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A 20 años del horror

25 de abril de 2009 por Gerardo Ramos Minor

A 20 años de distancia, la leyenda de los “narcosatánicos” de Matamoros, Tamaulipas, sigue más viva que nunca en la memoria colectiva de la frontera, aún y cuando muchos de sus protagonistas desean olvidar lo sucedido.
Y es que los crímenes cometidos por esta secta de traficantes seguidores de la religión afroantillana conocida como “Palo Mayombe” –quienes sacrificaron a 14 personas como parte de un culto con el que buscaban protección sobrenatural a sus actividades–, fueron tan horribles, que el recuerdo de lo que hicieron se rehúsa a desaparecer.
Desde el año de 1989, la ciudad de Matamoros y el grupo de seguidores de Adolfo de Jesús Constanzo –conocido como “El Padrino”–, han permanecido ligados por la imaginación popular, que se muestra fascinada por la manera en la que este clan despachó a sus rivales en el negocio del trasiego de drogas.
No es en balde que los hechos que sucedieron hace dos décadas, hayan servido de inspiración para libros, documentales, reportajes y hasta películas, que intentaron mostrar el horror que se vivió en el tristemente célebre rancho Santa Elena, un predio ubicado a un lado de la autopista Reynosa-Matamoros, donde fueron enterradas las víctimas del grupo.
A 20 años de los hechos, Jim y Ellen Kilroy, los padres de Mark Kilroy –cuyo secuestro y asesinato representó el fin del clan–, decidieron regresar al valle del sur de Texas y en una entrevista concedida a la televisora KGBT Canal 4 aseguraron “estar en paz”, pues ya aceptaron la muerte de su hijo.
En cambio, quienes ya no desean saber nada del pasado son Serafín Hernández, David Serna y Sergio Martínez, los tres integrantes de la secta quienes permanecen presos en el Centro de Ejecución de Sanciones de Ciudad Victoria, donde purgan una pena de 47 años y 7 meses de prisión.
“La verdad a nosotros ya ‘tírenos al león’, ya no queremos recordar nada de eso”, aseguró desde el penal David Serna, al momento de rehusarse a recordar su participación en los crímenes del rancho Santa Elena.
De hecho, de lo único que estos tres hombres desean hablar es sobre la posibilidad de recibir la libertad condicional, pues saben que ya cumplen con los requisitos para estar considerados para este beneficio.
“Si nos quieren ayudar hablen con el señor director de los penales en el Estado, a ver si nos puede ayudar para poder salir de aquí”, expresó Serafín Hernández, otro de los detenidos, quien también declinó ser entrevistado.

“ESTAMOS EN PAZ”
Hace 20 años, las imágenes de Jim y Ellen Kilroy se reprodujeron en todos los periódicos y programas de televisión del mundo, cuando encabezaron una cruzada para encontrar a Mark, su hijo de 21 años estudiante de la carrera de Medicina que desapareció mientras disfrutaba sus vacaciones de primavera (conocidas como Spring Break) en la Isla del Padre, Texas, un centro vacacional ubicado a 45 kilómetros de la frontera con México.
Haciéndose pasar por agentes federales, un grupo de seguidores de Constanzo, encabezados por Serafín Hernández, plagiaron a Kilroy mientras éste se divertía en las discotecas de la zona rosa de Matamoros, a unas cuadras del puente internacional.
El secuestro respondía a una orden de “El Padrino” quien necesitaba a un joven de tez blanca, preferentemente de origen estadounidense, para uno de sus ritos de protección a sus actividades ilegales. Según los reportes de la época, Kilroy estuvo a punto de escapar de sus captores pero fue recapturado y trasladado al rancho Santa Elena, donde permaneció cautivo hasta que fue ejecutado en una ceremonia ritual.
En sus declaraciones a las autoridades, los “narcosatánicos” narraron que fue Constanzo quien asesinó a Kilroy con un machete, para posteriormente amputarle las piernas, sustraerle el cerebro y parte de la columna vertebral, con la que se elaboró un collar.
Y es que de acuerdo a los ritos de “Palo Mayombe”, tras el sacrificio la sangre, cerebro y demás órganos de la víctima son hervidos en un caldero para elaborar una “sopa” que es bebida por quienes desean protección sobrenatural.
Según sus biógrafos, Constanzo aprendió estos ritos de su madre, quien lo inició en las prácticas del “Palo Mayombe” al mismo tiempo en que empezaba una carrera delictiva que en 1981 lo llevó a la cárcel en su natal Miami, Florida, por el delito de robo.
En 1984, cuando tenía 24 años, Constanzo abandonó sus estudios en el Instituto Comunitario del condado Dade y se trasladó a la frontera de México con Estados Unidos, donde inició un lucrativo negocio vendiendo “protección” sobrenatural a diversos personajes de las altas esferas sociales de la época. Se cuenta que sus “trabajos” de magia negra se cotizaban entre 8 mil y 40 mil dólares.
Con el tiempo, el joven brujo radicado en Matamoros quiso incrementar sus ganancias y se inició en el tráfico de drogas. Para entonces “El Padrino”, como era llamado, ya contaba con varios adeptos sobre los que ejercía un impresionante control.
Entre sus discípulos sobresalía Sara Villarreal Aldrete, una joven divorciada, estudiante de Educación Física y pariente del ex gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Guerra, quien es elevada al estatus de sacerdotisa y amante de Constanzo. De acuerdo a los biógrafos del grupo, Sara se dedicaba al reclutamiento de nuevos integrantes de la secta, además de que tenía un papel protagónico en los rituales del grupo.
Estas versiones siempre han sido rechazadas por la joven, quien purga una condena de 50 años de cárcel en la Ciudad de México y cuya historia sirvió de inspiración para la película “Perdita Durango”, del cineasta español Alex de la Iglesia.
Conforme fue pasando el tiempo, el grupo de Constanzo fue ganando dinero y poder gracias a la fe que sus integrantes le tenían a su “Padrino”, quien les aseguraba que eran invulnerables a las balas e invisibles a los ojos de la policía.
Pero más allá de esta fe ciega, la realidad era que los “narcosatánicos” se estaban consolidando como un importante cartel de la droga en Matamoros. De acuerdo a informes del departamento del sheriff del condado de Cameron, la banda llegó a introducir a Estados Unidos hasta 3 mil libras (2 mil 720 kilos) de marihuana al mes.
Esta bonanza también se sustentaba en lo violento del grupo, que no dudaba en asesinar a quienes se interponían en sus planes o fueran útiles para los ritos de Constanzo.
El escenario de la mayoría de estos crímenes era el rancho Santa Elena, que ahora luce totalmente abandonado e invadido por maleza y nopaleras, y era utilizado como bodega, panteón clandestino y templo para las ceremonias de la banda.
Un ejemplo de la violencia que aplicaba este clan es el homicidio de Rubén Vela, Ernesto Rivas y Ezequiel Rodríguez “El Cheque”, quienes el 14 de febrero fueron secuestrados por un comando de alrededor de 15 personas que se trasladaba en una camioneta Suburban color celeste y un automóvil compacto.
De acuerdo a los reportes de la época, el trío se encontraba cerca del Bolerama “Los Pinos”, de Matamoros, cuando el comando –cuyos integrantes se identificaron como integrantes de la Policía Judicial Federal– los secuestró y llevó al rancho Santa Elena. Ya en este lugar, cada uno de los plagiados fue lanzado a un pozo, donde murieron acribillados por disparos de metralleta.
Sin embargo, los crímenes por lo que se recordará a esta banda son los que están relacionados con el rito del “Palo Mayombe”, que se ejecutaban por instrucciones de Constanzo y entre los que se encuentra el homicidio de Mark Kilroy.
La desaparición del universitario, sobrino de un jefe de Aduanas en la ciudad de Los Angeles, California, generó que las autoridades estadounidenses pusieran atención a lo que estaba sucediendo al sur de sus fronteras, por lo que el departamento del sheriff del condado de Cameron inició una investigación a cargo del entonces jefe de detectives, George Gavito.
El hoy encargado de la seguridad del Puerto de Brownsville, expresó en entrevista con Hora Cero que al indagar sobre estos hechos encontró una extraña insistencia de las autoridades matamorenses de negar que Kilroy estuviera en territorio mexicano.
“Los amigos de Kilroy fueron a la policía mexicana y les dijeron que no podían hacer nada; incluso cuando yo me entrevisté con las autoridades mexicanas nos aseguraban que Kilroy había cruzado la frontera, que no estaba en México”, recordó.
Al no encontrar respuesta de las autoridades municipales y estatales, Gavito recurrió a un amigo: Juan Benítez Ayala, en ese entonces comandante de la desaparecida Policía Judicial Federal (PJF) a quien le tenía confianza por haber trabajado juntos en varias investigaciones contra el tráfico de drogas.
Fue esta mancuerna la que permitió descubrir las actividades de los “narcosatánicos” tanto en el cruce de marihuana de México a Estados Unidos, como la manera en la que eliminaban a su competencia.
20 años después de haber encabezado una cruzada para encontrar a su hijo, Jim y Ellen Kilroy manifestaron que deseaban regresar a la región donde Mark fue asesinado para agradecer a todas las personas que participaron en la búsqueda del universitario.
Indicaron que en esos momentos de angustia, recibieron el apoyo incondicional de muchas personas a las que ahora consideran su familia.
“Muchas personas que antes eran extraños se volvieron parte de nuestra familia. Queremos darles las gracias y decirles que apreciamos mucho todo el apoyo que nos dieron para buscar a Mark”, manifestó Jim Kilroy.
Los padres del joven asesinado, reconocieron que fue gracias al apoyo de los residentes y autoridades del condado de Cameron como lograron recuperar el cuerpo de su hijo.
“Durante 27 días estuvimos recibiendo llamadas con reportes de personas que pensaban que tenían algún dato referente a la desaparición de Mark. Si no hubiera sido por el apoyo de muchas personas en el Valle de Texas seguramente nunca hubiéramos encontrado el cuerpo de Mark”, indicó Ellen Kilroy.
Y aunque el dolor que sintieron cuando se enteraron de la forma en la que Mark fue asesinado y mutilado, este matrimonio aseguró “estar en paz” gracias al apoyo que siguen recibiendo de muchas personas.
“Las oraciones de todas estas personas es la razón por la que hemos podido aceptar esto”, explicó Jim.
Otra de las cosas que ayudó a esta familia a superar la tragedia que vivieron, fue la fundación que en mayo de 1989 formaron en recuerdo a su hijo, con la que esperan alejar a los jóvenes del uso de las drogas.
Desde entonces la Fundación “Mark Kilroy” se ha involucrado en programas para la prevención del uso de enervantes y la rehabilitación de personas adictas a las sustancias tóxicas.
El grupo otorga dos becas de cuatro años de duración para jóvenes estudiantes destacados, además de que tanto Jim como Ellen dan pláticas en escuelas, iglesias y organizaciones sociales sobre los peligros a los que se exponen los adolescentes que deciden probar algún enervante.
Todos los recursos que se han generado por las actividades de la fundación, como por la venta del libro “Sacrificio”, que cuenta la experiencia que sufrió esta familia, son utilizados para el desarrollo del programa SAFE (Ambiente Libre de Abuso de Sustancias, por sus siglas en inglés) que trabaja muy de cerca con las escuelas e iglesias.

ELLOS QUIEREN OLVIDAR
El principio del fin de los “narcosatánicos” se dio de forma fortuita. El 9 de abril de 1989, David Serna Valdez, uno de los integrantes de la banda, fue detenido en un retén de la PJF ubicado en el kilómetro 22 de la carretera Reynosa-Matamoros, apenas a 4 kilómetros de distancia del rancho Santa Elena.
Al realizar una revisión al vehículo que tripulaba Serna, las autoridades encontraron una pistola calibre .38 y rastros de marihuana, por lo que procedieron a detenerlo.
Tras ser arrestado, el joven aceptó formar parte de una banda de narcotraficantes y llevó a las autoridades al rancho donde estaban escondidos 110 kilos de marihuana.
A 20 años de su detención, Serna luce mucho más viejo y robusto que las fotografías que circularon por todos los medios de comunicación al momento de ser aprehendido. Tras ser sentenciado a 47 años de prisión, mismos que purga en el Centro de Ejecución de Sanciones de Ciudad Victoria, Tamaulipas, David ha enfocado sus esfuerzos a la carpintería.
Visiblemente cansado de que todavía haya reporteros que desean entrevistarlo sobre su participación en los homicidios de los “narcosatánicos”, este hombre ha aprendido a negarse a dar entrevistas, incluso ni siquiera permite que se le tomen fotografías.
“Ya déjenos por favor… lo que pasó ahí está, además, ‘los buenos’ en estos crímenes no éramos nosotros, esos ya están muertos”, aseguró al referirse a Constanzo y los otros integrantes de la banda, quienes se suicidaron en la Ciudad de México una vez que la policía los situó en un departamento ubicado en la colonia Cuauhtémoc, de donde escaparon cuando se dieron cuenta que las autoridades los estaban buscando.
Cuando las autoridades federales catearon el rancho Santa Elena hace dos décadas, también fueron detenidos Helio Hernández (propietario del rancho y actualmente preso en el Centro de Máxima Seguridad de Santa Adelaida en Matamoros), su hijo Serafín Hernández, Sergio Martínez, Manlio Ponce y Domingo Reyes, quien laboraba como velador del lugar.
De estas personas, Serafín y Sergio fueron encerrados en el penal de Ciudad Victoria, donde sus vidas tomaron rumbos muy diferentes. En el caso de Serafín, éste se convirtió en el mejor carpintero del penal y su trabajo es presumido en un folleto editado por las autoridades estatales donde se ofrecen los trabajos elaborados por los internos de la cárcel.
Este nuevo rol en la vida de uno de los ejecutores de Constanzo no lo ha hecho olvidar los hechos de hace dos décadas, lo que resulta evidente cuando se le pide que recuerde esos años.
“Ya no quiero hablar de eso, me casé, tengo una familia y quiero dejar eso atrás. Hace años mi niña de nueve años que vive en Houston vio en un periódico la historia de lo que pasó y cuando vio mi foto se asustó y le preguntó a su abuelita que si era yo el que ahí salía, la señora tuvo que mentirle”, dijo.
Para Serafín, lo único importante es que las autoridades sepan que él ya está rehabilitado, que ha tenido buena conducta durante sus años en presidio y que ya tiene la posibilidad de ser considerado para la libertad condicional, pues ya ha purgado casi la mitad de su condena.
En la misma situación se encuentra Sergio Martínez, quien aunque no se dedicó a la carpintería, terminó sus estudios dentro de la cárcel, se casó y ahora sufre con la fractura del fémur que lo obliga a utilizar muletas para poder caminar.
Sergio es el único que ha hablado más con los medios de comunicación, sin embargo, ya no desea hacerlo pues, explicó, “está decepcionado”.
“Cuando vienen (los reporteros) sólo quieren hablar de lo que pasó que la verdad ya está en el pasado, nomás sirve para guardarse en las hemerotecas, además siempre que platico con ellos ponen lo que quieren y ni siquiera me traen una copia del periódico donde salgo, yo por eso ya no quiero dar entrevistas”, aseguró.
Lo que ninguno de estos hombres quiere recordar, es que después del cateo del rancho Santa Elena fueron trasladados a las instalaciones de la Procuraduría General de la República (PGR) en Matamoros, donde se procedió a interrogarlos. Mientras tanto, Domingo Reyes, el velador del predio, fue puesto bajo la custodia de un agente federal en las oficinas administrativas de la dependencia, pues se consideró que no era peligroso.
Unas horas después de su detención, Reyes observó una fotografía de Mark Kilroy que estaba en la oficina donde se encontraba y le dijo a su custodio que había visto al joven “amarrado de pies y manos”.
Sin poder creer lo que escuchaba, el agente llamó al comandante Benítez Ayala, quien tras interrogar al velador, a Hernández y a Serna, confirmó los informes. De inmediato llamó por teléfono a su amigo Gavito para informarle que Kilroy había sido asesinado y su cuerpo estaba enterrado en el rancho Santa Elena.
Tras recibir la noticia, Gavito y Benítez Ayala acordaron irrumpir en el rancho Santa Elena el 11 de abril, donde llegaron alrededor de las 6 horas de ese día, acompañados por Serafín Hernández quien se encargó de identificar cada uno de los lugares donde se encontraban enterrados los cuerpos de sus víctimas.
Al recordar el cateo en el rancho y la exhumación de los cadáveres, George Gavito aseguró que lo más le llamó la atención fue la sangre fría de cada uno de los integrantes de la banda.
“Ellos solos dijeron todo porque se sentían inmortales, dioses; pensaban que iba a llegar Constanzo volando para salvarlos. Ya estando en el rancho Santa Elena, que me dice (Serafín) Hernández: ‘hey Gavito, un lonchecito, como que ya hace hambre. Manda por unas tortillas con machacado’. Esto lo decía mientras excavaba una de las fosas clandestinas en donde hacían los sacrificios humanos”, expresó.
Luego de cateo, el mundo empezó a conocer los detalles de los horrores que se vivieron en el rancho Santa Elena. De los 14 cuerpos que se encontraron en el lugar, las autoridades lograron identificar a Mark Kilroy, Gilberto Garza Sosa, Víctor Sauceda Galván, Ernesto Rivas Díaz, Rubén Vela y Ezequiel Rodríguez Luna.
Al enterarse de la detención de sus compañeros, Constanzo logró darse a la fuga acompañado por Sara Villarreal Aldrete, Martín Quintana, Alvaro de León Valdez y Omar Orea Ochoa.
Las autoridades mexicanas iniciaron una cacería por varios puntos del país que generó un clima de psicosis en la ciudad de Matamoros.
Andrés Cuéllar, cronista de la ciudad, recordó que en estos años Matamoros era una población en crecimiento que no estaba preparada para los acontecimientos que estaba presenciando.
“En ese entonces había mucho miedo pues se inició una especie de cacería de brujas por toda la ciudad, donde se encontraban por todos lados símbolos satánicos y de “Palo Mayombe”, la realidad es que la gente verdaderamente se asustó”, dijo el cronista.
Finalmente, el 24 de abril de 1989, agentes de la Policía Judicial del Distrito Federal detuvieron a Salvador Antonio Villalzo y a Víctor Manuel Antúnez Flores, quienes formaban parte de la banda de Constanzo y estaban escondidos en un departamento ubicado en el número 31 de la calle de Londres, en la capital del país. El inmueble fue identificado como uno de los centros de operaciones de “El Padrino”.
Gracias a estas detenciones las autoridades lograron identificar las casas de seguridad de Constanzo y su grupo, por lo que se realizaron cateos en domicilios ubicados en las poblaciones de Atizapán y Bosques de Echegaray, en el Estado de México, sin que se obtuvieran resultados.
Sin embargo, gracias a los informes proporcionados por la cajera de un supermercado ubicado sobre la calle Río Sena de la capital del país, las autoridades identificaron a uno de los integrantes de la banda de Constanzo, quien continuamente hacía compras en el lugar y además, pagaba con dólares.
Posteriores investigaciones, sumadas con una carta que Sara hizo llegar a las autoridades donde aseguraba que estaba secuestrada, permitieron localizar a “El Padrino” y sus cómplices en un departamento ubicado en el número 19 de la calle Río Sena, en las inmediaciones de Circuito Interior y la colonia Cuauhtémoc.
Alrededor de las 13:00 horas del 6 de mayo de 1989, elementos judiciales capitalinos comenzaron a investigar en los alrededores de los departamentos hasta que dieron con un vehículo cuyas características coincidían con el de Constanzo.
Los reportes indican que al ver a los judiciales revisar su vehículo, “El Padrino” inició una balacera y el área fue rodeada de policías que impidieron la fuga del delincuente.
Al verse copado, el jefe de la banda ordenó un pacto suicida entre sus compañeros y correspondió a De León asesinar a Constanzo, quien fue encontrado muerto en el interior un clóset a unos centímetros del cuerpo de Quintana. El resto de los “narcosatánicos” fueron arrestados vivos por los policías.

A UN PASO DE SER LIBRES
Su buen comportamiento dentro de la prisión y el hecho de que han purgado casi la mitad de su condena, hace que los tres integrantes de los “narcosatánicos” que se encuentran presos en el penal de Ciudad Victoria puedan salir libres gracias al beneficio de la libertad anticipada.
Juan Jaime Ortiz, director del centro penitenciario, expresó que cada uno de estos tres personajes cumple con los requisitos para recibir la libertad.
Incluso, el directivo del centro penitenciario precisó que la experiencia de haber conocido a Serafín, David y Sergio, le hacen pensar que cada uno de ellos está totalmente rehabilitado, por lo que no ve motivo por el que sus casos no puedan ser considerados para la libertad condicional.
Ortiz expresó que nadie dentro de la cárcel relaciona a estos tres hombres con los hechos que se vivieron hace dos décadas, por lo que por lo menos para la población de la cárcel capitalina, estos hechos quedaron en el olvido.
Sin embargo, aunque dentro de su ambiente ya nadie los relacione con los hechos de hace 20 años y ellos mismos ya no quieran recordar lo que sucedió, existen sectores en la sociedad que se resisten a dejar en el pasado los crímenes de los “narcosatánicos”, algo que realmente tiene sin cuidado a los integrantes del grupo, tal y como lo planteó Serafín Hernández.
“Si quieren seguir viviendo de eso que lo hagan, para mí eso quedó en el pasado y no quiero hablar de ello ni recordarlo”, sentenció.

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