
En su cruzada por explicar episodios desconocidos de la historia de Estados Unidos, Steven Spielberg presenta en Puente de Espías la insólita historia de un abogado del negocio de los seguros que es convertido, por una complicada carambola del destino, en un negociador de prisioneros en el punto más álgido de la Guerra Fría.
La superproducción revela, con una minuciosa disección, la ruta que siguió el caso del sencillo ciudadano norteamericano, dedicado a litigar, que es obligado a representar a un espía ruso que ha sido atrapado en territorio norteamericano.
Son los años 50. La paranoia espesa el ambiente de la nación. Rusia y Estados Unidos amenazan con detonar dispositivos nucleares. El recuerdo de Hiroshima arde en la memoria colectiva. De Nueva York a California hay un patriotismo candente que rechaza cualquier sospecha de comunismo y condena lo que insinúe procedencia soviética.
En ese ambiente de crispación, un hombrecillo, de apariencia insignificante, es arrestado bajo sospecha de ser un espía. Parece otro caso más de agentes infiltrados.
Sin embargo, la historia de Estados Unidos se transforma cuando es encargado de darle asesoría legal, el abogado Donovan, interpretado por Tom Hanks, en un papel que recuerda al inspector Hanratty, de Atrápame, si puedes, también de Spielberg.
En el país de las libertades, Donovan es acosado por defender la del ruso detenido, a quien el juicio público ha condenado y quien no tiene posibilidades de obtener ni justicia ni absolución, en medio de un linchamiento público que lo ha condenado antes de llegar al tribunal.
Hanks representa decencia y autoridad, como es mostrado, de manera sistemática, en las colaboraciones con Spielberg. Esta vez sufre, junto con su familia, por defender al chico malo, pese a que es un patriota y se esmera en hacer lo correcto. Incluso en su propia compañía es segregado, simplemente porque decidió asumir con seriedad su encomienda y actuó, ‘erróneamente’, más allá del deber.
La astucia y determinación del abogado lo hacen colocarse en una posición que llama la atención de la CIA que lo envía a una misión para que intercambie al ruso detenido y sentenciado, por un piloto de avión U2, derribado y apresado en territorio dominado por la URSS.
Sin experiencia operativa, ajeno a los rigores físicos, que implica el trabajo de inteligencia en el campo de acción, el abogado es enviado a Alemania Oriental, en la época de la construcción del muro, para hacer el operativo que busca traer al americano a casa.
Sobresale el trabajo del espía, Mark Rylance, un actor inglés poco conocido, que ha formado su carrera más en el ambiente de teatro.
Spielberg se regodea con el tema, al entregar una versión pulcra, higiénica, simpática, pudorosa, y hasta glamorosa del conflicto internacional con su lucha entre espías, que otros narradores del cine y la literatura, han mostrado como extremadamente cruenta y despiadada.
Puente de Espías no da, como se sugiere, un vistazo al sórdido mundo de la inteligencia y contrainteligencia entre los colosos conflictuados. En realidad, es una descripción de la lenta y terrible burocracia diplomática, que desmitifica lo que se conocía como los esfuerzos internacionales por mantener la seguridad al interior de los países.
De espías hay muy poco. El abogado Donovan hace de todo, menos lo que se espera de un agente. Y lo hace mejor, guiado únicamente por el sentido común, y una repentina inspiración para tomar decisiones en el momento decisivo, en un ambiente que le es desconocido.
Sin embargo, el conflicto atrapa. Con una mano maestra, el director hace que una historia de largas discusiones y traslados entre países, se convierta en un interesante drama, que se desarrolla, mayormente entre oficinas de consulados y en escritorios de funcionarios de segunda, lugares donde, según se muestra, realmente se dirimió el grueso de las negociaciones en esa época aciaga de la humanidad.
Se percibe, en la historia, la mano de los hermanos Coen, que hicieron el guión, con brillantes intercambios y con humor sutil, en los momentos de tensión. El tono real, de espías de la vieja escuela, nunca pierde la suavidad, ni la gentileza. Todo el viaje se percibe como una emocionante aventura sin acción, únicamente entre despachos y con mucho diálogo.
A diferencia de la soporífera Lincoln, que en el pasado reciente le dio aclamación internacional, esta película hace que Spielberg regrese a terrenos que son de mayor aceptación. La cinta es dedicada, enteramente, al público adulto. Los adolescentes la encontrarán, quizás, pesada, por la temática rancia que, sin embargo, regresa al presente con ecos que retumban ahora con fuerza, en la lucha contra el terrorismo.
Al final, el abogado Donovan resulta ser una variación de Schindler. En el epílogo se muestran algunos datos reveladores de lo que hizo después con su brillante vida.
Hay final feliz, complaciente. Es Hollywood.