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Opera rock Corazón GiTano

30 de noviembre de 2009 por El Tifoso

Su anhelo era volver para enfundarse la casaca de rayas azules a la que tanto quiso. No le alcanzó el tiempo, ni se lo permitió el corazón.
Cruzó el mundo y anduvo millones de kilómetros para encontrar destino y terruño, sin saber que el destino lo regresaría al terruño, años después y envuelto en una mortaja.
Su vida fue una ópera rock, con todos los elementos dramáticos de las grandes propuestas de Broadway, esas que lucen estrenos abarrotados, por los actores de renombre que ocupan el escenario.
Llegó muy lejos de donde empezó, nada mal para un muchacho con habilidades sobresalientes, que empezó jugando en la calles, se desarrolló entre los amateurs, e impresionó en su salto como profesional.
Cuando debutó, fue una maravilla. Parecía tener alcurnia futbolera, hechuras de estrella, como si su signo zodiacal lo hubiera preparado para lucir señorial y altivo. Pero tenía en su aspecto un acento raro, que lo hacía verse llanero, de barriada. Era su cabello largo. Lucía como un artillero de época, de esos que se encuentran en fotografías color sepia en antiguas revistas prediluvianas, que mencionan, entre los nombres de moda, a Carbajal, Cárdenas, Jamaicón, Garrincha, Puskas, Kubala, DiStefano.
Los antiguos jugadores que se rompían las tibias en las ligas de aficionados, lucían modas estrafalarias que imitaban a los encumbrados jugadores sudamericanos.
Así parecía este chaval, de un tiempo pasado, con su greña larguísima, que volaba libre, como una metáfora de su propio espíritu sin ataduras, indomeñable, un tipo esmirriado y flaco, pero con unas piernas robustas, como patas de mesa de billar.
Durante uno de sus muchos pináculos que tuvo en su carrera, dejó la ciudad, por líos con un entrenador, que le impidió consolidarse. Probó fortuna en ciudades lejanas, pero ya no pudo regresar por unos tipejos llamados caballeros, que pactaron para impedirle poner un pie frontera adentro.
Una sentencia judía asegura que los valientes mueren por la espada. Este muchacho se fue sin despedirse. Fue la espada de la vida, cruel y despiadada, aunque incruenta, la que se ocupó de segarle a él y tronchar su camino con un golpe inoportuno, en el momento mismo en el que se ilusionaba con regresar a la casa, como el hijo prodigioso que regresa con su madre, luego de una travesía prolongada en la que tuvo triunfos y penalidades, glorias y agonías.
Se veía cansado de andar. Quería colgar las ropas de gitano. Había tragado ya mucho polvo de los caminos y se sentía deseoso de una sopa caliente en casa. Pobre. Se ilusionaba con regresar con sus padres, hermanos, a la casa de Dios que es la de la familia. Su vuelta era inminente. El mismo se había visto en sueños volviéndose a calar, de nuevo, la piel que lo lanzó al estrellato y que nunca dejó de amar.
Sería el regreso de la temporada, la espectacular resurrección de Lázaro superstar. La afición, sedienta de drama, lo acogería de vuelta y lo arrullaría en su siempre cálido seno. Lo había visto por años en televisión, anotar goles enfundado en camisas de colores extraños y escudos exóticos. Pero lo querían de regreso para que ocupara su lugar de bombardero del área. El, que tanto jugó por el mundo, nunca pudo proclamarse campeón. De seguro en su ciudad lo sería.
A unos días de regresar, el sueño se esfumó. La muerte es final y comienzo, la mejor solución, la respuesta definitiva a todas las vidas, el tónico infalible que regresa la normalidad, cancelando sueños y aspiraciones con el frío manto de la nada.
Bueno, finalmente, encontró en su pueblo un acomodo en la eternidad. La misma hinchada que lo aclamaba, al ya no tenerlo, decidió convertirlo en leyenda exprés.
La historia tiene un desenlace que es real, pero inesperadamente cursi, como es la vida misma: su hermano sigue su camino y lo vindica con goles en el momento decisivo, apenas unas horas después de que los restos mortales llegan empaquetados desde el destierro.
Es esta la Opera Rock del Corazón GiTano.

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