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‘A ‘La Quina’ le plantaron un cadáver’

15 de septiembre de 2020 por José Manuel Meza

Treinta y un años después, Rogelio Martínez Escamilla, maestro jubilado y ex director de la escuela secundaria “Federal Número 4” en Ciudad Madero, aceptó conversar con la prensa sobre uno de los acontecimientos políticos más polémicos del sexenio salinista: la detención de Joaquín Hernández Galicia, porque fue –de manera circunstancial– testigo directo del “montaje” que hizo caer al finado líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM).

Ha pasado mucho tiempo. Hablar ahora, considera, no representa ningún peligro. Tampoco aporta tantas evidencias a un caso que ya ha sido cerrado, pero sí confirma y le da rostro formal a un rumor muy comentado a lo largo de varias décadas por diferentes generaciones.
Don Rogelio saluda firme, se sienta junto al comedor de su casa y enciende un cigarrillo Marlboro blanco. Luego se acomoda un ventilador de pedestal en la cara, acalorado por la humedad del verano en el sur de Tamaulipas. Se seca el sudor de los párpados, se coloca los lentes y mira fijamente al reportero.
Del mismo calor, del precio de la gasolina y hasta de las medidas sanitarias por la pandemia de Covid–19 son los temas a los que este hombre ya de tercera edad se refiere como preludio de una larga charla, antes de recordar un evento que polarizó a la opinión pública, pero accede a contar cómo sucedieron realmente los hechos en los que el gobierno de Carlos Salinas de Gortari ordenó el controvertido operativo para destituir y encarcelar al entonces líder nacional de los empleados petroleros.
La lluviosa mañana del martes 10 de enero de 1989 Rogelio Martínez Escamilla estacionó su Volkswagen sedán rojo a dos cuadras de la propiedad a donde solía despachar diariamente Joaquín Hernández Galicia, también conocido como “La Quina”, en el municipio de Ciudad Madero. Eran las 8:00 horas y nunca imaginó lo que estaba por ocurrir 10 minutos después.
“Lo conocí, me conoció, pero jamás tuve una amistad directa con él. El día que fui a su casa (de la colonia Unidad Nacional) fue porque un medio hermano mío era el secretario particular de él. Le dicen “El Pollino”, pero en realidad se llama Javier Martínez Guerrero.
“Cuando llegué me dijeron que no estaba y andaba de comisión, pero yo no había ingresado a la residencia ni al patio. Ya me iba cuando un jardinero me entretuvo y saqué un cigarro. En eso veo que por ambos sentidos de la calle San Luis llegan tres camiones torton, cada uno con alrededor de 50 militares especiales a bordo y ¡pam!, pa’ adentro, ¡se metieron rápidamente!”, evoca don Rogelio haciendo un chasquido.
Asegura que eran fuerzas especiales del Ejército Mexicano las que rodearon y allanaron la propiedad, pero algo que le llamó la atención también, que varios de los efectivos eran aparentemente extranjeros.
“Me di cuenta que hablaban en inglés. Carlos Salinas tenía su plan porque anteriormente él y el dirigente del Sindicato ya se habían confrontado y corrían rumores de que ‘La Quina’ apoyó a Cuauhtémoc Cárdenas y no a él en las elecciones gubernamentales.
“Para muchos es un hecho conocido que el 6 de enero de ese mismo año, en la salutación como presidente de México, Joaquín (acompañado de Salvador Barragán Camacho) le dijo a Salinas que quería que fuera gobernador de Tamaulipas Gustavo González, propietario de las farmacias El Fénix, pero éste se negó y salieron de pleito. Después de eso Joaquín hizo una reunión gremial donde anticipó que iba a haber problemas y sí los hubo… el 10 de enero con el famoso ‘Quinazo’”, retrata el interlocutor de manera rotunda.

LA RUPTURA
Acerca de una supuesta bofetada que Hernández Galicia le habría propinado al ex presidente Salinas de Gortari en aquella controvertida reunión –previa a su arresto– dice que sigue siendo un mito y un tema recurrente de conversación, especialmente entre los petroleros de mayor edad, pero lo que sí era un hecho es que quien era el líder popular del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) desde 1958 quería seguir manteniendo su hegemónico nivel de influencia sobre el gobierno de la República que acababa de comenzar.
“Había injerido con varios mandatarios (Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado) y era él quien ponía gobernadores y a todos los alcaldes de Tamaulipas. ’La Quina’ tenía muchísimo poder, mucho y se le hizo fácil querer mandar a Salinas, pero el presidente es el jefe mayor de todas las fuerzas armadas y no se dejó amedrentar.
“Por ello, aquel 10 de enero del ’89, el gobierno irrumpió violentamente en la casa de Joaquín. En cuestión de segundos desarmaron a todos los guaruras, yo estaba en la banqueta, me metieron a golpes y me encañonaron. Si ese camarada jardinero no me hubiera detenido no me pasaba nada”, cuenta mientras el humo de su tabaco le pasa por la cara.
Don Rogelio, quien por aquel entonces se desempeñaba como maestro de física, química y biología en la Secundaria Federal Número 3 “Club de Leones”, era ajeno al sistema petrolero, pero terminó convirtiéndose –sin así quererlo– en uno de los rehenes que el gobierno mantuvo por espacio de una hora en aquel inmueble de Ciudad Madero.
“Me apuntaron con dos rifles 323 y uno de los hombres disparó hacia el piso justo a mi lado. Habíamos como treinta personas y nos obligaron a poner la nariz en el césped. Por un instante pensé que nos iban a masacrar, porque me acordé del movimiento estudiantil del 68. Estaba en un momento en el que sentía que nos iban a matar y me encomendé a Dios, pero sólo le dispararon a la tierra, por ahí conservo algunos cartuchos percutidos.

“Después nos aglomeraron, unos encima de otros y ahí es cuando yo dije, ahora sí nos van a matar a todos, y luego me di cuenta cuando entraron con las armas, 10 cajas con metralletas Uzi italianas y metieron a un señor ya muerto, trajeado (supuestamente un agente del ministerio público), pero ya iba muerto; unos judiciales federales lo iban sosteniendo de los hombros. Los agentes llegaron como en 20 camionetas tipo combi”, expresa.
Este profesor –que en ese entonces tenía 39 años de edad– relata que observó justo el momento cuando el líder sindical y sus allegados eran sacados por la fuerza.
“A ‘La Quina’ se lo llevaron y a Gustavo también, al que quería que fuera gobernador, y a todos los guaruras. Gustavo González iba bien golpeado, nada más que luego intervino el gobierno español porque es de esa ascendencia y después lo soltaron, ahí se juntaban en la casa de Joaquín.
“De hecho los uniformados le dieron un bazucazo a la puerta principal. Cuando llegaron por él estaba en su oficina y nosotros tirados en el suelo”, recuerda.
A medida que los minutos transcurrían mayor era la desesperación para todos los que estaban dentro de la residencia de la Unidad Nacional, así como de vecinos que escucharon cómo las autoridades accionaron sus armas contra el mobiliario, para simular un enfrentamiento.
“Estando yo tirado noté que la gente estaba bien nerviosa. Eran personas que iban a verlo, trabajadores petroleros y desempleados que iban a pedirle favores. Yo pienso que más de 30. Tenía por un lado a una señora y a su hija agarrándome, todos en crisis pero yo ya no sentía miedo. Nosotros estábamos a un lado de un charco donde cayó un cable de alta tensión. Yo lo viví nadie me lo cuenta.
“Al escuchar que se fueron los militares me levanto y que me meto a la oficina de Joaquín, ahí estaban las cajas de ametralladoras. Inclusive una caja estaba abierta, agarré una, la vi era una Uzi italiana y se podía ver todo el cablerío y camionetas baleadas, las llantas bajas.
“Todavía andaban los judiciales, pero no les tuve miedo y no me dijeron nada. Yo fui el único que me puse en pie, nadie más, porque todos estaban atemorizados. Le ayudé a la señora y a la hija, les digo, no pasa nada. Y ahí estuve un rato todavía, ya se habían llevado a los guardaespaldas”, ilustra don Rogelio, quien a sus 70 años recuerda el suceso con lujo de detalles.
Para este hombre la intención del gobierno salinista era clara: terminar de modo contundente el poderío que el dirigente sindical tamaulipeco ejercía sobre la política mexicana y la mejor manera de hacerlo era acusándole de actividades ilícitas y de homicidio.
“Pienso que ellos (los militares) sabían a quienes se iban a llevar, porque ya habían metido entre la gente de Joaquín a un soldado para espionaje, por eso a mí no me dijeron nada, y yo nada que ver, en mi vida. Lo que supe después es que se los llevaron en un avión Hércules a la Ciudad de México para procesarlos”, especifica.
A Hernández Galicia lo condenaron a 35 años de prisión, pero solamente pasó ocho recluido.
“Total que se fueron los militares y los federales y yo fui el único que me paré y vi todo el relajo y como una hora después llegaron los del Ejército local, pero ya todo estaba hecho. Nadie fue a dar fe del supuesto cadáver, ahí no hubo nada de eso que se hace de oficio.
“Los militares llevaban un camarógrafo y después llegó el líder sindical de la Sección 1, al que le decían ‘El Connie’, Alejandrino Posadas creo que se llamaba y dijo, todas las armas hay que llevarlas a la playa y yo le contesto, ni se te ocurra compadre hacer eso porque peor te va a ir, ellos traían camarógrafo, todo está grabado por los militares”, argumento.

INÚTIL RESPUESTA
Poco después del aparatoso operativo el secretario particular de Hernández Galicia estaba contrariado y no sabía cómo reaccionar ante su detención.
“Me vio y me dice, oye carnal consígueme una grabadora porque estoy hablando con Chava (Salvador Barragán Camacho, mano derecha del líder petrolero). En aquel momento no había celulares y mi hermano Javier estaba comunicándose desde el teléfono de la camioneta. Él alcanzó a esconderse en la casa de enfrente y vio toda la acción cuando se llevaron a Joaquín. Y le digo ¿dónde ching… voy a conseguir una grabadora?…”, exclamo.
Y es que manifiesta que le estaban ordenando a su hermano que sacaran todos los documentos del STPRM que había en la propiedad de “La Quina”, interrumpieran las labores en la refinería de Ciudad Madero y se fueran a una huelga.
“Yo mismo lo escuché, dio la orden que pararan todo y quería que ésta estuviera grabada para que la gente del Sindicato lo escuchara, pero llegaron los militares y ni aquí ni en Cadereyta, Nuevo León, pararon las refinerías. Trataron pero no pudieron”, añade.
Cuando don Rogelio regresó a su casa el suceso ya estaba en la televisión y ocupaba los titulares de las noticias. Su hijo mayor, del mismo nombre, explicó que su progenitor estaba impactado.
“Recuerdo perfectamente ese día cuando mi papá llegó conmocionado de la casa de ‘La Quina’, porque no era cualquier cosa lo que había pasado. Yo tendría unos nueve o diez años y traía los casquillos en la mano para enseñarnos la evidencia”, refiere.
“Mi familia me preguntó qué había pasado, mi esposa y mis hijos. Yo a Joaquín sí lo conocía porque en convivencias había estado con él, cuando empezaba, pero no era mi amigo. Era un todopoderoso porque se inmiscuía en la cuestión magisterial y él decidía a nivel nacional. Era su poder impresionante y mangoneaba porros, era el amo y señor. El siempre estaba en Madero y desde aquí controlaba todo.
“Tenía tiendas de consumo, aquí era la Sección 1 y muchas propiedades. Luego Salinas puso de líder a otros y luego vino Carlos Romero Deschamps que había sido alumno de Joaquín, lo conocía bien y era de su gente de aquí de Tampico”, comenta el profesor.
Ciertamente mucho se ha comentado sobre este hecho, y que Hernández Galicia era un personaje incómodo para el entonces presidente de México, pero el entrevistado reconoce que aún hay aspectos que muchos ingnoran y que no se dijeron de aquel momento, aunque difícilmente cree que alguien pueda ser imputado por haber metido a la cárcel a “La Quina”, aunque el modo fuera de manera incorrecta.
“En primer lugar Joaquín no era una blanca paloma. Hasta eso nunca ocupó un puesto político, pero él los ponía. El que despilfarraba el dinero era Salvador Barragán Camacho, que era tomador y jugador, en una noche gastaba un millón de dólares en Las Vegas con sus guaruras. Salían en un jet desde Tampico, pero Joaquín lo permitía.
“Mi hermano y muchos más que eran sus prestanombres se tuvieron que pelar durante años, mientras que a muchos otros los procesaron. Una de las anécdotas que recuerdo es que a ‘La Quina’ le gustaba manejar y algunas veces mi hermano ocupaba el asiento del copiloto. La gente decía bromeando que “El Pollino” traía de chofer a Joaquín Hernández Galicia”, recuerda.
A 31 años de distancia don Rogelio reconoce que Carlos Salinas de Gortari también “tumbó” al que era líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y ahí puso a Elba Esther Gordillo, pero dijo, encendiendo un nuevo cigarro, que esa era ya otra historia…
Corría el año de de 1997 cuando finalmente Hernández Galicia fue liberado y permaneció un tiempo prolongado en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, antes de volver a Tamaulipas.
A casi siete años de su muerte (a los 91) las generaciones más jóvenes ignoran que en esa propiedad de la calle San Luis en la colonia Unidad Nacional se presentó una de las detenciones más escandalosas de la vida política en México. En la fachada se observa un altar a la virgen de Guadalupe.
El reportero intentó hablar con la familia del legendario líder petrolero, pero uno de sus hijos declinó. Cuando supo de qué se trataba sacudió la mano y se metió. A pesar de los años algunas personas pasan todavía por el frente de la propiedad de “La Quina” solamente por morbo o curiosidad.

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