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Kikín (II)

17 de mayo de 2010 por El Tifoso

Tigres enviudó el mismo día que se casó con Kikín Fonseca.
Los directivos no estaban para saberlo en ese entonces, pero hicieron la peor inversión de su vida.
La millonada invertida en el rock star nacido en Guanajuato, pudo ser utilizada por Cemex para investigaciones en la cura del ébola en Africa, para construir una clínica para discapacitados en Guerrero, o para detener la matanza de focas en el polo norte. El mundo sería un lugar mejor si ese dinero hubiera sido direccionado de diferente manera.
Pero el negocio desgraciado para uno fue el mejor para otro.
José Francisco Fonseca Guzmán recibió su ingreso, invirtió en bienes raíces y aseguró el futuro de su generación y las próximas cinco o seis.
Toda su descendencia será millonaria. Con el dinero que ganó puede incluso registrar a sus vástagos con apellido compuesto, creando el linaje de los Fonsecaguzmán.
Pero no tiene la culpa el Kikín. En el fondo de los pretextos siempre se encuentran malas decisiones. La culpa era de quienes no pudieron anticipar que tras su apariencia de cabello lacio y sonrisa rebelde, se esconde un corazón de piernas flojas, que tiemblan con la presión.
Al llegar a Tigres, el atacante rehuyó a su compromiso. Se embuchacó el sueldo y se dedicó a trabajar, pero lo hizo como un oficinista que checa tarjeta de 8 a 5, no como un futbolista que tiene un trabajo insólito en el que la paga es muy elevada porque se le piden aptitudes que tienen muy pocos, como condición física excepcional, templanza en el espíritu, y garra para enfrentar al mundo al momento de enganchar la bola.
Pero no. Fonseca creyó tontamente que su obligación retributiva ante el fabuloso beneficio de su contrato, era sudar en el entrenamiento y desgastarse en la cancha. Quid pro quo. Dando y dando.
El, según se ve, nunca estuvo dispuesto a enfundarse en la piel de líder. Hay, en su actitud, un mecanismo de defensa frente al mundo parecido a la sumisión, al masoquismo, a eludir la responsabilidad a cambio de una lealtad completa y la ilusión del deber cumplido, agachando la cabeza ante los jefes, guardando silencio frente a los reproches, suponiendo que con ello se conduce con la debida diligencia y gratitud hacia sus amos.
En el colmo, su actitud parece la de alguien que está en acuerdo secreto con el patrón, frente a los imbéciles que los vituperan. Mientras la afición se ensaña en su persona, se da tiempo para voltear y sesgadamente guiñarle un ojo al jefe para decirle que está cumpliendo con su función de pararrayos.
Kikín nunca tuvo la idea de ser líder simplemente por que no tiene ese carácter que transpiran portentos emocionales como Jared Borgetti, Pavel Pardo, Cuauhtémoc Blanco, Guille Franco, tipos que son capaces de llorar de frustración por un juego perdido en la jornada tres, sólo porque les da bronca la derrota y porque en sus estándares la pasión es un demonio irrefrenable.
Cuando hablaban de él como el gran refuerzo, sólo sonreía a las cámaras y levantaba las manos en señal de amor y paz, y movía los pulgares como el cliché de quien siente que hizo algo importante en la vida, sólo porque en una conferencia de prensa lo bañan de plata los flashes y se disputan sus ronquidos las grabadoras.
Kikín es una decepción para el equipo Tigres y para sus aficionados. Pero el saldo de decepcionados no queda ahí, va más allá y alcanza al mismo futbol mexicano que lo encumbró, dándole más de lo que merecía, hinchándolo con promocionales y oropel.
Pero más desencantado debería sentirse él de sí mismo, viéndose al espejo, sabiendo que nunca desquitó el salario insultante que ha devengado durante años a cambio de sumisión, algunas horas de práctica cada día, actuaciones los sábados y entrevistas periódicas para decir que los culpables somos todos.

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