo variar los resultados; pero, marcó el inicio de su proyección a nivel nacional. En 1996 fue presidente del Partido de la Revolución Democrática, con excelentes resultados. De ahí pasó a la Jefatura de Gobierno de la CdMx.
En el 2018 ganó la Presidencia de la República y entonces recordó las enseñanzas que le dejó Salinas: la vía al desarrollo, no está en la economía; sino en la política. No es favoreciendo al gran capital como se avanza; sino atendiendo a las demandas populares bajo la premisa de que “por el bien de todos, primero los pobres”. No es gobernando con amigos ni siguiendo una política de cuates como se logra atender las demandas sociales; sino con servidores altamente comprometidos y eficientes.
No es con corrupción, sino con honestidad, que se gobierna para el progreso de México y el bienestar de los mexicanos. Salinas no fue el ejemplo a seguir; sino, el modelo que debe repudiarse. Sin querer, Salinas de Gortari se convirtió en el maestro que enseña cómo no hacer las cosas. CSG usó el poder para servirse a sí mismo y servir a los cuates que supuestamente debían protegerlo por gratitud; pero, que, fieles a su naturaleza marrullera, lo abandonaron en la hora póstuma.