
Leopoldo no tuvo elección. Siendo un bebé fue llevado por su madre a Houston y se crió en uno de los barrios más conflictivos de esa ciudad. A los 10 años de edad ya sabía lo que era robar, drogarse, presenciar muertes y violaciones.
En un principio sus problemas eran más con la policía y no con las autoridades de Migración, porque creció al estilo chicano con los papeles de un primo.
A él le sacaron sus huellas bajo la identidad de Josea Juan Cantú, la misma con la que asistió a la escuela y años después se inscribió a las Fuerzas Armadas; sin embargo, no era más que un inmigrante nacido en Reynosa que tarde o temprano se enfrentaría a la realidad.
Después de formar un segundo matrimonio y sufrir la infidelidad de su pareja, Leopoldo fue acusado de violencia doméstica, experimentando un calvario legal que lo llevó a perder a su familia, hijos y por el que tuvo que empezar una nueva vida en México.
Es en la “Peluquería Olímpica”, de la calle 20 en Reynosa, el lugar donde ha encontrado un modesto trabajo –gracias a un oficio que aprendió hace mucho–, que le permite subsistir y donde busca reunir el dinero necesario para contratar abogados y pelear su caso.
Acepta que un tormentoso pasado lo ha seguido como sombra, pero a pesar de las manchas, Leopoldo considera que sus derechos fueron violentados y tiene certeza de que volverá a Estados Unidos con la frente en alto.
LOS VIEJOS TIEMPOS
Es en esta barbería de la frontera mexicana en la que aprovecha el tiempo libre para organizar la gruesa papelería que lo acompaña a todos lados como una enciclopedia, con muchos documentos que tiene de su proceso en la cárcel, y los cuales son para él una prueba de su inocencia.
“Por desgracia desde muy chamaco tuve unas malas experiencias que fueron quedando en mi récord y que estuvieron conmigo hasta la edad que quise establecer una familia. Los problemas del pasado me persiguieron y es una larga historia.
Crecí en el Northside de Houston, que era un barrio muy pesado, con puros pandilleros. Ya para los 12 años yo ya andaba tatuado y había probado toda clase de drogas. Era un estudiante y al mismo tiempo tenía una vida doble”, menciona.
Dos años más tarde, estando detenido en la prisión juvenil por diversos delitos, Leopoldo se convirtió al cristianismo, pero cuando salió regresó al mismo sitio de siempre, al viejo estilo de vida.
Este hombre de delgado aspecto y de vocabulario “texmex”, describe que después de haberse enlistado al servicio militar (en una búsqueda por enderezar su camino), se unió en matrimonio con la madre de su primer hijo.
No obstante regresó a las andadas al tomar un auto que no era suyo. En una corte de Texarkana, Texas, negoció seis meses de cárcel y se le permitió regresar a su casa; sin embargo, fue apresado nuevamente, con la diferencia de que además estaba siendo acusado de posesión de drogas.
MAL Y DE MALAS
En 1993, al mismo tiempo que nacía su hijo Joshua y que Leopoldo estaba en prisión su progenitora, quien era originaria de Monterrey, perdió la vida a causa del cáncer.
“Lamentablemente yo nunca tuve padre y mi mamá fue la que me sacó adelante. A pesar de mi comportamiento ella nunca me abandonó, siempre me mantuvo y me aconsejaba.
Me mandaron injustamente a la cárcel por un delito que no cometí, en referencia al de posesión de drogas. Y aunque apelé a las autoridades, éstas no permitieron que pudiera ver a mi madre enferma.
Fue el verdadero Josea Juan Cantú, que es mi primo, el que cometió el delito de posesión de marihuana, aquí tengo las pruebas con los documentos que mandé a pedir”, comenta.
Con señas, gestos y palabras de impotencia, este hombre describe su sufrimiento como una loza muy pesada de llevar, desde que una fiscal en Houston de la Corte 339 ocultó evidencias de no ser el verdadero Josea Juan Cantú, hallado con estupefacientes en el Valle de Texas, ni reconocer que había dos personas con la misma identidad.
Tras purgar una condena de cuatro años (dos bajo libertad condicional), Leopoldo Aguado Guel fue puesto en libertad en suelo estadounidense. Un mes antes de culminar este lapso finalmente las autoridades descubrieron las inconsistencias en su procedimiento.
En 1999 consiguió trabajo como contratista de la construcción e inició una segunda relación sentimental. Dos años después se casó con una ciudadana estadounidense de origen anglo, de la que le nació su primera hija, pero pareciera que su destino estaba empeñado en darle problemas:
Relata que al descubrir que su mujer le era infiel él la agredió y para el año de 2003 Leopoldo tenía ya una segunda denuncia de violencia doméstica, por lo que fue a dar otra vez a la cárcel. Un año después debió someterse a la deportación.
TOPAR CON PARED
Pero este mexicano que habla el inglés a la perfección y que cursó estudios en la Unión Americana con otra identidad, no se dio por vencido y cruzó ilegalmente la frontera, pero caminando por el puente internacional.
No contaba con que al adentrarse en suelo estadounidense fuera detenido, golpeado y ahora sentenciado nuevamente por delitos del orden federal a seis años y medios de prisión, de los cuales le rebajaron uno.
Comenta que mientras se encontraba en su último periodo de reclusión en un penal de Mississippi se relacionó con reputados abogados con los que compartió celda. De ellos aprendió a defenderse y aprovechó la estancia para estudiar la preparatoria.
“Ahí aprendí a pelear contra el gobierno estadounidense, a archivar mis documentos y mandarlos a la corte. Cómo buscar códigos y estatus.
Primero me veían como un gatito y luego, a mediación de mi sentencia, el gatote comenzó a sacar las uñas y no les gustó. Empezaron con negligencias, porque al principio consideraban que era un mexicano más recién llegado a Estados Unidos”, señala.
Una clave en la violación del proceso legal de Leopoldo es que los tribunales le negaron su sentencia en grabación y en escrito en el cual participaron el juez, el abogado, la fiscal y él.
“Empecé a pedir mi documento y me lo negaron. Ahí se iba a descubrir que mi sentencia era de seis meses por delito que cometí en 1993 y mi récord habría estado limpio. La historia hubiera sido otra”, considera.
En 2008 Leopoldo fue repatriado por segunda ocasión por Laredo, Texas, y en Reynosa se encuentra residiendo desde el 6 de octubre de 2011. En esta ciudad tamaulipeca ha formado una nueva familia, de la que ha procreado una hija con tres años de edad.
“Mi historia es para mucha gente criada allá, y ojalá que sirva de experiencia para quienes han sido deportados injustamente. Mi mensaje es que si no cometieron delitos federales y creen que tienen un derecho de estar allá bajo las reglas y leyes migratorias, que luchen y hagan todo el esfuerzo de reglamentar su situación.
De hecho existe el Tratado de Guadalupe Hidalgo, cuando nos invadió Estados Unidos por última vez de 1846 a 1848. Eso te ampara en Estados Unidos como extranjero como un derecho de que te tienen que dar el respeto. Si se quedan callados nunca los van a escuchar.
La corrupción existe y los jueces y abogados se venden, aunque también existe gente buena, que respeta las leyes norteamericanas y tengo confianza de que mi situación se compondrá y poder volver a ver a mis hijos”, manifiesta.
Una de las metas próximas de Leopoldo es llamar la atención de la American Civil Liberties Unión (ACLU, por sus siglas en inglés), una organización defensora de los derechos civiles en la Unión Americana.
Sostiene que al haber sido expulsado de un país al que fue llevado sin elección siendo un bebé y donde cursó la escuela y tuvo hijos, ha sido traumático.
“Es un como shock cultural estar lejos del lugar donde has pasado la mayor parte de tu vida. Me separaron de mis hijos y me siento traicionado, pero no vencido”, finaliza.