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Ascenso y caída de uno de los capos más sanguinarios y temidos

1 de diciembre de 2023 por Fortino Cisneros Calzada

Con una mente brillante para los negocios, pero al mismo tiempo criminal y diabólica –con quienes se le opusieran–, así se recuerda al narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria a 30 años de su muerte (huyendo sobre el tejado de una vivienda). Es la historia del hombre que provocó más de 6 mil asesinatos y que hasta llegó a aparecer en la lista Forbes (por amasar una fortuna de dinero sucio) al inundar de cocaína las calles de los Estados Unidos.

En la década de los setenta se pusieron en marcha dos proyectos económicos paralelos para acendrar la acumulación de la riqueza en unas cuantas manos inescrupulosas que responden y corresponden a lo que Aristóteles definía como crematística (acaudalar dinero en sí es una actividad contra natura que deshumaniza a quienes se dedican a ello): la producción industrial de cocaína en Colombia y el golpe de estado en Chile.
En el primer caso, tuvo que ver la decisión del presidente norteamericano Richard Nixon, de implementar una implacable lucha contra las drogas, específicamente la mariguana, no para evitar su producción, distribución y consumo; sino a fin de tener un pretexto para perseguir a los jóvenes que “no eran norteamericanos porque no querían ir a la guerra de Vietnam”. Dijo en la Casa Blanca en junio de 1971: “La adicción a las drogas es el enemigo público número uno de Estados Unidos”.
Así, la producción de mariguana en Colombia disminuyó; pero, la producción y comercialización de la cocaína creció exponencialmente porque era más fácil su manejo y justamente ahí hace su aparición uno de los personajes más famosos en este negocio ilícito: Pablo Escobar Gaviria, quien llegó a ser considerado el narcotraficante más poderoso del orbe.
En su lista de multimillonarios de 1987, la revista Forbes estimó que su flujo de caja era de por lo menos 3 mil millones de dólares y que su patrimonio neto era de más de 2 mil millones de billetes verdes norteamericanos.
Por otra parte, en Chile, una conspiración cívico-militar para derrocar al gobierno socialista de Salvador Allende, con financiamiento y operaciones encubiertas de la CIA para desestabilizar el país, culminó en un sangriento golpe de Estado.
Se instauró la dictadura de Augusto Pinochet y, bajo la dirección de Milton Freidman y los Chicago Boys, se inició el experimento neoliberal que luego fue impuesto al mundo por el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan y la premier del Reino Unido, Margaret Tatcher.
Los dos eventos son complementarios y tienen que ver con la supremacía del poder del dinero y su acumulación por cualquier medio: la degradación y la explotación del ser humano, el deterioro del medio ambiente, la crisis institucional y la catástrofe civilizatoria. Todo eso aderezado con una robusta manipulación mediática, tóxica y digital, que mantienen al ser humano ajeno a su realidad. Anteriormente se le llamaba enajenación mental, ahora es indiferencia inducida; pero, igual de perversa.

LOS INICIOS DE PABLO
Hijo de una maestra y de un agricultor, Escobar Gaviria probó desde pequeño el poder y a partir de ahí se convirtió en un hombre de acción que se imponía por las buenas o por las malas. Algunos de sus biógrafos aseguran que inventó la opción de “plata o plomo” para someter a las personas que deseaba tener de su lado y es posible que así fue.
Inició su carrera delictiva con el robo de autos y siguió con el contrabando, hasta toparse con los hermanos Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez con los que se asoció como pistolero.
Los Ochoa fueron los primeros en operar el tráfico de cocaína como una empresa industrial transnacional. De ahí aprendió el joven Escobar, quien en poco tiempo, por su carácter violento y sin escrúpulos, se convirtió en jefe de la banda a la que posteriormente se conoció como el Cártel de Medellín y a él como el Patrón.
Ya en la década de 1980 controlaba casi toda la cadena de suministro de droga. Se estima que la organización abasteció más del 80 por ciento de toda la cocaína enviada a Estados Unidos.
Personalmente supervisaba la importación de grandes cargamentos de base de coca de Perú y Bolivia que era transformada en cocaína en laboratorios a cielo abierto en las selvas colombianas. La droga era trasladada a Norteamérica por aire; pero también por mar y tierra, aprovechando la ubicación de Medellín, capital de la provincia de Antioquia, en plena cordillera de los Andes, con salida tanto el Océano Atlántico como al Pacífico.
La inestabilidad política ancestral de Colombia propició la aparición de grupos de autodefensa que luego se convirtieron en guerrillas.
Hasta cierto punto Pablo mantuvo alejado su negocio de los asuntos políticos; pero, cuando uno de los hermanos Ochoa fue secuestrado por un grupo guerrillero, auspició la creación de un comando paramilitar financiado por el Cártel de Medellín, conocido como Muerte a Secuestradores (MAS), que luego extendió sus operaciones para el cobro de deudas del cártel, ejecuciones y extorsión.

TAL CUAL
Escobar Gaviria ganó cantidades colosales de dinero en poco tiempo y no tuvo empacho en gastarlo para darse una vida más allá del lujo y la opulencia.
Con su gran caudal, no logró ser aceptado en los círculos de las élites colombianas, donde se le veía como un delincuente. Aún no se ha estudiado a fondo el impacto que ese rechazo tuvo en su ánimo, que lo volvió más violento y audaz. De hecho, pocas cosas estaban fuera de su alcance.
Si con los de arriba no pudo, con los de abajo hizo un pacto que le permitió crear un soporte social para sus actividades apuntalado en su afirmación de que nunca vendió la droga en Colombia para el consumo interno.
Además, se hizo conocido por sus acciones filantrópicas, lo que le ganó el apodo de el Robin Hood colombiano. Construyó hospitales, estadios, templos y viviendas para los pobres; incluso patrocinó equipos de futbol locales. Su popularidad quedó demostrada cuando fue elegido para un escaño suplente en el Congreso Nacional, en 1982.
Escobar poseía varias suntuosas propiedades, pero la más notable era la finca de 28 mil metros cuadrados, conocida como Hacienda Nápoles (por Nápoles, Italia), ubicada entre Bogotá y Medellín. Se dice que costó 63 millones de dólares e incluía un campo de futbol, estatuas de dinosaurios, lagos artificiales, una plaza de toros, una colección de autos clásicos, una serie de armas históricas, una pista de aterrizaje, una cancha de tenis y hasta un zoológico.
También fue de su propiedad La Manuela (así llamada por su hija). Esta hacienda, una de las principales residencias de Escobar, fue incautada en la década de 1990 y en 1993 fue incendiada por la banda rival de narcotraficantes, los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar), para borrar todo rastro de su legado.
También se cuenta la Casa Magna, ubicada en el estado mexicano de Quintana Roo, una de las más importantes para Escobar en el extranjero. Según los reportes oficiales, esta propiedad fue construida en un terreno que recibió como regalo del también narcotraficante Amado Carrillo Fuentes, conocido mundialmente como “El Señor de los Cielos” y líder del Cártel de Juárez, en México.

SU GIRO CONTRA EL ESTADO
La relación de Escobar y el Cártel de Medellín con el gobierno colombiano era buena y para ello destinó grandes sumas de dinero. Inclusive, Pablo fue diputado suplente al Congreso nacional; pero un golpe asestado por el grupo antinarcóticos de la Policía a Tranquilandia (complejo productor de cocaína cuyo principal propietario era Pablo Escobar), el 10 de marzo de 1984, hizo cambiar radicalmente su postura. El resultado fue el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla (quien insistía en deportarlo), el 30 de abril de 1984.
De ahí se precipitaron los acontecimientos y el Estado reaccionó firmando de
inmediato la extradición de Escobar a Estados Unidos. Como respuesta, los sicarios de Escobar asesinaron a decenas de jueces, policías y periodistas. Según Omar Flórez Vélez, alcalde de Medellín entre 1990 y 1992, esa fue la peor época de la ciudad, que tuvo un descomunal incremento de homicidios, con un total de 6 mil 809 reportes sólo en 1991.
Ese año el capo ofreció entregarse a las autoridades si impedían su deportación y le permitían construir su propia prisión. Los funcionarios colombianos estuvieron de acuerdo. El resultado fue la lujosa cárcel de La Catedral. Las instalaciones no solamente incluían discoteca, sauna, una cascada y cancha de futbol; también tenía teléfonos, computadoras y equipos de telecomunicación.
Sin embargo, después de que Escobar torturara y matara a dos miembros del cártel en La Catedral, los funcionarios decidieron trasladarlo a una prisión menos acogedora. Antes de que pudiera ser trasladado, Escobar escapó, en julio de 1992.
Luego de la fuga el gobierno colombiano, supuestamente ayudado por funcionarios estadounidenses y narcotraficantes rivales, lanzó una persecución masiva.
El 1 de diciembre de 1993 Escobar celebró su cumpleaños número 44 con pastel, vino y marihuana. Al día siguiente se descubrió su escondite en Medellín.
Mientras las fuerzas colombianas irrumpieron en el edificio, el narcotraficante y un guardaespaldas lograron llegar al techo. Siguió una persecución y un tiroteo, y Escobar, quien había dicho que: “preferiría tener una tumba en Colombia que una celda en Estados Unidos”, murió acribillado.

UN DESALMADO
Pablo Escobar Gaviria, el Patrón, ha sido protagonista de un sinfín de canciones, películas, series de televisión y de plataformas digitales, obras literarias y fetiches, que; sin embargo, no alcanzan a reflejar la entraña de este personaje complejo que estaba muy lejos de lo que se entiende como ser humano.
Hay quienes hablan de la narcocultura, lo que es absurdo y aberrante, puesto que la cultura es el cultivo de los grandes valores que dan esencia a la hominidad: arte, ciencia y moral.
Nada de ello corresponde a la exaltación de los instintos primarios en su más baja expresión. Poseer ropa y calzado de diseñador, joyas exclusivas, autos de lujo, aviones, yates, residencias, ranchos y cualquier cosa que exalta el ego, incluyendo a las mujeres más hermosas del planeta y animales exóticos, no es criticable si son merecidos; pero, si nada tienen que ver con el empeño del creador, los afanes y desvelos del científico o la piadosa entrega del justo, se percibe más bien como algo brutal.
Algunas de sus más notables canalladas fueron el asesinato del ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla. Se estima que asesinó a 4 mil enemigos personalmente o con ejecutores.
Lara fue ultimado por sicarios contratados por el Cártel de Medellín tras convertirse en una amenaza para Escobar. El 30 de abril de 1984, recibió un aviso de la cúpula militar: el grupo criminal tenía diseñado un plan para asesinarlo por lo que debería modificar sus rutas de movilización.
Nada valió: desde una motocicleta que alcanzó a su vehículo le dispararon 25 balas, siete de ellas impactaron en diversas partes del cuerpo. El ministro murió en el lugar.
Su inquina contra la prensa tuvo su origen en que el director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza, dedicó una serie de editoriales exigiendo que las autoridades colombianas actuaran en contra de los cada vez más poderosos narcotraficantes.
La férrea postura de Cano contra el capo de Medellín significó su sentencia de muerte. El 17 de diciembre de 1986, el director fue ametrallado al abordar su vehículo después de salir del diario al término de su jornada laboral.
Luego de condenar el asesinato del coronel de policía Valdemar Franklin Quintero, el 18 de agosto de 1989, Luis Carlos Galán, el favorito para ganar las elecciones presidenciales en Colombia, afirmó que: “Ningún ciudadano puede ser espectador de la lucha de las autoridades contra la violencia”. Por la noche, él mismo fue acribillado con ráfagas en la plaza central del municipio de Soacha a los quince minutos de haber iniciado su discurso de condena al narcotráfico.
El 6 de diciembre de 1989, la sede del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) en Bogotá, fue escenario de una verdadera carnicería cuando el Cartel de Medellín hizo explotar un autobús cargado con media tonelada de explosivos que convirtieron en escombros el edificio, dañó construcciones a diez manzanas a la redonda y dejó un cráter de cuatro metros de profundidad, como advertencia al gobierno para que derogara el decreto de extradición de capos a Estados Unidos. Hubo 63 muertos y decenas de heridos y mutilados.
Con la intención de asesinar a César Gaviria Trujillo (luego presidente de Colombia), quien finalmente no abordó la nave, Escobar hizo explotar, la mañana del 27 de noviembre de 1989, el Boeing 727-21 de la aerolínea Avianca que había despegado de Bogotá con destino al aeropuerto de Cali.
Cuatro minutos después de alzar el vuelo, la gigantesca aeronave se convertiría en una bola de fuego cayendo desde el cielo. Las 107 personas que iban dentro, entre pasajeros y tripulación, murieron. Otras tres que estaban en tierra también fallecieron, víctimas de los escombros que cayeron.
Todo esto pinta a Pablo Escobar Gaviria de cuerpo entero, un cuerpo sin alma.

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