
En el sur de Texas, la vida no es sencilla. Aquí, donde muchas familias viven al día, enfrentamos desafíos económicos, sociales y de salud que se entrelazan. Un nuevo dato nos sacude: McAllen ha sido nombrada la ciudad más obesa de Estados Unidos. No lo decimos con orgullo, sino con preocupación.
Según un informe de WalletHub 2025, el 45% de los adultos en McAllen son obesos, y otro 31% tiene sobrepeso. Esto nos coloca en una situación crítica, pero la obesidad no es el problema en sí… es el resultado.
Porque mientras en otras partes del país se debate sobre dietas keto o alimentos orgánicos, aquí en el Valle muchos solo se preguntan si alcanzará para comer. ¿Y qué es lo que alcanza? El combo de 6 dólares en la cadena de comida rápida. La soda gigante a menos de un dólar. Las papitas, las maruchanes, los congelados llenos de sal y grasa. En cambio, el salmón, los vegetales frescos, las nueces o el yogur natural son artículos de lujo.
No es que no queramos comer bien. Es que no siempre podemos.
Y si a eso sumamos la falta de tiempo —porque se trabaja mucho y se gana poco— y la falta de espacios seguros para ejercitarse, es fácil entender por qué el sobrepeso aquí no es una elección… es una consecuencia.
El problema se agrava cuando vemos a nuestros niños cargando con estas enfermedades. Casos de diabetes tipo 2 en menores de edad, hígado graso en adolescentes, y una generación que ya crece viendo la obesidad como “normal”.
Y no. No se trata de juzgar. Se trata de entender. De visibilizar. De hablar con seriedad de un sistema que empuja a nuestras comunidades hacia una vida enferma. Porque no se puede hablar de salud sin hablar de pobreza, ni se puede exigir disciplina sin ofrecer acceso.
Necesitamos una estrategia real de salud pública:
Porque no basta con decir “cuida lo que comes”, si el único lugar cercano es una gasolinera llena de botanas procesadas.
Hoy más que nunca debemos formar conciencia: somos lo que comemos… pero también lo que podemos pagar, lo que nos enseñan y lo que el entorno nos permite ser.
La obesidad no debe seguir tratándose como un tema de burla o culpa. Es una crisis de salud. Es un grito de auxilio silencioso. Y si no lo atendemos, las consecuencias —sociales, económicas y humanas— serán mucho más graves.
Es hora de levantar la voz.