
Doña Meche no sabe que a unas cuantas cuadras de su casa está la mansión de doña María de la Garza, construida con cantera y mármol de Carrara y en su interior todos los lujos que el dinero puede ofrecer.
Ambas viven en San Pedro, el municipio con mayor ingreso per cápita del país y donde habitan parte de las familias más acaudaladas de México.
Sin embargo, Mercedes Rodríguez, de 63 años, mejor conocida como doña Meche, sobrevive en una casita derruida de la colonia Plan de Ayala, donde junto a un centenar de familias, vive de manera irregular en terrenos federales.
Es la otra cara de San Pedro, el lado pobre del municipio más rico de México.
La zona pujante de esta ciudad es sede de grandes corporativos como Cemex, Vitro, Femsa, Pepsico; de complejos comerciales, boutiques, discotecas y restaurantes exclusivos.
En este municipio donde su infraestructura e imagen es espectacular, aún tiene zonas donde la pobreza y marginación son el pan diario de los que ahí habitan.
Separados geográficamente por el río Santa Catarina, se encuentra el ala pobre de San Pedro, la otra cara, en la que no hay mansiones elegantes o grandes corporativos, ni lujosos automóviles o apellidos de alcurnia.
Lejos de vivir bien, sufren carencias y marginación.
Posicionados en terrenos federales por más de 50 años, han servido al San Pedro rico como plomeros, fontaneros, jardineros, mecánicos y sirvientas.
Aun y cuando han contribuido a la grandeza de San Pedro y se sienten orgullosos de ser sampetrinos, no son dueños de su tierra.
Gozan de los servicios de luz, agua, gas y teléfono, pero no pueden dar de alta un negocio porque no pagan predial.
Sus calles apenas conservan el pavimento y algunas luminarias han dejado de funcionar.
Complejos deportivos que se han privatizado les han quitado las pocas esperanzas de que los jóvenes tuvieran un lugar donde jugar y alejarse de las drogas y las pandillas que gobiernan esas colonias sanpetrinas.
Por más de 15 años, don Julián Sánchez y varios habitantes de esas colonias han luchado porque se les tome en cuenta en programas, proyectos y regularización de las colonias posicionadas pero el municipio sigue haciendo caso omiso.
Cada vez ven más lejos el sueño de tener un pedazo de tierra propio. Las promesas que en campaña les hacen apenas tomando el poder se esfuman.
Más de cinco décadas han tenido que soportar la marginación de un municipio que se jacta de ser el más rico, pero que ha descuidado a su gente que no tuvo la fortuna de nacer en una cuna de oro.
Esa gente que se vio orillada a posicionarse en tierra ajena para poder vivir.
Cinco años como servidora doméstica en las residencias de la prestigiada colonia Del Valle trabajó doña Meche.
Hace 50 años que llegó a la calle Las Palmas de la colonia Plan de Ayala, siendo apenas una niña.
En un tejabán vivía toda su familia que se dispersó después del huracán Gilberto en 1980.
“Fui sirvienta por cinco años en las casas Del Valle y en nada se parecen esas casotas a la mía. Ellos tienen todo”, dice doña Meche siempre con una sonrisa.
Hoy, a sus 63 años y viuda hace cuatro, vive de su pensión que le da el municipio por 25 años de servicio barriendo las calles de San Pedro y cuidando a sus tres nietos mientras su hija vende dulces en la calle.
“Vivemos al día, oiga. Yo cuido a tres de mis cinco nietos mientras mi’ja chambea porque su esposo la dejó”, comenta la ancianita.
Su casa, con paredes de material y techo de cartón y lámina, se va desmoronando día con día.
Como puertas unas cortinas. En el interior de los cuartos todo está en deplorables condiciones. Unos colchones desgastados por el tiempo y sobre el piso son las camas.
La cocina forma parte de la recámara de doña Meche, quien duerme en el suelo para dejarles el colchón a sus nietos.
El baño de doña Meche es una fosa donde realizan sus necesidades pues la taza sólo está de adorno.
Ella no sabe lo que es vivir en el municipio más rico de San Pedro. Lo que sí tiene bien claro es que no es propietaria de su casa.
“Es feo no ser dueña de esta tierra. El terreno es federal y pos vivemos con el Jesús en la boca, esperando a que nos echen”, contesta doña Meche.
vida de nomadas
15 niños y 12 adultos viven en una de las últimas casas de la calle Palmas de la colonia Plan de Ayala.
Es la familia Zavala Aguilar que lleva diez años viviendo en ese lugar.
“Vivíamos en San Pedro 400 pero tuvimos que salir de allá por problemas y nos vinimos a posicionar aquí”, dice María Estela Aguilar, de 51 años.
Para esta familia, originaria de Ojo Caliente, Zacatecas, la vida no ha sido fácil pues han tenido que vagar sin rumbo, posicionándose en varios lugares de San Pedro.
“Mis padres, don Isidro Aguilar y María Teresa Mercado, llegaron en 1962 y se asentaron del otro lado del río Santa Catarina”, comenta María.
“En ese entonces, las casas llegaban hasta la avenida Corregidora y donde llegamos era puro monte”, agrega.
Con el paso de los años y a causa de estar en terrenos privados, tuvieron que emigrar a San Pedro 400 donde se posicionaron nuevamente.
A raíz de un accidente que sufrió don Isidro y lo dejó discapacitado de por vida, tuvieron que abandonar ese lugar posicionándose nuevamente en la colonia Plan de Ayala.
Actualmente, María Estela y su esposo Erasmo comparten su casa con sus cinco hijos, nueras y nietos, siendo en total de seis familias las que habitan en el mismo lugar.
Don Isidro y doña Teresa tuvieron que irse a vivir con su hija Manuela porque ya no cabían en la casa de María.
Han sido nómadas desde que llegaron a Nuevo León, sin tierra propia ni identidad y trabajando en las residencias de los ricos.
“Se siente uno triste porque vivimos en un municipio bonito y le trabajamos a las casonas del Valle, pero no tenemos un terreno propio donde podamos construir una casa digna, se siente uno como arrimado”, dice con melancolía María.
“Me frustra el saber que no les estoy dejando nada a mis hijos. Me siento impotente al no poder ofrecerles una vivienda digna para ellos y sus familias”, agrega.
Su vida la ven pasar en las inmediaciones de terrenos federales, esperando el día en que tengan que desalojarlo.
“No es que quiera uno aprovecharse al posicionarse, pero es que no nos alcanza pa’ comprar un terrenito. La necesidad nos obliga a estar aquí”, dice doña María.
“Sabemos que hay proyectos para estos terrenos y el día que los hagan tendremos que salir irremediablemente”, agrega.
La casa de los Zavala Aguilar está dividida en seis habitaciones donde vive una familia por cuarto. Sólo tiene una pared de concreto y todo lo demás está construido con madera, cartón, plásticos y piso de tierra.
En esa vivienda, donde todo luce amontonado y sucio, los 27 integrantes de la familia Zavala esperan el momento en que suceda el milagro de tener una propiedad y no seguir viviendo como nómadas, sin identidad ni tierra propia.
“Sí tenemos sueños. Soñamos en vivir bien, con una casita propia, bonita y arreglada. Soñamos en tener una vida digna”, concluye.
Don Julián Sánchez tiene 57 años de edad y 40 de vivir en la colonia irregular Lucio Blanco, es el líder de su comunidad.
Estudió hasta segundo de primaria y trabajó por muchos años como chofer, jardinero y pepenador para las residencias de San Pedro y el municipio.
Tras toda una vida de trabajo, decidió hacerse comerciante, lo que le permitió comprar una computadora, instruirse en cuestiones legales y convertirse en el portavoz de su colonia ante la presidencia municipal.
“Me nació servir a mi comunidad porque me cansé de ver tanta injusticia con la gente más ignorante que yo”, dice don Julián.
“La gente se conformaba con el no que les daban en presidencia. Yo les he demostrado que se pueden lograr las cosas. Si no es con el gobierno municipal, entonces con el estatal o federal”, agrega.
Sanpetrino de corazón, don Julián ve con tristeza el trato de su municipio para con los más vulnerables.
“Vivir en San Pedro es sentirnos discriminados. A la hora de hacer algún trámite de cualquier índole nos rechazan porque carecemos de tierra propia y como no tenemos ningún documento que garantice el uso de suelo, va pa’tras todo”, comenta con un dejo de molestia.
Impotencia es lo que sienten al ver negadas sus peticiones.
“Nos sentimos impotentes. No se puede con todas las barreras burocráticas que nos ponen”, dice. “Nos atienden con prepotencia algunos funcionarios, como el de Ordenamiento e Inspección, Desarrollo Urbano y otros”, añade.
La colonia Lucio Blanco cuenta con todos los servicios públicos, pero siguen asentados en terrenos federales, lo que hace dificil su regularización.
“Yo tengo aquí más de 40 años. Nos vinimos por la necesidad, porque aunque nacimos aquí en San Pedro, somos la clase desprotegida y marginada”, recuerda.
“No tenemos dinero pa’ comprar un lote en San Pedro porque están cotizados en dólares y por eso estamos de paracaidistas”, agrega don Julián.
Dice: “Si vamos en grupo nos atienden, oyen nuestra petición pero no la resuelven”.
Comentó que hace unos seis meses fue a solicitar apoyos deportivos para los niños y jóvenes de la comunidad y hasta la fecha no le han resuelto nada.
“Siempre es lo mismo en todas las administraciones. En campaña, todos los candidatos vienen y se vuelcan en promesas. La que más usan es la regularización de las tierras. Pero llegan al poder y se olvidan de lo prometido”, recuerda el comerciante
Para don Julián, el ser sampetrino es símbolo de orgullo, pero se siente desprotegido por su municipio.
“Siempre que escribo una solicitud de apoyo agrego que ‘somos la fuerza que ha hecho a San Pedro bonito. Somos gente de aquí, San Pedro nos interesa y estamos orgullosos de ser sanpetrinos y aquí queremos vivir’”, comenta el comerciante y líder.
Consciente de los proyectos que afectarán sus viviendas, don Julián espera que un día todo lo que han sufrido por su situación inestable se resuelva y que el gobierno voltee a ver a esta zona que vive en marginación en uno de los municipios más ricos de México.
“Mi sueño es que los que vivimos en terrenos irregulares nos traten como gente digna que somos. Merecemos el mismo trato que alguien que vive en el Valle o en el Casco, porque hemos dado nuestros talentos por el progreso de San Pedro”, concluye.