
Al interior de todas las familias existen secretos. Algunos son francamente inconfesables, otros simples pecados veniales, pero adentro de toda estructura de convivencia íntima, se mantienen ocultas verdades que nadie más debe saber. No es necesario.
En las organizaciones deportivas la situación funciona igual y más en las profesionales. Los que han practicado espectáculos
atléticos a ese nivel de paga, entienden que el vestuario es el espacio más íntimo, más entrañable, más oculto. No sólo porque en él se muestran desnudos los jugadores uno con otro, lo que es, metafóricamente, una exposición personal sin dobleces, una exhibición del individuo sin cortinas.
En uno de su decálogos de conducta interna, el Real Madrid establece: “El vestidor es sagrado”. Se explica que lo que ahí ocurre, ahí permanece, que el camerino es como una gran alcoba donde todos cohabitan en la más estrecha intimidad, que no debe ser violada por ninguna asquerosa infidencia.
Quien rompe con el pacto, se condena.
Miguel Herrera, entrenador de la Selección Mexicana de futbol traicionó a su plantilla. En días pasados ventiló, con detalles, una conversación que sostuvo con los arqueros Guillermo Ochoa y Jesús Corona, para determinar quién sería el titular en la Copa del Mundo Brasil 2014, que recién ha concluido.
En una entrevista, el Piojo sacó la ropa sucia para tenderla en la banqueta. Mostró a todo el público las prendas interiores percudidas de sus muchachos. Explicó cómo se decidió por Pacomemo y, lo que es peor, describió la frustración de Corona, quien, al verse relegado al banco, explotó.
El flamboyante entrenador mexicano expuso al periodista con el que hablaba, que Corona se había ofuscado porque sentía que él sería el elegido para cubrir la meta tricolor.
El aludido, después, al conocer la entrevista, se mostró enfurecido. No era para menos. Su entrenador, guía, gurú, el jefe, se había atrevido a revelar una charla íntima de padre a hijo. Abrió el confesionario para que la feligresía oyera los secretos que se intercambian en susurros a través de una discreta mirilla.
Airado, Corona respondió también a través de los medios, apelando a aquella vieja conseja que dice que las acusaciones en público se resuelven en público. Dijo que Miguel no debió hacer público el diálogo de marras. Las simpatías son para el golero afrentado.
Es cierto que el DT cumple con su deber de establecer un cuadro. El decide y da órdenes. De él depende la alineación. Tiene, a su disposición, a 23 jugadores y todos quieren jugar. Pero sólo puede colocar 11. Obviamente habrá algunas inconformidades, como la de Corona. Depende de la madurez de cada sujeto, cómo asuma su lugar en la banca. Pero tiene que acatar la instrucción. Si todos se enojan, pues qué desorden habría, porque todos quieren estar en el cuadro inicial. Para eso traen al entrenador, como máxima autoridad del equipo en el terreno de juego.
En este sentido, desde mi punto de vista, el ‘Piojo’ se impuso e hizo lo que tenía que hacer, que era designar a uno en la puerta. Si hubiera elegido a Corona, Ochoa también se hubiera engallado, seguramente.
Donde se equivocó el adiestrador azteca es en hacer pública una charla personal. Tal vez animado por los elogios hacia su franqueza, o embebido en su diarrea declarativa de la que se enfermó cuando inició el Mundial, Herrera creyó que era natural circular en la prensa el tema polémico de la elección del 1.
Hizo mal. Tal vez los jugadores, decepcionados de su desatinada franqueza, se la cobren en un futuro dejando de ser abiertos con él. No vaya a quemarlos en los medios.