
La figura de Jorge Vela emerge entre las ruinas. Aunque para muchos es un completo desconocido fue un deportista destacado en la región, que debutó en una época cuando se peleaba por cinco pesos. También dirigió el box amateur en Reynosa durante 30 años y apoyó las funciones donde surgió Néstor Garza, el único campeón del mundo que ha dado la ciudad. A pesar de que las piernas ya no le responden, aún trabaja para sobrevivir y entrena a niños a cambio de algunas monedas.
A las puertas de su antigua casa, que también es un gimnasio, un octogenario observa incansablemente a la gente pasar. Sin conocerle, él la saluda. Los años se le han venido encima, apenas puede moverse. Incluso, le cuesta caminar con un bastón, pero tiene una lucidez asombrosa.
Jorge Vela se recarga sobre la reja y sonríe. En sus todavía corpulentos brazos posee la fuerza que abajo, en las extremidades inferiores, le falta. Y vaya que los puños de este viejo (grandes y toscos) son puro poder, no en vano era el terror de su colonia, pues a pesar de ser tranquilo asegura que nadie quería irse a los golpes con él, porque los terminaba aporreando. Generalmente era al que sus amigos y vecinos buscaban cuando alguien los molestaba.
Cuesta mucho creer que un hombre que probó las mieles de la gloria y que tuvo un pasaje por el profesionalismo boxístico, transcurra su vejez prácticamente abandonado y lidiando con problemas de salud.
Su local –situado sobre la calle Quintana Roo, a unos pasos de la Nicolás Bravo, en la colonia El Maestro Centro–, está tapizado de viejas glorias. Son carteleras en blanco y negro de los años cincuenta y sesenta, donde quedó inmortalizado su nombre, junto con el de otras figuras con las que compartió función como Raymundo “El Battling” Torres, de los grandes pugilistas que ha dado esta ciudad.
Pero por desgracia familiar, por cuestiones personales o por lo que quiera llamársele, la carrera de Jorge Vela fue demasiado corta, experimentando altibajos que lo llevaron de la notoriedad al ostracismo, y que coincidió con la muerte de su padre Juan, quien aún era joven. Un castigo anímico que lo dejó en la lona y del que le fue difícil levantarse.
Junto a su hermano mayor, Jorge pasó a ser uno de los hombres de la casa para apoyar a su madre, la señora Eva Sánchez; colgó los guantes y se dedicó a la construcción, el mismo oficio que le enseñó su progenitor.
Ofrecimientos hubo muchos, pero lejos de intentar volver al deporte profundizó su crisis existencial, según confiesa, en algunos vicios y mujeres. Gastaba su tiempo libre tomando o saliendo de parranda. Intentaba curarse con alcohol las heridas de la vida, porque las que sufrió arriba del ring no fueron tan significantes.
A mediados de los años sesenta decidió marcharse de Reynosa para comenzar una nueva vida, primero en Monterrey, Nuevo León, y luego en Houston, Texas, pero al cabo de un par de décadas retornó. En esta ciudad de la frontera aún tenía su fama intacta.
Los vecinos le recordaban bien y hasta los bandidos de otras colonias, a quienes se descontó siempre que le intentaron buscar pleito. A su regreso a Tamaulipas en 1986, Jorge mantenía en la bolsa el respeto de la gente. Incluso, su nariz ancha, es fiel reflejo del deporte al que alguna vez se dedicó, de los puñetazos que recibió, aunque éstos no fueron tan implacables como los golpes que le dio el destino y que muy joven lo hicieron tomar la precipitada decisión de dejar los cuadriláteros, allá por 1961, cuando estaba en su mejor momento.
VIVIR DE RECUERDOS
Enseñando algunas fotografías, de las pocas que atesora (porque en ese entonces no había tantos medios de información), el entrevistado relata que se inició en el boxeo de manera accidental, sustituyendo a un oponente que no se presentó.
A principios de los cincuenta, la ciudad tenía muy pocas distracciones. Las funciones de box que se organizaban para la época representaban un imán de niños y jóvenes curiosos. La localidad estaba tan pequeña que a una cuadra de su casa quedaba el panteón municipal, donde actualmente se ubica el hospital del ISSSTE. Por aquellos años, ahí estaban las afueras, los límites de la ciudad.
El mancebo Jorge tenía apenas 13 primaveras. Era un David que se enfrentaría a tipos como Goliat, pero para él todo comenzó como un juego y en su casa ni siquiera sabían que boxeaba. Al ser asiduo a los combates de exhibición, el día que faltó uno de los contrincantes significó para él una oportunidad de oro y lo metieron de relleno, pero aquel escuálido chamaco aguantó los trancazos y no lo mandaron a la lona. Ese fue el inicio de una travesía que con el paso de los meses fue tomando forma y parecía prometedora.
“Antes de que me mandaran a la escuela yo andaba de bolero. Había una arena llamada Azteca que estaba atrás del cine Rex (donde ahora está situada una tienda departamental). Y había otra que estaba acá por Telégrafos, por la Guadalupe Victoria, donde hacían luchas y yo miraba la botana. De ahí me nació el gusanito y ahí anduve…
“De pequeño iba a ver las luchas, porque box casi no había. En ese tiempo estaba
viniendo un tal Tony Navarro, Abel Cream, ‘La Tonina Jackson’ y ‘El Diablo’ López. Al no existir tantos espectáculos era una novedad.
“Y cuando empezaron las primeras peleas yo veía las botanas. Había unos botaneros viejos que les decían ‘El Catarino’ y al otro ‘El Bimbo’, yo pelee con el último en botana y también a varios rounds. Y un día que llegué estaban buscando botaneros para antes de que comenzaran las luchas. Con eso hacían la exhibición y sacabas la feria porque te aventaba la raza un chingo de feria, puras monedas.
“Venía bastante gente del otro lado. Se divertían de a madre. Era un negociazo tremendo y me preguntaron si peleaba con ‘El Bimbo’ en la botana y les dije que sí. Sin entrenar y sin nada y ‘El Bimbo’ ya boxeaba, eso fue a principios de los años cincuenta. Y le aguanté los cuatro rounds al pinche ‘Bimbo’, sin condición y sin nada. Nos echamos unos chingazos y nos cayó un friego de feria. Como ya sabía llevamos una toalla y ahí juntamos todo el dinero”, recuerda entre risas.
Asegura don Jorge que aquella ocasión se ganó como 200 pesos, que para él era una pequeña fortuna y no sabía qué hacer con tanto dinero.
“Se me hizo mucha feria. Como unos 2 mil pesos al día de hoy y para un niño era un chorro. Quiero que sepas que esa vez que nos subimos a la última grada para repartirnos y cuando me quise bajar sentí que me movieron el piso. Escalón por escalón sentado me bajé. Acabé bien mareado y bien madreado (risas)”, platica de manera coloquial.
Finalmente llegó a su casa y su papá nada supo que había peleado pero su hermano, que sí se enteró, lo amenazó con acusarlo. Tuvo que sobornarlo para que no lo delatara.
“Entonces le tuve que dar la mitad de lo que me dieron, con tal de que no dijera nada. En ese tiempo ya entrenaban aquí ‘El Kid’ Anáhuac, Humberto Martínez, Juan Amaya, ‘El Chino’ Castillo; un tal Nacho Pérez, que era panadero y Pedro Reyes. Yo me iba en las tardes ahí y me ponía unos guantes que tenían forro como de zacate. Estaban muy toscos y había unos que tenían relleno.
“Yo estaba estudiando. Salía a las 4:00 de la tarde de la escuela primaria Benito Juárez y me sentaba en los escalones del cine Colonial. Me iba todas las tardes con el gusanito de que yo quería entrenar en la arena México. Y cuando terminaba la raza los guantes los dejaban arriba del ring y nos los prestaban para guantear con el que fuera. Uno o dos rounds, todos los días”, evoca.
EL NIÑO BOXEADOR
Para ese entonces, Jorge Vela mostraba ya algunos de sus dotes, pegando golpes rectos y combinaciones. No batalló su cerebro para coordinarse con las piernas.
“Ya había madreado yo a varios cab—nes, pero un día entró uno que me dejó bañando en sangre, que me sorprendió. Me descontó por derecha e izquierda. Traía la nariz lastimada y no se dieron cuenta en la casa, ese día llegué discreto, me bañé, cené y me acosté. Pero seguí yendo a entrenar, me fui preparando y me quería sacar la espinita.
“Y así fue hasta que se dio la segunda oportunidad con el mismo muchacho y que lo agarro. Ahí fue al revés la cosa y me lo tranquee, empezando la pelea le tiré por todas partes sin parar. Me dijo no, ya estuvo, ahí muere. Entonces, en una de esas andaba Mito Treviño levantando los datos de que iba a hacer un torneo del Guante de Oro. Preguntó si quería participar.
“Nosotros íbamos, pero no nos daban chance de entrenar ni de pegarle al costal o a la pera. Sí nos daban chanza de ponernos los guantes en el ring, pero ir a golpear los contactos no nos dejaban. Pero Mito dijo que si entrábamos al torneo ya íbamos a tener derecho de entrenar y pegarle a la pera. Y se hizo la lista, luego nos pesaron y ahí entré yo en la cartelera”, agrega.
Sin embargo, los papás de Jorge Vela todavía no sabían en qué estaba metido su hijo.
“Un tío mío fue el soplón. Siempre llegaba, almorzaba y tomaba café. Yo estaba acostado cuando le preguntó a mi jefe si ya sabía la nueva. ¿De qué?, le cuestionó mi papá y le enseñó el cartel. Y dijo ¿pero cómo?. Y me levantó de la cama, ya estaba despierto, pero no quería que mi papá me fuera a dar una paliza.
“Cuando me gritó ¡Vas a ver! mi tío le dijo, ¡Déjalo, es un deporte! No, porque lo van a chingotear… Como le van a pegar va a pegar también él y ahí se va a saber si es bueno o no, ¡déjalo que pelee!, pidió mi tío. Ya después mi papá habló conmigo, me preguntó que si me gustaba boxear y le dije que sí.
“Te voy a decir una cosa, me dijo, que si me vienes con el ojo morado o con las narices rotas vas a ver la friega que te voy a dar. Y aparte de la que te den yo te voy a dar otra aquí.
“Y ya cuando se vino la hora perdí por decisión a cuatro rounds, pero salí limpio de la cara. Mi papá no fue porque no le gustaba nada de eso (aunque también era bueno para los trancazos). En la tarde que llegó de jalar me preguntó cómo me había ido, le dije el resultado, pero me dijo síguele… Ya trabajaba también con él en la construcción (cargando ladrillos y bultos de cemento) y esa vez no gané nada de dinero”, narra.
Después le salió una oportunidad para disputar el campeonato local de peso ligero. Se iba a eliminar en la semifinal con otro y el día anterior se le olvidó que iba a boxear y se atrancó de comida.
“Mi jefa había echo menudo y no debería haber cenado. Al día siguiente así me fui y en el segundo round llevaba la pelea ganada, pero me empecé a vomitar, se me revolvió el estómago.
“Pueblas y Kit Herrera fueron los que se disputaron la final y todos me dieron carrilla en la cantina, por andar de tragón. Pero después todavía di como unas 20 peleas amateur hasta que Mito Treviño habló conmigo y me dijo: Jorge, ya estuvo bueno con las peleas amateur que diste, ya debes ser profesional. Te vamos a dar la oportunidad a cuatro rounds y ahí ya se te va a pagar. Si la ganas ahí te quedas y si la pierdes te mandamos otra vez atrás al amateurismo”, recuerda el trato.
AL PROFESIONALISMO
La hora decisiva de Jorge Vela había llegado. Aquel muchacho terco y curioso que subió a los encordados como una forma de encontrar diversión tenía a la mano la oportunidad de hacer una carrera en este deporte.
Los inicios no fueron sencillos actuando de botana, de sparring y amateur, pero él no boxeaba por dinero. Sus primeros combates como profesional fueron a cuatro rounds. Cada asalto que aguantaba se lo pagaban a 5 pesos. Y si boxeaba a seis la tarifa subía a 10 pesos.
“En otras partes como en Matamoros, ya te daban 30 ó 40 pesos por seis rounds, pero yo no lo hacía por la feria, sino por el deporte. Y ahí me fui yendo para arriba.
“En las mañanas me levantaba a correr por toda la orilla del canal Anzaldúas (que tenía unos pocos años de haber sido construido). Y cuando trabajaba con mi papá a las 4 de la tarde me dejaba ir a entrenar. Después de cuatro rounds subí a seis”, agrega.
Finalmente, esa primera pelea profesional que le ofrecieron el joven la perdió y la segunda la ganó.
“Como quiera me dio chance Mito de quedarme porque el cotejo estuvo muy parejo. Me estuvieron fogueando y luego ya le subí a seis y después a ocho (rounds), pero siempre tenía yo la idea y decía que cuando llegara a 10 asaltos me retiraba. Todos me pedían que no lo hiciera, porque tenía mucho potencial”, describe.
-¿Por qué un joven con una carrera que iba en ascenso tendría que dejar lo que más amaba? No hacía mucho que don Juan Vela, su padre, había fallecido; también entraron a escena otros factores como la inmadurez y los excesos.
Aunado a eso, los acuerdos tramposos entre los promotores no tenían contento al habilidoso pugilista y no dejó que le pisotearan el orgullo. Se le cerraron algunas puertas y él se encargó de buscar otros espacios para entrenar. Vinieron nuevos combates con los que ganó más respeto, pero ya tenía en su mente el retiro.
“Se presentó una pelea contra Johny Jasso a 10 rounds y nadie creía que le iba a ganar. Todos al otro día como pólvora: Jorge Vela le ganó a Johny Jasso, decían. Quiero que sepas que ese día toda la raza se admiró, porque él ya era un veterano del box y se miraba macizo.
“Cuando me subí al ring yo parecía un niño a comparación de él y todos le gritaban, ¡Johny, te trajeron uno de kínder!, porque me miraban bien pollito y cuando me van viendo pelear le gritaban ¡Johny, te salió respondona la cría! (carcajadas). Y le empecé a meter las manos por todos lados”, recuerda los detalles de aquel enfrentamiento del que salió triunfador.
Entre sus anécdotas menciona que esa vez tenía un enorme grano de pus en la espalda. Ya estaba maduro y una hermana se lo exprimió, con el riesgo de que le suspendieran la pelea.
“Me quedó un agujero del grueso de este dedo (meñique). Me sacó la raíz, me lavó todo y me puso un curita. Y no me dolía. Nos fuimos a la ceremonia de pesaje y me vio el doctor y me dice, ¿qué traes ahí?, un ‘tacote’ que me salió y que en la mañana me reventaron. Me dice, oye está mu feo el pinche pozo ese. ¿No te duele?, no, nada, le dije.
“El médico entonces me contestó, mira, te voy a dejar pelear, pero con el entendido que en el momento que empieces a sangrar te voy a parar el pleito. Está bueno, acepté. Y el Johny me estaba viendo.
“Era como el octavo round que traía la espalda bien llena de sangre, pero yo ya le había puesto una buena chinga. En el sexto round ya lo había tumbado. Y no podía conmigo. Y el entrenador me dijo: ‘llevas toda la pelea ganada’. El réferi también me dijo, ‘Vela, llevas la pelea ganada y así como vas, vas bien’. Ya para entrar al nueve sonó la campana y vino el doctor, yo traía la espalda sangrada porque Johny me estuvo pegando golpes en la herida. Se subió el doctor al ring y dice, está sangrando mucho, ¡te dije Vela!…
“Le digo, ‘por favor doctor, no vaya a parar el pleito. Yo todavía aguanto, ¡déjeme terminar!, ya nada más me faltan dos rounds. Traigo condición. Doctor, ¡por favor! llevo la pelea ganada, ¡hágame el favor!, no me pare la pelea’. Bueno te voy a dejar pelear, me respondió.
“A Johny Jasso le pegué hasta el último round y me dieron la decisión en las tarjetas. Hasta el presidente municipal de Valle Hermoso fue y me abrazó. Te felicito muchacho, eres muy valiente. Aún con ese boquetón que traes le diste una chinga a Johny, nunca pensé que le fueras a ganar, me dijo. Y esa fue la bota más grande que gané, 450 pesos”, recuerda orgulloso don Jorge Vela en la sala de su casa, que también es dormitorio y gimnasio a la vez.
RETIRO PREMATURO
Todavía el gladiador reynosense boxeó contra un oponente conocido como ‘El Cachorro’ Mendoza y esa fue su última pelea. Decidió colgar los guantes a los 22 años de edad.
“Pues me retiré por varias cuestiones. Ya mi papá había fallecido. Primero sí lo resentí, porque no lo podría creer y ya después lo fui asimilando. Luego sentí que no estaba bien concentrado en los entrenamientos, andaba algo desubicado. En ese entonces el box no se veía tanto como un negocio, había que tenerle respeto al deporte, entregarlo todo y yo ya había empezado con el pedo (la tomadera)…
“Bebía y fumaba mucho. Las peleas eran los lunes y yo el sábado y el domingo andaba en el Zumbido. Me sobraban las mujeres. Amanecía el lunes bien crudo para ir a pelear. Era aún muy joven y no me percaté bien de mis decisiones, pero aún así no me arrepiento”, relata.
Además, en los años sesenta los monopolios del deporte estaban muy marcados, comenta Jorge Vela. “Si no boxeabas para el dueño de la arena, si no tenías contrato, te bloqueaban”.
Hoy acepta que con el nivel que alcanzó pudo haber conquistado campeonatos estatales y probablemente algo más importante.
“En mis puños te aseguro que traía lo necesario. En la época del señor González, que fue uno de los socios de la México, decidió hacer luego su arena Nacional, yo pelee varias veces ahí. En la México, Mito quería que firmara contrato con él para que no me comprometiera con nadie. Y le dije que yo no quería contrato. Pues si no firmaba me dijo que no entrenaría ahí.
“De ahí me retiré y me fui con el señor Antonio González a la Nacional. Y cuando boxee con Johny Jasso había un réferi al que le decían “El Botas”. Su nombre era Óscar González y le dijo a Antonio, le traigo una nueva, ¿de qué se trata? De que anoche peleó Jorge Vela en Valle Hermoso contra Johny Jasso y le ganó en decisión en su propia arena ante su gente.
“¿Pero cómo? Mire, aquí está el periódico, se admiraron. –Es que Jorge Vela tiene con qué, pero lástima que lo echó a perder el pedo. Si no tomara, ahorita anduviera en las peleas estelares–, se supo de aquella charla”, rememora.
VIDA POSTERIOR Y DIRIGENTE
Después de haberse ido por largos años a otras ciudades, Jorge Vela regresó a Reynosa en 1986. Era ya un hombre hecho y derecho. Inmediatamente lo reconocieron y lo invitaron a trabajar.
“Federico ‘El Baby’ Alonso, que por aquel entonces tenía un taxi en el Puente Internacional, me pidió ayuda. Él y otros boxeadores como Chucho González y Juan Amaya, querían crear una asociación de boxeo con fines benéficos y me invitaron.
“En la primera junta hubo seis pugilistas y con el tiempo llegamos a reunir hasta 76. Salimos todos retratados”, muestra una de sus fotos.
Jorge y sus amigos consiguieron retomar la gloria del boxeo en Reynosa, que para esa época estaba ‘noqueada’. No había quién promoviera este deporte hasta que ellos se organizaron.
“Acordamos hacer actividades y de una forma u otra forma ayudar al gremio boxístico. Luis Soto, hermano de Joel (el promotor), tuvo la idea de hacer box amateur. Porque no había quién lo moviera. Y entonces el que nos apoyó fue el señor Luis Tamez, en el Auditorio de Reynosa. Nos prestó ahí e hicimos el primer torneo, La Copa Reynosa en 1987.
“Luego se construyó un primer gimnasio en la casa de Federico Alonso, ahí por la Río Conchos. Después otro cuate hizo otro gimnasio, El Chaparral. Yo en ese tiempo no quise, porque andábamos en el movimiento como vicepresidente y el difunto Carlos, como presidente. Murió él y me quedé a cargo. Nosotros nos dedicábamos a buscar patrocinadores. Duré ahí 30 años.
“Conseguíamos material deportivo, que a veces les faltaba a los muchachos guantes, costales e íbamos dotando a los gimnasios. Ya después al último, cuando me quedé solo de presidente de la Asociación Amateur de Boxeadores de Reynosa, no tenía chanza de entrenar huercos. Fue tiempo después cuando me inicié moviendo muchachos en la Unidad Deportiva”, afirma.
“Luego puse el gimnasio en la López Mateos, de ahí me vine a la cancha Teresita. Pero cuando todavía estaba en la Unidad, me quedaba en una propiedad de mi madre en la colonia Campestre. A mi hermana ahí yo le hice un gimnasio, ella daba clases de aerobics. Me dice ‘va a ser para los dos, hermano, para que tú también entrenes ahí’. ¡Uy, qué a toda madre!, pensé. Y mi hermana mandó a poner espejos y todo.
“Estaba entrenando en la Unidad Deportiva y a veces la raza no iba, así que decidí entrenar en la casa, de eso hace como 15 años. Y venía la raza y decía –qué gimnasio tan bueno tienes–. Le mencionaba, es de mi hermana. –Tienes mejor gimnasio que la Coliseo–, me aseguraron. Y bien caliente, quemábamos bastante grasa. Vinieron del otro lado (los Estados Unidos) a buscarme. Me recomendaron tu gimnasio porque tengo unos muchachos que debo bajar de peso y allá no puedo, me decían.
El gimnasio lleva su nombre “Jorge Vela, la leyenda continúa”.
Hubo un promotor del deporte que lo apoyó mucho. René Lucero. Otro de sus amigos, Balta, le llevó unos tubos y unos mecates. Ahí en el patio construyeron el ring, sobre un piso de tierra.
Don Jorge ahora tiene los años encima. En su rostro están las marcas que le dejó la vida, pero aún asegura sentirse fuerte, a no ser por un problema en sus piernas que ya no le responden como antes. Se apoya caminando con un bastón, pero aún con todo eso sigue entrenando prospectos.
Necesita ayuda pues no puede moverse con facilidad ni para ir a la tienda a surtir la despensa. Tampoco dispone de medios económicos para acudir con un doctor y recibir un mejor tratamiento.
Pide al público de Reynosa que se acerque a su gimnasio, que lo visiten, que con gusto les contará estas grandes historias y podrá enseñarle a quien le agrade el boxeo.