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Añoran abundancia de ‘Ala Blanca’

2 de noviembre de 2015 por José Manuel Meza

Para Javier Plata Pérez, quien es médico de profesión, pero cazador por convicción, el negocio de la caza de aves en México sigue “muerto” y así se mantendrá hasta que el Gobierno Federal y del Estado ofrezcan condiciones de seguridad aptas para atender este tipo de turismo, que en los años sesenta y setenta vivió sus mejores épocas.
El propietario del rancho “La Abundancia”, localizado en el municipio de Abasolo, Tamaulipas, manifiesta que han sido varios los factores que fueron mermando esta actividad cinética, pero el “tiro de gracia” se lo dio la ola de inseguridad que azotó a la nación, especialmente a partir del año 2007.
Si bien menciona que en suelo nacional la cacería de la paloma ‘Ala Blanca’ nunca se ha suspendido, muchos de los rancheros que se dedicaban a ésta dejaron de llevar cazadores a sus propiedades y por lo tanto, se afectó también una cadena de servicios alternos como el restaurantero, hotelero y de transportación, entre otros.
Cabe destacar que dicha ave es nativa de la región. Su ciclo es del norte de Texas y en el invierno emigra hasta Costa Rica, mientras que en primavera vuelve a su lugar de origen, para reproducirse aquí. 
Para darse una idea de la importancia que tiene esta paloma, Javier Plata señala que en Texas el día de la apertura de la cacería –en el mes de agosto– están registrados cinco millones de personas, por 10 palomas que la ley les permite atrapar, son 50 millones en un día que se cazan.
Mientras que en México, cuando había buenas temporadas, refiere, se tenía un registro de 20 mil cazadores, con 100 palomas como límite establecido por las leyes de vida silvestre. Esto se traduce en dos millones que, manifiesta, no es un número tan significativo comparado con los 50 millones que se cazan en Texas.
Aún así, reconoce el entrevistado, este rubro cinético llegó a tener una importancia tan notable como la cacería del venado “Cola Blanca”, el cual también se vio perjudicado por el tema de la inseguridad. 
Antes, añade Javier Plata, eran hasta 20 o 30 ranchos únicamente en esta zona de Tamaulipas y miles de personas las que dependían de la cacería de la paloma “Ala Blanca”, mientras que en toda la entidad eran como 50, hoy no llegan ni a tres.
“Yo era uno de los más pequeños, porque mi ranchito era muy selectivo. Nada más traía a 10, 12 personas por fin de semana o por cacería. Y para atenderlas ocupaba alrededor de 40, 50 trabajadores. Y eso, porque había ranchos que tenían más de 100 empleados que eran trabajos directos, e indirectos muchísimos más. 
“Vuelves a lo mismo: yo le cobraba a un cazador dos mil dólares (unos 33 mil pesos a la cotización actual) por un fin de semana. Me refiero al viernes, sábado o domingo. Eso era lo que me pagaban, más propinas, más municiones. Era mucho el dinero el que se movía por cazador y ahorita el negocio está muerto”, lamenta. 
¿Qué se necesita para poder recuperar la cacería de la paloma ‘Ala Blanca’?
“Seguridad, simple y sencillamente. Y seguridad en cuanto a que la misma autoridad nos apoye con los permisos. Y pongo el ejemplo porque a mí una vez me detuvieron 12 horas por un error de dedo que cometió un empleado de la Sedena, quien se equivocó en un número y le dejó tachado el registro de una arma. 
“Al llegar a la entonces garita del kilómetro 22 presenté las 14 escopetas y por eso hagan de cuenta que encontraron a Joaquín “El Chapo” Guzmán o a quien se quieran imaginar. Nos tuvimos que regresar escoltados hasta la aduana y nos dejaron retenidos. Un día perdido de cacería, los cazadores asustados, una bola de problemas burocráticos”, evoca.
Es preciso mencionar que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales es la que regula esta práctica cinegética en México, mientras que en Tamaulipas participa la Comisión Estatal de Vida Silvestre, pero en cuestión de armamento de caza le compete a la Sedena.
Por esto mismo Javier Plata considera que debe haber un reordenamiento para hacer más eficiente esta actividad y volver a promoverla.
“En cuestión de las armas, muy mal hecho, es la Secretaría de la Defensa Nacional, porque ésta no debe tener nada que ver con los cazadores; sin embargo, nos hacen ir ahí (al cuartel) sin que te puedas estacionar en un lugar seguro, que no puedas entrar, una bola de incongruencias y aparte te limitan. 
“No se debe de mezclar lo civil con lo militar y de hecho la que debería regular todo esto es la Secretaría de Gobernación (Segob), la que maneje a los civiles. Saber quien es civil y quien delincuente tan sencillo como eso. Si tal vez quisieran hacerlo yo creo que sí se puede”, sugiere.

A LA ORDEN
Para poder mostrar un poco la bondad que ofrecía la cacería de la paloma en Tamaulipas, Javier Plata aún conserva en el sitio de Internet de su rancho www.la-abundancia.com, algunas galerías fotográficas y la clase de servicio que los visitantes nacionales y extranjeros podían recibir.
Desde hace siete años estas instalaciones que incluyen seis cabañas con aire acondicionado, clóset y baño; alberca, casa club con cocina, comedor, bar, billar y sala, además de otros servicios, han estado prácticamente solas.
Cuenta que era una costumbre recibir a los visitantes en el aeropuerto de McAllen y transportarlos hasta el rancho, donde se hospedaban todo el fin de semana.
“Sería muy bonito que volvieran esos tiempos en lo que todo era miel sobre hojuelas. Yo tuve cazadores tan espléndidos que les daban a los palomeros (quienes recogen la presa) 100 dólares en la mañana y 100 dólares en la tarde.
Y había gente tan contenta que antes para ganarse esos 100 dólares un muchacho tenía que trabajar un mes. Era una entrada de dinero tremenda para todos”, menciona.
Comenta Plata que normalmente los cazadores se llevaban a sus palomas, porque se pelan, se limpian y se embolsaban al vacío.
“Yo comía paloma casi todo el año, porque es muy sabrosa la pechuguita, le pones una rebanada de piña, una rebanada de chile jalapeño y la envuelves en tocino en papel aluminio y luego la sacas a que se dore tantito en las brazas y queda exquisita, y te comes ocho o diez palomas en una sentada”, describe.
Para disfrutar en familia y con los amigos, la cacería de “Ala Blanca” todavía encuentra en Tamaulipas un par de ranchos que no han dejado de brindar este servicio, aunque expresa el entrevistado que por lo mismo de la inseguridad ya casi nadie viene.
Es preciso mencionar, que en México existen dos federaciones que agrupan a los cazadores como la Femeti (Federación Mexicana de Tiro y Caza) y la Femeca (Federación Mexicana de Caza); sin embargo, Javier Plata, considera que ambas son más bien decorativas y en algunos casos lucran y no generan beneficios.
Por su parte, el antropólogo por la Universidad de Texas, y cronista del ayuntamiento de Reynosa, Martín Salinas Rivera, reconoce que en cierto momento este tipo de turismo fue muy importante, puesto que en Tamaulipas está una de las mayores colonias de “Ala Blanca”, principalmente en la zona de Ciudad Victoria, Casas, Soto la Marina y Abasolo.

ANECDOTAS Y AÑORANZA
Cuenta por su lado Juan Ríos, quien a sus 85 años tiene una memoria fotográfica de la mejor época de la cacería de la paloma “Ala Blanca” a principios de los años setenta, que este sector originó cosas que aún hoy en día son difíciles de realizar, como propiedades fastuosas con toda clase de lujos y comodidades, como pista de aterrizaje iluminada con 15 plantas de luz; 20 refrigeradores, 14 lanchas, muelle, diez apartamentos y agua purificada a los baños para recibir a miles de cazadores y millonarios que llegaban de la unión americana y Europa.
Es precisamente este señor de piel blanca y ojos azules –que prefiere no ser retratado–, y quien laboraba en una empresa maderera donde un estadounidense (del que también prefirió omitir su nombre) dueño de una compañía petrolera Texas Republic Petroleum Company adquirió a finales de los años sesenta un rancho cinegético de 75 hectáreas junto a la presa Vicente Guerrero en el municipio de Padilla y al ir a comprar material para la remodelación del lugar lo invitó a apoyarlo sin que dejara su anterior empleo en Maderería Reynosa.
Se hizo de toda su confianza y fue el encargado de pagar a la Secretaría de Hacienda los permisos correspondientes para la construcción del aeropuerto. Posteriormente lo convirtió en el comandante del mismo y luego en armero.
“Por razones indirectas lo conocí, me invitó a ayudarle y era un círculo en el que todo se facilitaba. Todos los permisos que se requerían para que viniera el avión de la Halliburton con 40 pelaos, para que se den una idea, pero había muchos ranchos más”, relata.
Juan Ríos explica que nunca ha sido un problema la cacería en sí de esta paloma, porque se convirtió en una plaga para los campos de cultivo, por tener una sobrepoblación. Es eso lo que la hace un negocio atractivo, pero a raíz de la inseguridad los cazadores ya no vinieron a México y los ejidatarios de la región dejaron de tener ganancias.
“A las cinco de la mañana ya estaba listo el café y el pan para 20 cazadores. A las seis y media se iban al campo. Regresaban a las nueve y ya estaba la mesa servida. Había de todo, cocineros, guías de cazadores”, recuerda.

FLORECIO EL COMERCIO
De la misma forma los restaurantes y prestadores de servicios esperaban con ansias la temporada de la paloma por toda la derrama económica que se presentaba.
“A mí el americano que me invitó me daba 10 mil dólares (unos 160 mil pesos actuales) y me decían, tú paga, cuando íbamos a la zona rosa a visitar los lugares de entretenimiento.
“Había una persona que venía exclusivamente desde Londres. La gente llegaba, se divertía, mataban palomas y hacían guisados y todo el argüende”, afirma.
Juan Ríos tuvo un rol importante en la época de oro de la cacería de “Ala Blanca”, pues se convirtió en armero para ayudar a abastecer a los invitados que traía a Tamaulipas su amigo petrolero y dueño del rancho cinegético. Obtuvo el permiso y compraba el parque en Cuernavaca, Morelos, donde estaba la fábrica permitida por la Secretaría de la Defensa Nacional.
Otra de las anécdotas que el entrevistado recuerda es cuando llegó un grupo de cazadores de una empresa petrolera en un avión turbohélice, pero de regreso no prendió uno de los motores, por lo que había cazadores que llamaban por teléfono para que les mandaran su avión particular.
De ese tamaño era el mundo de dinero que giraba en torno a la caza.
De hecho, como a los americanos no les gustaba el hielo mexicano, menciona que cuando se acababa –después de una jornada de tiro– mandaban traerlo a McAllen en avión.

CAPTO EL MOMENTO
Otro de los personajes que pudo capturar con su cámara fotográfica la abundancia que dejó la cacería de la paloma “Ala Blanca” en el noreste de México, es Jesús Cavazos Reyes. Expresa que el auge de los palomeros se asentó a principios de los setenta y finales de los ochenta, cuando fue paulatinamente bajando la afluencia de visitantes norteamericanos.
“Era una derrama muy importante para la ciudad, porque se beneficiaba el taxista, el hotelero, el restaurantero, el mesero y era una temporada que duraba mínimo 21 días, con más de cinco mil personas que yo llegué a calcular, y se iban unos y llegaban otros.
“Venía cantidad de personas, por ahí tengo unos negativos, donde se observa como la gente no cabe en el restaurante Sam’s y en el centro social La Cucaracha, que eran los más populares de la zona rosa. Yo me acuerdo de un señor José María Gómez Lira con un rancho en Soto la Marina que tenía todo, pista de aterrizaje y llegaban con sus respectivos permisos los norteamericanos para realizar la cacería. Había hotel, restaurantes y el área cerquita donde iban a cazar la paloma”, manifiesta.
El entrevistado menciona que al terminar la trilla de sorgo y de maíz las parcelas quedan tapizadas del grano, y las palomas a eso llegan, a comer lo que quedó de la trilla.
“Fue una atracción durante muchos años, pero desgraciadamente se ha ido perdiendo. Por un lado la burocracia creció a raíz de que tenían que ponerse más estrictos con las armas y en aquel entonces no había tanto problema, pues había un tramitador que sacaba el permiso para la cacería y para las carabinas.
“Y había un reglamento de cuántas aves se podían matar, porque de lo contrario se hacían acreedores a alguna sanción. Había inspectores que vigilaban ese tema”, comenta.
El señor Cavazos rememora que fue tanto el auge de “Ala Blanca” que llegaron a venir inclusive personajes a Reynosa, como el caso de intérpretes que se subían al escenario y cantaban con músicos de la localidad.
“Yo sé de un beisbolista muy famoso, Mickey Mantle, que jugó para los Yankees de Nueva York y también Bing Crosby, un cantante norteamericano, así como políticos, senadores y empresarios que con su dinero generaban ganancias para muchas personas aquí en la región.
“Todo dependía del alcalde y gobernador en turno, que le gustara apoyar. Había un presidente municipal, Manuel Garza González, que le dedicaba más tiempo, porque sabía que redituaba en beneficio a la ciudad económicamente. Ojalá que esto algún día resurja, pero se requiere tiempo, voluntad y paciencia”, añade Jesús Cavazos Reyes.
Así, la cacería de la paloma “Ala Blanca” prácticamente se quedó en un recuerdo en las memorias de aquellos que vieron en este “boom” uno de los mejores atractivos turísticos y comerciales que tuvo Tamaulipas, y que al día de hoy no parece que llegue a hacerle sombra a lo que un día fue y que para muchos –como dice la canción– no será…

Aves rápidas e inteligentes

Javier Plata cataloga como mito que la paloma “Ala Blanca” (que puede alcanzar una velocidad de hasta 56 kilómetros por hora) se reproduzca más por el sorgo, puesto que este tipo de pájaro, también conocido como la Zenaida Asiática, históricamente se ha propagado en grandes cantidades.
“De hecho, el sorgo es un cultivo que viene de África. Aquí normalmente sin necesidad de nada se reproducía la paloma, aunque es importante decir que en un año llovedor resulta difícil su cacería y aparentemente no hay “Ala Blanca”, pero lo que pasa es que se distribuye en toda la zona. Prefiere comer los animalitos como si fueran camarones. Prefiere comer semillas silvestres e insectos, porque tienen muchas proteínas.
“Así la paloma en un tiempo llovedor como hay mucha reproducción de todo, anda dispersa y es difícil cazarla, mientras que en tiempo de seca se concentra en los campos de cultivo y por eso es más fácil atraparla en el sorgo, porque anda buscando dónde tomar agua y dónde comer”, ilustra. 
Haciendo una reflexión de lo que esta actividad representó en el noreste de México, Javier Plata reconoce que difícilmente volverán a vivirse esos años de prosperidad que se originaban en base a la cacería de la singular ave.
“Hace 50 años era una locura. Le estaba diciendo al antropólogo Martín Salinas Rivera que se llenaba la Zona Rosa de Reynosa de cazadores que venían de todo el mundo, que pasaban por aquí. Eran miles que dejaban millones de dólares en derrama económica, no nada más a los ranchos de cacería, sino para todos otros sectores.
“Tan sólo los muchachos que se encargaban de recoger paloma, recibían sus buenas propinas. Para los restaurantes, gasolineras. Era mucho el movimiento que había, una cosa exagerada. Pasaban caravanas de hasta 50 ‘motorhomes’ (casas rodantes), para la presa Vicente Guerrero en el municipio de Padilla, porque todo eso era mandado, eran sirvientas, una derrama grandísima que se fue acabando”, recuerda.

Las trabas oficiales

Este empresario cinegético detalla que mucho antes de manifestarse los problemas de violencia e inseguridad, las autoridades se encargaron de irle poniendo agravantes, trabas e impuestos a la cacería de “Ala Blanca”.
“La realidad es que fueron destruyendo esta actividad matando a la gallina de los huevos de oro para sacarle el último huevo, en vez de que esté poniendo uno diario. 
“En los años setenta con el presidente Luis Echeverría se hizo una ley de armas de fuego y explosivos, donde restringieron el uso de armamento diverso. Aún entrando en vigor aquí en Tamaulipas no se respetaba y era muy común que toda la gente anduviera armada sin haber ningún problema.
“La población aquí se dedicaba a las actividades agrícolas, ganaderas y existía esa cultura de la necesidad de cazar para comer y veíamos esa derrama económica tan grande que había con los cazadores, que era un negocio muy importante”, argumenta.
Después, agrega, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) hizo que la caza se viera minada sin que pudiera recuperarse.
“Antes las autoridades la permitían sin ningún problema, pero luego se fue aplicando esta ley que nuestros queridos militares la reforzaron mucho con la gente decente y no con los delincuentes. 
“Es una verdad muy dura ver que yo como civil tengo que tener una carta de buena conducta, un certificado médico de un psiquiatra, que no padezco problemas para manejar armas; una carta con un modo honesto de vivir y llenar un sinnúmero de requisitos, como todos los años llevar los registros de mis armas y es año con año; sin embargo, si ahí los tienen ¿para qué me los están pidiendo cada año?
“Y esto de la cacería es un negocio, yo lo comentaba cuando era Tomás Yarringtón, gobernador. Aquí la gente no necesita que la ayuden mucho, nomás que no les estorbes, que los dejes trabajar honestamente y no hay ningún problema”, manifiesta Javier Plata. 

EL ANTES Y DESPUES
A diferencia de los numerosos requisitos que deben cumplirse hoy en día para que alguien pueda venir a cazar a México, en un principio obtener el permiso era prácticamente gratis y se podían traer 10 armas de cacería durante seis meses, para las importaciones temporales.
“Yo tuve cazadores que traían escopetas de 40, 50 mil dólares (entre 660 mil y 825 mil pesos), que para uno como mexicano hablar de una arma de ese precio es una locura.
“Porque el cazador quiere cazar con su arma. Decía una señora americana, si éste (esposo) me diera a mí la mitad del cariño que le pone a su escopeta yo estaría feliz (risas). Porque son armas que se las han fabricado especialmente, en Inglaterra, personalizadas, con oro y es gente decente. Tuve cazadores que eran dueños de 10, 20 o 40 agencias de carros en Estados Unidos. Y son personas trabajadoras; dueños de compañías petroleras, que eran la mayoría de los clientes”, expresa.

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