
Quién sabe si sea porque la televisión migró a la hiperrealidad con su sistema de HD, o porque las estrategias en la competencia deportiva se han refinado, pero en este Mundial Brasil 2014 se han observado peripecias que parecen sinsentidos.
Es preciso hacer memoria para encontrar la mayor sorpresa, desatino, imprevisto, asombro en esta copa que habrá terminado el domingo 13 de julio.
Por ahí aparece, como aspirante al título del mundo bizarro, la eliminación prematura de España, que después de haber sido la campeona del mundo en la pasada competencia de Sudáfrica, se fue refinada, con una soberana felpa que le propinó Holanda. Los hijos de la Madre Patria no se pudieron levantar del KO de la “Oranje” y se fueron de la competencia amarrados de la cola del Boeing de Iberia, sin saber qué ocurrió.
Italia, también pasó de ser animadora de la fiesta a una comparsa funesta, vestida de mediocridad, dando traspiés en el baile de su catástrofe. Ya le había pasado también en la pasada copa africana, que se fue en la etapa inicial. Ahora, otra vez, su futbol distante del catenacio, y parecido a nada que le dé forma a su tradición de excelencia defensiva, se infectó de pases laterales y terminó ahogado en su ineficiencia.
Colombia, que constantemente se despeñaba en los albores de las competencias, demostró que está hecha para navegar en otras latitudes, buscando nuevos horizontes donde pueda retar a los enemigos gigantes. James, un jovencito que apenas tiene edad para votar, se convirtió en la revelación no sólo de su selección cafetalera, si no del torneo. El chaval, imberbe, cargó con todo el equipo, se colocó al frente de la caballería y le puso mucha pimienta a un futbol como el de este año, que parecía condenado al puntismo.
El joven Rodríguez demostró impaciencia. Se está comiendo al mundo con buen apetito y ya tiene, en su oficina de Bogotá, a tres secretarias contestando, a diario, los telefonemas de todas partes del mundo, donde quiere firmar sus servicios.
Hubo picaresca, claro. Luis Suárez, le puso la nota infernalmente cómica a la justa brasileña. Hay que tener compasión. No es posible enojarse con alguien que ha destacado con un gran futbol, pero que ha trascendido por mordidas. Hay jugadores que brillan como rompetibias. Se les castiga con partidos de suspensión por sus fechorías. ¿Pero, que muerdan? Sólo un loco, o un futbolista que creció con serios problemas puede defenderse con los colmillos, literalmente.
Hubo un clavado infame del talentoso neerlandés, Arjen Robben que, de sólo ser mencionado, hace que a los mexicanos se les remueva en el intestino delgado el jalapeño del desayuno. Se echó muchos clavados y le compraron el más barato.
Costa Rica encantó por la tenacidad. Los astros, la luz de Belén, la Rosa Náutica, todo, le enseñó el camino y alcanzó los añorados cuartos de final. Cayó galantemente ante Holanda y demostró así, que ha ascendido de nivel, pero que aún le falta madurar para codearse en las alturas. Puede llamarse, por razón estadística, el nuevo gigante de la Concacaf. Que lo haga, si es así feliz. Tiene derecho. Yo digo que el remoquete le queda a USA.
Luego, en las postrimerías de la justa, ocurre la catástrofe. Únicamente en un universo paralelo Alemania pudo haber derrotado 7-1 a Brasil, en las circunstancias que convierten la goleada en una hecatombe. La canarinha fue humillada cruelmente en su casa.
El ejército germano tomó por asalto el Mineirao, hizo que desfilaran sus panzers por las calles de la ciudad y las metió al estadio ante la mirada atónita de todo el mundo. Los brasileños callaron. No tenían nada que decir, de hecho, carecieron de argumentos.
Alemania se mostró como una máquina perfecta de triangulaciones y Brasil también exhibió su real nivel. Con o sin Neymar, esta versión de la verde amarilla es la más débil de cuantas habían engalanado las copas. La humillación en el Mineirao es idéntica a la que sufrieron en Maracaná, en 1950 cuando cayeron ante Uruguay.
El delicioso licor de la arrogancia deja una resaca espantosa.