Padecer hipertensión, obesidad y trabajar en el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Issste), la ubican como una persona vulnerable ante el Covid-19, pero lo que Nalleli De Léon Flores no imaginaba es que este virus le arrebataría algo más que su vida.
Se desempeña como personal administrativo en el área de Urgencias, en un horario de ocho de la noche a siete de la mañana en turnos alternados.
En ese puesto le ha tocado ver pacientes que llegan “realmente graves”, con infartos, víctimas de accidentes y algunos heridos a consecuencia de percances registrados en la ciudad.
SU PRIMER ENCUENTRO
CON EL COVID
A mediados de marzo, antes de que la pandemia afectara gravemente a Reynosa, llegó un joven severamente preocupado con su madre inconsciente a urgencias.
“El chico estaba muy alterado y el camillero acababa de subir a piso, así que yo saqué la silla, subí y metí a la señora, pero ya había muerto y él no se había dado cuenta. Días antes ella se hizo la prueba del Covid pero aún no le daban los resultados, y cuando salieron eran positivos”, comentó.
Nalleli había estado en contacto con la paciente positiva al virus, así que mantuvo un aislamiento preventivo, y afortunadamente no presentó síntomas.
Ahora su área de trabajo está aislada, sólo entran los enfermeros y médicos asignados. Se protege con cubrebocas, careta y gel antibacterial, pero no puede usar guantes porque es alérgica al látex.
“Mi cubículo está sellado y solamente por la parte de afuera el paciente me proporciona los datos de quién va a consultar”, explicó.
BUSCABA UN MEJOR FUTURO,
PERO ENCONTRÓ AL COVID
Gabriel, la pareja de Nalleli, se fue a Pátzcuaro, Michoacán, debido a una buena oferta laboral que recibió allá para desempeñarse como Contador Público.
“En su oficina eran como seis personas y compartía habitación con un compañero que empezó con algunos síntomas como fiebre, tos y dolor de cabeza; cuando Gabriel me platicó, le digo que use cubrebocas N95 y careta cuando estuviera con él, pero me decía que le daba pena por lo que pudiera pensar”.
El compañero de cuarto de Gabriel que no se cubría al toser ni usaba gel antibacterial, se negaba a acudir a consulta médica, pues pensaba que si lo hacía “ya no iba a salir porque todos los que entraban al seguro ya no salían”.
El día 20 de noviembre Gabriel le informó a su novia que tenía dolor de cabeza y garganta, ronquera y que su compañero se había agravado.
“Me comentó que el chavo se estaba haciendo nebulizaciones, yo le pregunté a un compañero médico y me dijo que estaban contraindicadas porque al hacerlo, las personas que estaban a su alrededor respiraban su virus; así que se puede decir que Gabriel estaba en un cultivo”, agregó.
Cuatro días después, Gabriel le contó a Nalleli que había ido a consulta, pero que, debido al protocolo el médico no le revisó la garganta y a pesar del tratamiento su malestar continuó, por lo que regresó y le recetaron tratamiento contra el Covid, pero siguió compartiendo la habitación con su amigo enfermo.
Al poco tiempo, la pareja de Nalleli le solicitó a la empresa que su compañero fuera trasladado a un hospital debido a su deterioro y el 26 de noviembre él es quien ingresa al Instituto Mexicano del Seguro Social de Morelia, debido a una baja de saturación en su oxigenación.
LA ÚLTIMA LLAMADA
Antes de ser internado, Gabriel se comunica con Nalleli para avisarle que entraría al hospital y que no tenía permitido tener un celular. Ella lo reconfortó diciéndole que todo estará bien.
Después, el jueves 3 de diciembre, como a la 1 de la tarde, Nalleli recibe una llamada de un número desconocido. Era Lupita, una enfermera que tenía contacto con Gabriel, que le prestó su celular para que pudieran hablar.
“Antes de pasármelo me dijo que hablaba mucho de mí, que tenía muchas ganas de verme y que saliendo iba a renunciar y se iba a venir a Reynosa. Hablo con él y lo escucho bien, su voz normal, no estaba agitado y dijo que ya había aumentado su saturación y que le iban a cambiar un antibiótico”, recordó la mujer de 35 años.
Tan bien lo escuchó que, cuando recibió la llamada del hermano de Gabriel a las 4 de la tarde del día siguiente, pensó que era porque ya lo habían dado de alta, pero la realidad era otra.
Su cuñado le preguntó si había hablado con su hermano y que cómo lo había escuchado, pues le acababan de hablar para avisarle que había muerto.
“Empecé a llorar, a gritar; para cuando reaccioné tenía aquí a cuatro vecinas, mi cuñada, porque yo creo que se escuchaban mis gritos hasta afuera; era horrible, y le digo: ‘¿por qué me dice eso si yo hablé con él y me dijo que estaba bien?’; yo estaba mal, muy mal”, relató.
En medio de la desgarradora situación recordó que ya casi era hora de ir a su guardia en el ISSSTE, así que le habló a un compañero para que la cubriera y al día siguiente hablaría con su jefa para explicarle el motivo de su falta.
“Gabriel murió de un infarto fulminante, tenía 46 años, no era mayor de 60, tampoco diabético, ni hipertenso, así que no tenía ninguno de los factores de vulnerabilidad para contraer la enfermedad”, dijo Nalleli.
VIAJE SIN REGRESO
El hermano de Gabriel trabaja en Tepotzotlán, Estado de México, era quien recibía los reportes médicos y quien se hizo cargo de los trámites para la cremación y, posteriormente, de
recoger sus cenizas y llevarlas a Acayucan, Veracruz, de dónde era originario.
“Se había ido hacía dos meses y ya no lo volví a ver; Dios es el que me está sosteniendo, pero ha sido muy difícil porque mi hijo está en otra ciudad, mi hermana no está aquí y mi hermano siempre está fuera por su trabajo; estoy batallando mucho para dormir porque me acostumbré a dormir en su pecho y estoy doblando turno para mantenerme ocupada; solo le pido a Dios que me de fuerzas”, comento.
Considera que una buena opción sería tomar terapia con un tanatólogo, pues hace cinco años falleció su mamá, quien era muy apegada a ella y también fue un proceso muy difícil; además, cree que sería favorable hablar con alguien que no la conoce y, por lo tanto, no puede juzgarla.
Nalleli tiene miedo y aunque trata de no pensar en ello, confiesa que, cuando escucha que alguien tiene Covid, piensa que se va a morir, o que podría pasarle a ella.
“Si él que no tenía ningún factor falleció, pues con mayor razón yo”, comenta.
Sobre el compañero de Gabriel, de 34 años, que padecía obesidad y, además, era también oriundo de Acayucan, dijo desconocer cómo le fue. Lo último, fue que lo intubaron.
La empleada del Issste pidió a todas las personas que se cuiden y lo hagan también con su familia, que si llegan a experimentar síntomas acudan con su médico y usen el cubrebocas para no contagiar a otros.