
Las leyes mexicanas impiden que los ministros de culto religioso en activo participen como candidatos a puestos de elección popular. La razón del veto es muy sencilla: desde el púlpito, las creencias de la gente pueden ser manipuladas fácilmente. En el nombre de Dios, o de cualquier dios, los sacerdotes dogmatizan, sentencian, ordenan. No sería nada complicado que uno de esos hombres ensotanados, algunos de los cuales, perversamente, se sienten representantes directos del Altísimo en la tierra, pidiera a la feligresía votar por un partido o dejar de votar por otro.
Por razones similares, la Federación Mexicana de Futbol ha incluido en sus estatutos que ningún jugador activo puede participar en política partidista. Ninguna actividad lúdica en el país concita tantas pasiones como el futbol, por lo menos entre el sector varonil, que es muy numeroso y prácticamente la mitad de la población.
La Femexfut sabe que un jugador con carisma, fácilmente podría utilizar sus poderes para hechizar al electorado, si se lanzara como aspirante a un ayuntamiento, una gubernatura. Si las gambetas hacen la delicia de la tribuna, la gente lo quiere. Le rinde tributo, porque es el que cada semana anota los goles y da el triunfo al equipo favorito.
O, para igualar criterios, cuando está en la Selección Nacional, el equipo de todos, brilla con sus actuaciones y es querido por todo el país.
Es muy peligroso que una persona que exhibe únicamente credenciales como magistral gambetero, férreo defensa o arquero felino, se lance como candidato. La gente que lo quiere como futbolista votará por él, sin saber si está capacitado para ocupar el puesto.
Se dan casos de jugadores que han incursionado en la política, claro. Recuerdo al crack liberiano George Whea, que buscó la presidencia del país.
En México, el goleador veracruzano Carlos Hermosillo, tuvo una curul como diputado federal y un puesto
directivo como autoridad deportiva en el país. Salió apestado, por un deficiente desempeño y por acusaciones de solapar corruptelas.
Cuauhtémoc Blanco, el más relevante futbolista mexicano de los últimos 20 años, ha decidido lanzarse como alcalde de Cuernavaca, por el Partido Social Demócrata. Su decisión ha generado escozor en la clase política de Morelos, porque, por su popularidad, puede ganar la elección, pese a que desconoce por completo las cuestiones de lo público.
Parece, este paso del Temo, una puntada, una ocurrencia para darle un giro interesante a su vida, ahora que, jugando para Puebla, ya anunció, en definitiva que dejará las canchas para siempre, al finalizar el presente torneo.
De hecho, la Femexfut le dijo que sólo puede jugar hasta la jornada 16, porque a la siguiente deberá registrarse como candidato y no puede andar de abanderado de un partido mientras se ciñe la camiseta de un club.
El debate está abierto. En México se preparan para ocupar candidaturas otros futbolistas como Daniel Osorno, para la alcaldía de El Salto Jalisco. Jesús Arellano es mencionado también, para entrar en las grillas electoreras en el proceso electoral de este año, en Nuevo León.
Para los que rechazan la incursión de deportistas en comicios, basta decir que, muchas veces, es mucho más saludable que ocupe una posición administrativa un ciudadano inexperto, pero honrado, que un político muy experimentado, que conoce mil maneras de robar.
No sé cuál sea la plataforma política del Cuau, ni qué pretende como presidente municipal.
Pero, por lo menos, hasta ahora, no se le ha conocido ninguna inquietud política, alguna chispa de intelectualidad que apunte a que guiará con acierto la Ciudad de la eterna primavera, si el electorado y sus fans del municipio así lo deciden.