
México se despidió del hexagonal de Concacaf con un empate salobre a dos goles contra la selección de Trinidad y Tobago, el pasado miércoles 14 de octubre.
Con este encuentro se cerró la primera fase del ciclo mundialista que inició Javier Aguirre, luego del tiradero que dejó el sueco Sven Göran Erickson, quien fue relevado cuando el Tri iba a pique y en peligro de quedarse a medio camino rumbo a Sudáfrica 2010.
Pero la exhibición de la Selección Mexicana frente a los socca warriors en Puerto España, abrió la caja de las dudas que comenzaron a revolotear de inmediato en la patria futbolera como señales de alarma, despertando a los esperanzados aficionados que se ilusionaban con la supuesta máquina de ganar que había creado “El Vasco”.
(Y no se vale involucrar en esto a Maradona, que ya tiene bastante con la aporreada que le ha dado su prensa y su afición, por su carencia de ideas para plantar al equipo, y sus majaderías lanzadas tras su agónica clasificación. Argentina carga su propia cruz de tradiciones y campeonatos.)
En esta etapa de Aguirre, México consiguió cinco victorias en hilera para colocarse, al final en un segundo lugar que nadie sabe definir, hasta ahora, si es honroso o deleznable.
¡Es Concacaf! México no tiene porqué estar haciendo estos desfiguros, ni escupiéndose por encima del río Grande con los gringos para adueñarse el mote del gigante del área (lo cual, de por sí, tiene una connotación cursi y anacrónica). La tradición del futbol nacional tiene casi un siglo. Estados Unidos no acumula aún veinte años practicando la pelota pateada y ya puede enseñorearse como líder del pelotón de América del Norte y el Caribe. Pero no son ellos los adoctrinados autómatas que fabrican goles y puntos, y han asombrado al mundo. Lo que los hace parecer grandes es la inacción de sus competidores vecinos. Y no quiero hablar de Centroamérica, una de las regiones más pobres del planeta, que tiene problemas mucho más urgentes que el futbol. México no ha hecho cambios significativos, estructurales, fundamentales para evolucionar el juego. Los federativos, en sus cónclaves toman disposiciones tibias como la regla del 20:11, para darle juego a los juveniles. Se reactiva el torneo de reservas. Hay copa interna sub 17. Sí, son cambios que ayudan, pero no se les aplica como un sistema de planeación.
Parece, ahora, que la hazaña de Chucho Ramírez en 2005 con los cadetes tricolores en Perú, fue más producto de una circunstancia que el resultado de un esfuerzo institucional.
El empate ante TyT es una sacudida para Javier Aguirre. México se crece en los Mundiales, pero no lo suficiente –visto está– como para superar el enanismo emocional al que están sometidos jugadores y cuerpo técnico que ven como el cielo, la consagración, la gloria, el famoso quinto partido que redimirá todos los males y dará prestigio a quien acceda hasta ese lugar, aunque perezca en ese mismo encuentro mítico y añorado.
El Tri tiene mucho qué mejorar, después de la presentación descafeínada que ofrecieron frente a los trinitarios. Hay tiempo, no se sabe si hay capacidad.