
Acomodado en su viejo escritorio, don Fernando teclea letra por letra en su vieja máquina de escribir. Con mucho cuidado acomoda la cinta, el papel y quita el improvisado seguro de su instrumento de trabajo –un viejo rastrillo– para continuar con el llenado de una factura.
El golpeteo de las teclas que se produce cuando el escribano trabaja es un sonido desconocido para las nuevas generaciones. A diferencia de las usuales computadoras que con sólo un leve toque implantan la letra en la pantalla, el escribano utiliza la fuerza y la agilidad de sus dedos para imprimir las letras en el papel.
Si acaso alguna de las ellas se “empalma”, con mucho cuidado las separa, cuidando siempre que su trabajo sea impecable ya que si su competidor principal –la computadora– no admite errores, él tampoco.
Al terminar, don Fernando entrega al cliente dos facturas listas para ser cobradas. Satisfecho el cliente paga por el servicio 40 pesos, dinero que el escribano utiliza para hacer la cruz en su pecho en señal de gratitud, pues a últimas fechas las teclas ya no se mueven como antes.
Fernando Javier Vela, de 53 años, es originario de Díaz Ordaz, Tamaulipas y hace cuatro décadas llegó Reynosa para aprender el oficio de escribano con su tío Juan Vela, quien laboraba en un pequeño local de madera de apenas dos metros por dos metros ubicado en los pasillos de la Oficina de Correos, donde se ganaba la vida llenando formatos y redactando cartas de quienes saben leer y escribir.
Aunque al principio sólo le tocaba hacer mandados, don Fernando pronto pudo teclear sus primeras letras con la –en ese entonces– flamante tecnología de la máquina de escribir.
Inspirado en su familiar, el joven escribano se inscribió en la Academia Comercial Hidalgo; para costearse sus estudios, abrió su propio negocio a unos metros del local de su tío.
“En aquellos tiempos hacíamos cartas de 2 pesos, la carta más cara que hacía costaba 30 pesos que eran un oficio o algún documento importante. En la academia pagaba de colegiatura en el primer semestre 65 pesos, pero luego en tercero ya pagaba 75 pesos, así que a veces trabajaba todo el mes para sacar para mi colegiatura”, recordó.
AMANUENSE “MODERNO”
Luego de recibir su diploma como Tenedor de Libros y Secretariado, don Fernando probó fortuna en otras ciudades gracias a sus conocimientos de contabilidad y secretariado, pero la suerte hizo que regresara a su escritorio en la Oficina de Correos de Reynosa.
“Una vez trabajé con un señor en Díaz Ordaz pero falleció y el negocio se vino abajo, entonces me vine nuevamente a Reynosa y aquí me quedé”, relata.
En este tiempo –finales de los años setenta– Reynosa se encontraba en uno de sus mejores momentos económicos, el precio del petróleo se cotizaba por las nubes y todos los días llegaban nuevos trabajadores de Pemex.
El flujo migratorio de los setenta, ochenta y hasta la década pasada, fueron siempre de gran ayuda para su oficio de redactor pues mucha de la gente que llegaba de otras regiones quería seguir en contacto con sus familiares y amigos.
Las cartas, postales y los giros monetarios eran de uso común por la población y aún con el teléfono había quienes redactaban misivas a través de don Fernando. Por otro lado los negocios estaban en su apogeo por lo que las cartas de recomendación y los contratos de arrendamiento de casas-habitación era lo que más le solicitaban a don Fernando quien incluso podía presumir de clientes fijos.
“Les hacía sus cartas de recomendación, tenía mucho trabajo en ese aspecto. Redactaba contratos de arrendamiento, cartas poder, había mucha clientela, cuestiones de trabajo. También tenía muchos clientes que no sabían leer o escribir y venían con uno para que les escribiera la carta”, indicó.
En ocasiones el escribano no sólo los complacía con la redacción de una carta, sino también les leía la respuesta.
Acostumbrado a platicar con la gente, escuchar sus historias y resolver sus dudas en cuanto al llenado de formatos, el amanuense relata que sus letras no sólo se enfocan a los negocios; a su escritorio también llegaban personas para solicitarle que les redactara sus cartas de amor.
“Todavía me piden cartas de amor pero esporádicamente. Vienen señores de cuarenta o cincuenta años que son ‘enamoradizos’ pero eso ya casi se ha acabado”, dijo.
Para don Fernando esto se debe a la poca costumbre que tienen las personas de escribir, que puede verse en la soledad que se vive en los pasillos de las Oficinas de Correo.
En sus 30 años de su oficio de escribano, don Fernando ha redactado miles de cartas, algunas para dar buenas noticias, otras para informar del fallecimiento de un familiar e incluso algunas misivas tan chuscas y poco comunes que el amanuense no olvida.
Tal es el caso de un hombre que sólo recuerda que tenía alrededor de 70 años de edad quien le pidió que le redactara una carta para su sobrino que decía más o menos así:
“Espero que te encuentres bien, te envió un saludo. Oiga sobrino, fíjese lo que le voy a decir, coma camotes sin pena, cuide su casa y deje la ajena. No se meta en las patas de los caballos por qué lo patean, sea ‘machin rin’, no sea ‘pintarrón’.
Prácticamente el señor regañó en dos cartas a su sobrino y hasta llenó dos hojas, luego firmó la carta, puso la dirección y así la mando”, cuenta el escribano que años después todavía se ríe con la anécdota.
EL PASO DEL TIEMPO
Con más de treinta años en el mismo lugar, todos conocen a don Fernando y a su tío que todavía hasta el pasado mes de abril continúo redactando cartas, hasta que una caída le impidió volver a su oficio.
Fue así como el único escribano que queda en la Oficina de Correos es don Fernando, quien también ha pensado en retirarse del lugar pues la clientela no es la misma que hace diez años y con el paso del tiempo la mayor parte de las personas ya no lo necesitan pues tienen acceso a una computadora.
Aún así este hombre no se rinde y sigue ofreciendo sus servicios, especialmente para realizar trámites.
“Tenía mi formato para redactar lo que fuera, carta poder, telegramas, ahora todo mundo lo hace a pluma y lo mío –escribir a máquina– ya casi está abolido porque van directamente a la computadora que me quita los clientes, ya no se usa llenar formatos”, menciona con tristeza.
Otra de las razones por la que su trabajo ha mermado es porque la población ya no recurre a las Oficinas de Correo a enviar cartas o dinero.
“Venía mucha gente a poner dinero para Veracruz, ahora Elektra manda dinero, los bancos y hasta Famsa también lo hace, aquí prácticamente ha caducado todo eso”, dice.
Sin embargo, un asomo de optimismo se refleja en su mirada detrás de sus gruesos lentes al mencionar que a pesar de la tecnología, tiene clientela fija.
“Yo sigo porque tengo tiempo y hay gente que me conoce, y requiere que le haga el contrato y cuestiones que no hace la computadora. Todavía me buscan y por eso he sobrevivido”, afirma.
Aunque escaso, todavía tiene trabajo y presume hacerlo muy bien, especialmente las facturas.
“Tengo mucha práctica y lo hago a media velocidad. No cometo errores porque si hay un error ya no pagan la factura”, menciona.
“Aquí en la Oficina de Correos todos estamos batallando porque casi no hay trabajo. Esto decayó como en el año 2000 por la entrada de las computadoras y la crisis no nos había pegado como ahora, ha sido más dura que en otros sexenios. Ya hice mi plan de retirarme este año porque el otro no se que vaya a pasar esta todo muy flojo”, se queja.
Aunque don Fernando siempre supo que no le ganaría la batalla a una computadora, todavía tenía la esperanza de sobrevivir, sin embargo, la crisis seguramente lo obligará a cerrar su negocio y guardar su máquina de escribir.
Y es que aunque ya había tenido malas rachas, nunca había vivido una situación como la actual, por lo que seguramente está a punto de dar sus últimos golpeteos en la máquina de escribir para ponerle punto final a toda una vida de vivir de las letras.