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Los sobrevivientes de Alton… con la tragedia a flor de piel

16 de marzo de 2010 por José Manuel Meza

En el lejano 1989 el pueblo de Alton, localizado a unas millas de McAllen, saltó a la fama por una noticia que sacudió al mundo: un camión escolar cayó a un enorme lago artificial con 81 alumnos de secundaria y preparatoria del Distrito Escolar de Mission a bordo. Veintiuno de ellos perecieron ahogados y por las heridas que sufrieron al momento del impacto.
En la esquina de la calle Bryan y la milla 5, un vehículo repartidor de la compañía Coca Cola Valley golpeó la unidad de los estudiantes, lanzándolos por el barranco. Eran las siete y media de la mañana y el que parecía ser un día normal en un abrir y cerrar de ojos se volvió un infierno.
En el fondo del agua los jóvenes y niños luchaban por sus vidas, saliendo algunos por las ventanas y la puerta principal del autobús. La trasera jamás se abrió. Unos lograron ponerse a salvo por su propio esfuerzo, pero otros, al notar que sus hermanos no habían salido volvieron a sumergirse para ya no regresar.
El lugar de los hechos todavía guarda aspectos de aquel 21 de septiembre negro, detalles que para muchos hacen imposible olvidar la desgracia.
Esa misma esquina donde ocurrió el suceso sigue casi igual, la diferencia estriba en que sólo se colocaron unas vallas de contención y postes de energía eléctrica.
Hasta hace poco las autoridades instalaron semáforos, paradójicamente, a dos décadas de la muerte de los estudiantes.
Aún así, el sitio repleto de cruces, placas y arreglos florales, sigue siendo peligroso. Detrás de la parafernalia vial, se encuentra el mismo despeñadero y el mismo estanque, junto al cual se construyó un polémico parque de diversiones, que dividió a los habitantes de un poblado que apenas supera los 4 mil habitantes.
Hay quienes piensan que el lugar del accidente debe ser de meditación, mientras que para otros representa la oportunidad de cambiar el estigma de desgracias que inescrutablemente ha flagelado este punto del mapa geográfico, el cual sigue siendo noticia por el elevado número de soldados muertos en la Guerra de Irak que de aquí son originarios.
Rubén Pérez, quien conducía el camión de Dr. Pepper –subdivisión del gigante de las bebidas gaseosas–, fue a juicio, al que pocos acudieron. Más tarde resultó absuelto cuando se confirmó que le fallaron los frenos. De acuerdo a los términos del pleito civil, caso C4130/91/G celebrado en el tribunal 370 del condado de Hidalgo, se acumularon 350 querellas, por las cuales se abonaron 150 millones de dólares (unos mil 950 millones de pesos en moneda actual) a los padres de los chicos accidentados. Al final Coca Cola les dio a éstos 144 millones.
A cada familia que perdió uno de sus integrantes le fueron asignados 4.5 millones, mientras que los 60 niños que se salvaron obtuvieron un estimado de entre 500 y 900 mil dólares (alrededor de seis millones y medio y casi 12 millones de pesos).
María Alfaro, Roberto Bazaldúa, Margarita Buentello, Carmen Canales, Elda Cruz, Raúl Flores, Elizabeth Flores, Abdón García, Armando González, Ruby López, Martha Amelia Lozano, José Luis Ortega, Verónica Pérez, Yesenia Pérez, Román Quintero, Apolonia Regalado, María Regalado, Anna Rodríguez, David Sáenz, Michael Sáenz, y Alberto Vázquez, fueron los 21 alumnos, todos ellos de familias mexicanas de primera generación, quienes tuvieron el fatal desenlace.

LOS RECUERDOS LO PERSIGUEN
Una persona para la cual estos 20 años tienen un gran significado es René López, subjefe del Departamento de Bomberos de Mission, quien el día del incidente desempeñó un rol preponderante en las tareas de salvamento.
En aquel entonces este rescatista recibió, a su decir, la mayor de las lecciones. Asegura que hasta hoy, pese a los años de servicio que acumula en la corporación, ninguna emergencia se le equipara a la que protagonizaron esos jóvenes y niños en Alton.
“Fue un accidente muy terrible. Todos esos chamacos, niños y niñas eran estudiantes aquí en Mission. La desgracia fue para los habitantes de toda la región una cosa muy fea y muy trágica.
“Los socorristas del pueblo de Alton hicieron lo que pudieron, pero su capacidad de respuesta se desbarató. Nos llamaron para asistirlos y darles el primer auxilio a los heridos. Ese día yo estaba de descanso. Me hablaron para que fuera a la estación de urgencia, porque algo inédito había pasado.
“A partir de entonces la coordinación de los equipos de rescate fue tan extensa, que se tuvieron que enviar niños en estado delicado hasta los hospitales de Corpus Christi”, relató el entrevistado.
López manifestó que jamás imaginó el monstruo al que él y sus colegas se enfrentarían.
“Fue un acontecimiento que comenzó mal, que se puso peor y luego más peor… Nosotros habíamos entrenado para rescatar gente de los autobuses; semanas antes nos donaron un camión y comenzamos a romperlo durante un simulacro.
“Lo pusimos de lado y sacamos a las personas por el techo, el piso, pero nunca supimos que pronto lo tendríamos que hacer en la vida real y cinco metros bajo el agua. En otras palabras todo lo que entrenamos no sirvió de nada, había que aprender todo nuevo y contra reloj”, ilustró el testigo.

– ¿Cuál fue su impresión al llegar al lugar del accidente?
“De enorme impacto por lo que mis ojos estaban viendo. Fue demasiado grande el tamaño de la tragedia. Comenzamos los rescatistas a concentrarnos en un área. Ya teníamos unos 30 bomberos bajando mecates. Todos nos enfocamos en algo.
“Había muchos muchachos en el agua, muchos parados arriba del camión. Yo no entendía cómo era que se encontraban ahí, porque cuando yo llegué no miré el bus, pero vi gente parada literalmente sobre el agua.
“Eso me sorprendió. Los bomberos empezaron a nadar para sacar a los niños y darles los primeros auxilios. Se metieron también los padres, los tíos y los primos que llegaron de los barrios cercanos. En la desesperación algunos utilizaron mangueras de jardín para escalar, porque el lugar estaba muy profundo. Había mucha gente que se echaba encima y el desorden era tanto que entorpeció nuestro trabajo”, señaló.

SUCESO MUNDIAL
René López explicó que el accidente de Alton originó una ola de fraternidad y apoyo en varios rincones del planeta. El sentimiento de dolor por la pérdida de los 21 adolescentes unió también al pueblo texano.
“Yo recibí llamadas desde Japón, de países de Europa; gente preocupada preguntando qué estaba pasando. Los noticieros querían saber y recibimos tantas llamadas que el teléfono de la ciudad de Mission se descompuso por unas tres horas.
“Recuerdo que el mismo día del percance llegaron para ponerse a nuestras órdenes 15 buzos profesionales con su equipo. Sobraron personas que querían colaborar; barcos, enfermeras, doctores. Las labores de rescate duraron unas 12 horas, desde las siete de la mañana y los niños que lamentablemente no sobrevivieron fueron trasladados a la morgue.
“Muchos se golpearon, no había cinturones de seguridad. Los que no murieron se pegaron en los fierros. El camión chocó de frente y luego cayó de lado, así que todos esos chicos venían con heridas, cortados, quebrados, noqueados”, describió el servidor público.
Una de las impresiones más fuertes que recibió el bombero López fue observar en los rostros de los padres el dolor y la angustia por haber perdido a sus hijos.
“Yo tengo familia y es una cosa que yo nunca quiero experimentar, porque era muy duro para ver y para comprender…, porque ellos perdieron a seres queridos de entre 12, 13, 14 y 15 años de edad.
“Obviamente el ánimo de las familias y de todos en general estaba derrumbado. Por la noche sabíamos qué casas eran las de los chamacos que murieron, porque al pasar por el barrio se miraba a la gente afuera.
“Muchos no pudieron consolarse aún ni en los días posteriores. Se sentía uno mal, por ese ambiente de que algo faltaba. Las escuelas permanecían calladas. Nuestras ciudades hermanas lloraban, porque era complicado salir del shock en el que nos encontrábamos los que vivimos de cerca ese evento”, evocó este bombero, quien ahora reconoce que a pesar de seguir entrenando, nunca sabe a qué emergencia va a va hacerle frente.

SUMIDA EN DEPRESION
Alguien más para quien la muerte de los estudiantes de Alton fue causa de un profundo dolor es Ada Castillo, la maestra de inglés que les dio clases a algunos de ellos.
“Yo tuve a varios muchachos conmigo, pero recuerdo a una en especial que se llamaba María Regalado. Era una niña que se sentaba al final de la fila, pero muy respetuosa, muy linda. Además de eso algo tímida.
“Me acuerdo que a los niños les encargué que escribieran unos ensayos. Ella escribió el suyo, me lo entregó y yo me quedé con éste, porque los estaba alzando en unas carpetas para pasárselos más adelante y después de eso, al presentarse el accidente, ella no sobrevivió, así que fui y le entregué a su mamá el ensayo aquel”.
“Además algunos de los muchachitos que fallecieron yo los tuve en la secundaria; habían sido mis alumnos y luego estuvieron conmigo aquí en mi primer año de preparatoria, así que fue algo muy difícil para nosotros los maestros, pero más para los padres y los hermanitos que perdieron a sus seres amados”, refirió.
La maestra Castillo comentó que cada uno de sus estudiantes son para ella como sus propios hijos.
“Uno se encariña con ellos. Los maestros somos los segundos padres. En el caso de María, ella tenía 14 años cuando murió. Su carita no se me olvida. Su familia era muy linda gente, humilde.
“Sí, yo la vi jugar, participar y recibir sus tareas. Aunque han pasado 20 años uno recuerda esta tragedia como si hubiera sido ayer, porque fue algo muy horrendo y algo que nadie esperaba”, agregó.
La “teacher” relató que el día del accidente se dirigía para su trabajo cuando prendió el radio y escuchó lo que estaba sucediendo.
“Ahí me enteré de la desgracia, así que llegué a la escuela a ver si alguien de mi salón no había sufrido ese problema. Era en aquel entonces el director el señor Zapata. Se corrió la voz y luego empezaron a difundir la noticia por televisión.
“Tras conocer que había ocurrido esto mi temor como maestra era que al hacer el pase de lista enterarme que alguno de mis muchachos no estuvieran, que no respondieran ‘here’, como dice uno aquí, presente. Fue algo muy tormentoso”, indicó Castillo sin poder ocultar sus lágrimas.

SIGUEN EN LA MEMORIA
Por su lado, Janie Connelly, quien ahora es la directora de la Mission High School, coincidió con quienes vivieron de cerca el suceso de los jóvenes que cayeron al agua en ese autobús.
“La verdad sí es como si hubiera sido ayer, exactamente. Cuando pasó eso yo era maestra de inglés y me acuerdo que lo primero que oímos en las bocinas de la escuela y rumores que andaban ahí, fue que había ocurrido un accidente de tráfico en Alton, pero como los camiones son tan grandes y resistentes nosotros no pensamos que hubiera habido muertos.
“Posteriormente unos profesores que no tenían clase comenzaron a escuchar que el accidente era mayor de lo que nos imaginábamos. Desafortunadamente ese lago estaba muy sucio porque había aceite y tóxicos ahí. El bus estaba al revés y los niños no podían salir. Muchos escaparon, pero muchos no. Veintiuno de ellos fallecieron ese día”, revivió.
La educadora entrevistada lamentó que hubo casos de familias que perdieron a dos de sus miembros en el mismo lugar.
“Diecinueve murieron en el estanque y dos alcanzaron a llegar al hospital, pero sus pulmones no soportaron el agua contaminada de esa presa (artificial).
“Posteriormente lo que hicimos todos nosotros fue reunirnos en el estadio Tom Landry,. Hubo miles de personas ahí, en su memoria. En seguida cada niño y cada niña tuvo su velorio. Las funerarias de aquí estaban llenas, algo que para todos resultó muy triste”, recordó Connelly contagiada de tristes emociones.
La directora de la Mission High School agregó que los niños sobrevivientes quedaron traumados por el suceso en el que perdieron la vida sus compañeros, por lo cual tuvieron que recibir ayuda psicológica.
“Muchos de los chicos que se salvaron fueron rescatados por los que fallecieron, porque cuando vieron que el hermanito o la hermanita no había salido se metieron de vuelta al agua, entonces ellos por el cansancio claudicaron.
“Las mamás venían aquí todas desesperadas porque no sabían dónde estaban sus hijos. Querían verlos y estar seguros de que estaban bien. El principal (director de la escuela) decidió continuar las clases porque así iba ser más fácil controlar a los niños y saber a ciencia cierta quienes habían perecido”, dijo.
De manera que a 20 años de una historia empapada de sufrimiento y melancolía, los pueblos de Alton y de Mission guardan perfectamente en la mente el accidente en el que el autobús con los adolescentes cayó a ese profundo y ancho hueco lleno de agua. El capítulo no ha sido cerrado.

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