
Han pasado nueve años desde la peor tragedia que se haya registrado en la historia de la actividad de Petróleos Mexicanos en el Estado de Tamaulipas: la explosión en la Central de Medición kilómetro 19, ubicada sobre la carretera Reynosa-Monterrey.
Esa triste mañana, una ola de fuego apagó la vida de más de 30 trabajadores de la paraestatal y de algunas empresas que les brindan sus servicios, además de que dejó a decenas más con marcas que los acompañarán por el resto de sus días.
En lo personal la tragedia me tocó, pues tengo una gran simpatía por las personas que trabajan en la industria petrolera.
Como parte de mi actividad periodística, me tocó ver de primera mano la forma en la que los petroleros mexicanos mantienen funcionando a niveles de excelencia mundial las plataformas ubicadas en el Golfo de México y los pozos de gas tanto en la Cuenca de Burgos como en la de Chicontepec, Veracruz.
Durante esos recorridos, donde Pemex me permitió ser un testigo privilegiado, me quedó claro al alto nivel de reconocimiento que tienen estos trabajadores mexicanos entre sus contrapartes extranjeros.
Ingenieros argentinos, holandeses, británicos y norteamericanos, no tenían más que alabanzas para los aztecas, para quienes no había un problema que no pudiera sortearse, un pozo que no se pudiera perforar, una meta que no pudiera cumplirse.
Aún suenan en mi memoria las palabras de un ingeniero argentino, jefe de un pozo ubicado en la Cuenca de Chicontepec.
“Los mexicanos son los mejores, yo no tengo que hacer prácticamente nada, más se tarda en surgir un problema que ellos en resolverlo. Son los mejores del mundo y eso que he trabajado en Siberia, Asia y Estados Unidos”, dijo.
Además de esta admiración, la tragedia me tocó de manera personal pues conocía a algunos de los que perdieron la vida en el accidente.
Es por ello que desde un principio me indignó la forma en la que las entonces autoridades de Pemex trataron la tragedia.
Desde el primer minuto de la explosión su intención era esconder las cosas, mentir, proteger a sabe Dios quién.
Mintieron sobre el accidente, mintieron sobre la cifra de muertos, mintieron sobre los daños, los desaparecidos, los lesionados.
Pero como siempre pasa, una a una sus mentiras se fueron cayendo con el paso del tiempo y la presión de los familiares de las víctimas.
Sin embargo, la mayor bofetada a los que perdieron la vida se dio cuando anunciaron que toda la información relacionada con las causas de la explosión, misma que ayudaría a identificar a los que fueron responsables del estallido, iba a mantenerse en secreto y sellada por los siguientes 15 años. “Es por seguridad nacional”, alegaron.
A partir de entonces la táctica de las mentiras se reemplazó por la táctica del olvido. Apostaron a borrar de la memoria colectiva la explosión y sus víctimas.
Incluso, en estos días hay caraduras quienes ofendiendo la memoria de quienes perdieron la vida, presumen cifras de “días sin accidentes” alegando que la explosión fue en unas instalaciones ubicadas a un lado de las que, según ellos, no tienen percances.
La estrategia ha fallado. Muchas personas aún esperan justicia por sus muertos y no se creen las mentiras que les han dicho pues tienen la firme intención de no descansar hasta que
la encuentren.
Ya lo dije: el tiempo descubre todo y poco a poco han surgido indicios de una criminal estrategia iniciada en el sexenio de Felipe Calderón, pero exacerbada por la administración de Peña Nieto, para desmantelar Pemex.
La idea, ahora se está empezando a saber, era cortar las líneas de vida de la paraestatal para poco a poco ir ahorcándola, sumergiéndola en una ineficacia que les permitiría justificar ante la opinión pública una Reforma Energética que no era otra cosa que la privatización de la industria petrolera.
Al ver esto es imposible no llamar a los fantasmas de Teléfonos de México, Ferrocarriles Nacionales, Comisión Federal de Electricidad y otras paraestatales que fueron desmanteladas para venderlos a precios de chatarra a empresarios que hoy están en las listas de los más ricos del mundo.
Mucho se ha hablado de válvulas defectuosas, suspensión de mantenimientos, reportes de fallas ignorados. Sin embargo, la realidad de estos rumores se mantiene escondida bajo un sello de confidencial.
La pregunta persiste: ¿los entonces responsables de Pemex habrán sido capaces de abandonar la Central de Medición Kilómetro 19 para atender una instrucción que les llegó de muy arriba?
Yo, la verdad, creo que sí.
Desgraciadamente faltan cuatro años para poder acceder a los documentos que nos demostrarían que estas sospechas son ciertas.