
El inicio del deterioro de la industria petrolera mexicana, puntal de la economía nacional.
A principios de la década de los 80 Petróleos Mexicanos, gracias al descubrimiento de los yacimientos de la Sonda de Campeche, tuvo una producción sorprendente de 2.4 millones de barriles de crudo al día, la mitad de los cuales se exportaba, con un ingreso superlativo de recursos para el país; el resto se refinaba en las instalaciones de la propia empresa para cubrir las crecientes demandas de la población en combustibles y lubricantes y de la industria con los petroquímicos.
Con seis refinerías, toda la infraestructura estaba conectada por una red de ductos de 42 mil 213 kilómetros, de los cuales el 52% eran gasoductos; 28%, oleoductos; 13%, poliductos y 6%, ductos petroquímicos. En el periodo de 1970 a 1980 la producción de petróleo registró una tasa de crecimiento medio anual de 16.3%. Quizá lo más importante era la mística que campeaba en la industria petrolera. En todos los niveles había compromiso y responsabilidad. Ser petrolero era un orgullo que se acrecentaba con cada logro de la principal industria nacional.
Ciertamente, como señala el ingeniero Rolando Ramírez Acosta, en Pemex existía una sobrecarga de personal. Explica que, como en una caricatura, cada buen petrolero llevaba cargando en sus espaldas a dos más que no eran necesarios; pero, con todo y eso, la industria crecía, se fortalecía y llegó a convertirse en el puntal del desarrollo, aportando el 40% de los ingresos públicos.
Pero, esta realidad tan bella, no podía durar. A principios del sexenio 1982-1988, el gobierno tomó la decisión de basar el desarrollo social y económico del país en los ingresos por exportación de hidrocarburos como fuente de financiamiento. Durante este periodo, Pemex aportaba casi la mitad de los ingresos públicos y originaba casi la tercera parte de la deuda global de México. Se dio prioridad a la exploración, extracción y exportación de petróleo, desatendiendo el abasto de las necesidades internas. En los siguientes periodos, la producción de petróleo no fue tan destacada, de 1983 a 1988 se registró una caída promedio anual –1.2%.
EL ASALTO DE LOS PITUFOS
Pero, eso no fue todo. El proyecto de El Nuevo Pemex, implementado por Mario Ramón Beteta, inició la terrible corrupción que ha llevado a la industria petrolera al desastre que ahora es, y que significa para el país un costo altísimo que están pagando las actuales generaciones y deberán cargar las generaciones futuras. Nada más, de entrada, una vez recibido su nombramiento como director general, Beteta engrosó la plantilla de personal de confianza en cuando menos 280 funcionarios (del nivel 36 hacia arriba) que forman una verdadera élite y que perciben ingresos adicionales a su salario y prestaciones a través de nóminas confidenciales.
Un ejemplo avalado con documentos de la propia empresa, indican que los nuevos funcionarios, que llegaron sin conocimientos, preparación o méritos a los cargos, ganaban más que los niveles más altos del gobierno. Los salarios de los superintendentes, incluido el pago de las prestaciones reglamentarias, van de los 156,000 pesos mensuales (nivel 36) a los 178,000 pesos (nivel 39) Un subgerente gana 190,000 pesos al mes y un gerente 208,000 pesos. A esos emolumentos se agrega una compensación por nómina confidencial, cuyo monto es por supuesto secreto. ¡En los momentos de crisis económica nacional!, y de llamado a la austeridad del presidente De la Madrid.
Antes, había exceso de personal sindicalizado; pero, la industria crecía. Ahora, con la llegada de la nueva burocracia petrolera de alto nivel, conocida como los Pitufos de Beteta, Pemex se vino abajo. Como ninguno de los recién llegados, que desplazó a técnicos y profesionistas expertos en cada una de las áreas, sabía qué hacer, la industria entró en un periodo de confusión tal que no había quien supiera mandar ni quien quisiera obedecer.
Además de derroche de recursos y desaprovechamiento de las capacidades productivas de la empresa, se generó una total opacidad que impedía ver qué era lo que pasaba. La otrora fluida comunicación interna y externa, dio paso al sigilo cerrado. Más tarde se sabría que, así como Pemex había sido el puntal del desarrollo nacional; con Mario Ramón Beteta, sería el trampolín para llegar a la presidencia de la República.
Todo estaba encaminado en ese sentido. Beteta ingresó al servicio público en la Secretaría de Hacienda, donde fue director General de Crédito, subsecretario bajo el presidente Luis Echeverría Álvarez y titular de la Secretaría cuando José López Portillo dejó el cargo para ser candidato a la Presidencia; durante su gestión ocurrió la primera devaluación de los tiempos modernos. Ya siendo presidente, López Portillo lo nombró director General del Banco Mexicano Somex. En 1982 el presidente Miguel de la Madrid, lo designó director General de Petróleos Mexicanos, luego fue postulado al gobierno del Estado de México. Ahí acabó su sueño por la Presidencia; pero, el daño a Pemex estaba hecho.
EL DETERIORO DE
LA PARAESTATAL
Mediante una carta fechada el 17 de diciembre de 1984, con sello de recibida en la secretaría particular de Beteta el 29 del mismo mes, firmada por ingenieros y cuadros técnicos medios adscritos a las distintas subdirecciones de la empresa, exponen al director general su sorpresa y honda preocupación por la separación de Pemex del ingeniero Roberto Osegueda Villaseñor, experto en comercio internacional, que ha dado brillo a Pemex por sus conocimientos técnicos y atributos personales. Asimismo, le solicitan una audiencia para expresarle de viva voz los problemas que aquejan a la paraestatal y a sus trabajadores.
Como resultado de ésta, Beteta recibió el 3 de enero de 1985 a una comisión de los firmantes. A raíz de esa entrevista, y según lo acordado en ella, elaboraron un documento que precisa y amplía la problemática de la empresa. Apoyan su análisis con datos concretos, a lo largo de 31 cuartillas, incluidos sus anexos, firmado por los ingenieros Sergio Cruz Carranza, Javier Olivares L., Rolando Ramírez Acosta, Pedro Félix y Alejandro Zentella M., fechado el 28 de enero de 1985 y dirigido al director general de Pemex. El panorama que ahí se describe en nada se parece al presentado por Mario Ramón Beteta el 8 de diciembre anterior ante el Presidente de la República, que provocó este comentario de Miguel de la Madrid: “Creo que podemos concluir, sin falsos orgullos y mucho menos si autocomplacencia, que en estos dos primeros años de la administración cuyas responsabilidades compartimos, se han logrado avances importantes en el saneamiento y en la consolidación de Petróleos Mexicanos en todos sus aspectos”.
En el documento, califican de crítica la situación que priva en Pemex. Se hace una evaluación serena y objetiva de la situación. En cada caso, se exponen las causas y los efectos del problema y se aportan sugerencias concretas de solución. Los técnicos al servicio de Pemex explican ahí que aunque provengan de diversas áreas, los problemas tienen origen común, de fondo, en dos cuestiones sustantivas: el tipo de reestructuración administrativa que se diseñó para la empresa y los medios empleados en la integración del nuevo personal.
PEMEX PAGA POR
CULPAS DE OTROS
El ingeniero Rolando Ramírez Acosta, nativo de Miguel Alemán, graduado en la Universidad Nacional Autónoma de México como ingeniero químico, por aquellos tiempos superintendente de Comercio Exterior de Pemex, uno de los firmantes de la denuncia, parte de la comisión que se entrevistó con el director general y coautor del documento que daba cuenta de la situación que privaba en la industria petrolera, además de denunciante personal de las transas con el embarque de petróleo, afirma que: “Se llegó al absurdo de que, con tal de vender, Pemex pagaba las multas que imponía a las empresas extranjeras por irregularidades, demoras e incumplimiento”.
Recuerda Ramírez Acosta, entonces superintendente general de Evaluación de Suministros, que envió al secretario de la Contraloría de la Federación, Francisco Rojas (fue como entregar el rebaño de ovejas al lobo, dice), con fecha 7 de abril de 1986 una solicitud de investigación sobre irregularidades en la práctica del contrato de venta de petróleo crudo y falta de programación motivando demoras improcedentes, dirigida a la Gerencia de Exportación de Petróleo Crudo a cargo del ingeniero Miguel González Campos. El documento GEPC-SGES-1557-D/86, expone una muestra representativa de cinco meses, de agosto a diciembre de 1985.
Uno de los ejemplos señalados es el del barco Chevron-Nagasky debía levantar 1 millón 400 mil barriles de petróleo tipo Maya. Cuando apenas llevaba 975.13 barriles, recibió la orden de Chevron, el cliente de Pemex, de zarpar a Pascagoula, Misisipi, sin completar su carga. Dejó 424,863 barriles por los que había firmado contrato. Zarpó si avisar a Pemex oficialmente por escrito, con lo que volvió a violar el contrato, en su artículo 16. Dos violaciones: no levantar la carga y no avisar oficialmente. Pero el área de trabajo de Pemex, responsable de este caso, no aclaró nada al cliente. Pemex tendrá que pagar por las violaciones del cliente y por la falta de información y la ambigüedad con la que se manejó el asunto.
Explica que las fallas contractuales denunciadas se daban en tres grupos sobresalientes de demoras: 1º. Cambio de ventana, es decir, cambios de fecha de carga. Generó demoras, en el periodo, de 282 mil 600 dólares. 2º. Nominación tardía de barco y nominación tardía de barco sustituto, que generó pérdidas por 121 mil 714 dólares. 3º. Cambios de muelle, fallas de programación, empalme de ventana (dos barcos en mismo muelle y misma fecha), concesiones discrecionales a cliente, cuyo costo fue de 103 mil 336 dólares, sólo en el periodo señalado. La corrupción se estaba generalizando tanto que hubo quien me dijera: “déjame tu puesto unos seis meses y a tu regreso, ni tú ni yo tendremos que trabajar por el resto de nuestros días”. Hubo empresas petroleras que me ofrecían un “daime” por barril de petróleo nomás por darles servicio preferente.
Como consecuencia de ello, el Nuevo Pemex siguió adelante, dando lugar a una terrible corrupción y al desbarajuste de una industria que iba creciendo boyante. El ingeniero Rolando Ramírez Acosta, que había denunciado la llegada de los Pitufos y luego las irregularidades en el comercio exterior, fue invitado a una jubilación temprana, convenientemente pertrechada, con varias categorías arriba; pero, mejor exigió y obtuvo su liquidación, para iniciar su vida en otras actividades del comercio exterior.
CONFIANZA EN EL CAMBIO
Ramírez Acosta expresa confianza en la nominación de Rocío Nahle García, ingeniero química con especialidad en petroquímica (igual que él) como próxima secretaria de Energía de México. Consideró desde un principio, que es una persona que entiende a la industria energética; que tiene amplia experiencia en todas las ramas de la misma; que forma parte de una generación de mexicanos con sentido nacionalista y de responsabilidad.
Y apuntó: “Me gustan los planes que tienen López Obrador, sobre todo construir dos refinerías chicas, o dos medianitas. Me gusta la idea de que sea en el sureste no sólo por la chamba, sino porque se facilita el transporte por ductos de derivados ya refinados de petróleo, evitando la corrosión que provoca en las tuberías de acero el crudo, que lleva muchas impurezas.
A principios del sexenio, Ramírez Acosta dijo también: “La llegada de Octavio Romero a Pemex y de Manuel Bartlett a la CFE no se ha logrado entender aún. A mí no me gustaron; pero, seguramente responden a compromisos de confianza dentro del gobierno de López Obrador; debe ser parte de su estrategia. Quizá, donde habría que insistir es en que no haya impunidad.