Hace 20 años, Rogelio Ayala Contel volvió a nacer. Para muchos su vida se considera un ejemplo para la sociedad; él sólo le da gracias a Dios por una oportunidad más y asegura que si tuviera que volver a ayudar, nuevamente, lo haría.
“El tiempo me ha cambiado”, dice este hombre que fue arrastrado por el río Santa Catarina desde Monterrey hasta Cadereyta. Su hogar es el mismo donde vivía hace dos décadas, tiene esposa y dos hijos, y se dedica al mantenimiento industrial.
Ayala Contel define en una palabra: “desorganización”, el ambiente de esa noche del 16 de septiembre, pues explica que había mucha gente que quería ayudar pero no había coordinación.
“Todos estábamos muy conmocionados, queríamos ayudar y hacer algo pero lo hacíamos de forma independiente. Estaban el Cuerpo de Bomberos, Cruz Roja, Cruz Verde, pero en ese momento faltaba coordinación, como que se vivía rivalidad entre cada grupo y sentí que no estábamos preparados.
“Ahora hay mejor prevención, mucha mejor comunicación y tiempo de respuesta; se ha desarrollado en Monterrey todo un sistema de Protección Civil. Pienso que una situación como esa no se vuelve a vivir”, dice el padre de familia.
A pesar de que han transcurrido 20 años, los recuerdos siguen presentes en la mente del regiomontano que sobrevivió a las fuertes corrientes del río Santa Catarina, que lo arrastraron 32 kilómetros durante cinco horas.
“Regresaba de la casa de mi tío, venía muy cerca del puente Miravalle y me dirigía a mi casa; vi a toda la gente que estaba parada sobre los costados de los autobuses y eso fue lo que me impulsó a querer ayudar.
“Pensé muy bien lo que quería hacer, fui a avisarle a mi mamá y a mi hermana. Agarré todo lo que estaba a mi alcance, afortunadamente tenía chalecos salvavidas y cuerdas. Mi mamá me dijo que me quedara y cuando me vio decidido me dio su bendición”, recuerda Ayala Contel, quien en ese entonces tenía 22 años y se caracterizaba por ser un joven aventurero.
Su gusto por la naturaleza lo llevó a la práctica de deportes extremos, especialmente en el recorrido del cañón de Matacanes en el municipio de Santiago, Nuevo León; por esa razón tenía chalecos salvavidas y cuerdas.
NOCHE DE ANGUSTIA
Después de haberse despedido de su madre y su hermana Elisa, acudió en su camioneta, invadido por un sentimiento de ayuda pero al mismo tiempo surgió en su interior el deseo de encomendarse a Dios.
“Regresé al puente Miravalle, casualmente se había empezado a formar el equipo de rescate. Me di cuenta que el comandante (de la entonces Policía Judicial) César Cortés, armó un grupo de agentes para entrar en el trascavo y fue donde yo me adherí a ellos. El comandante no quería que yo me arriesgara, pero el hecho de haber llevado el chaleco salvavidas, me dio lugar para entrar al equipo”, señala el testimonio vivo de la tragedia.
Había varios camiones dentro del cauce del río, los pasajeros estaban sobre el techo de los móviles, tratando de ganar tiempo y el cuerpo de rescate que se había improvisado intentaba rescatarlos.
“Cuando el trascavo quedó a medio camino para llegar a los autobuses, me di cuenta que el nivel del río estaba subiendo y que no íbamos a poder ayudar a la gente. Ahora sí, al que tenía que rescatar era a mí mismo y si tuve miedo; había ofrecido mi acción, lo había puesto en las manos de Dios.
“En 32 kilómetros, se dieron muchas emociones, muchas circunstancias que me hacen ver ahora que efectivamente hay alguien que nos cuidad; mi papá –Alfonso Ayala– tenía cinco años de haber fallecido y le pedí que me cuidara”, recuerda Rogelio.
El sobreviviente explica que durante el recorrido recibió golpes por los objetos que viajaban en el agua con lodo; vio pasar los juegos mecánicos Manzo –que eran toda una tradición para los regiomontanos en esos años–, animales y tanques de gas.
Una de sus oraciones en esos momentos (que relatan diarios de la localidad, pocas horas después de haber salido del río) fue: “Dios, Señor, si éste es el momento que elegiste para llevarme a tu reino, no me opongo, haz lo que quieras, haz tu voluntad, Señor, yo quiero seguir viviendo, pero si eso es lo que tú quieres, está bien Dios mío”.
Durante su travesía, recuerda que el lodo entró a sus oídos, a sus ojos, nariz y boca; su ropa se desgarró y su cuerpo sólo quedó cubierto con el chaleco salvavidas que le ayudó a estar a flote.
“Cruzaba mis manos y lo protegía (el chaleco salvavidas) para que la corriente no me lo sacara y terminé con la cara hinchada. Cuando salí no podía ver, empecé a gritar pidiendo ayuda y alcancé a escuchar a lo lejos los ladridos de un perro, a pesar de que mis oídos estaban llenos de lodo y mi reacción fue pensar que en donde había perros, debía haber gente.
“Me fui siguiendo los ladridos hasta llegar a una casita donde estaba una familia y cuando empecé a gritar por mi desesperación, se asustaron mucho y su primer reacción fue correrme; sin embargo, una vez que les pude explicar, me recibieron, me taparon y después de un tiempo me llevaron caminando a lo que ahora es la autopista que va a Reynosa, (Tamaulipas)”.
Menciona, que el señor que lo auxilió fue Cirilo González.
Esa mañana del 17 de septiembre, Rogelio Ayala había sobrevivido a la tempestad que les arrebató la vida a 202 personas tan sólo en México; fue el país que reportó más fallecidos de los 10 por donde pasó el Huracán Gilberto (de acuerdo a la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica).
“Terminé sin ropa, lo único que tenía era un chaleco. Me sentía con muchas emociones, primero me sentía agradecido con Dios, por otro lado no se me quitaba la imagen de toda la gente que fue arrastrada de los autobuses.
“Durante dos semanas estuve internado, tuvieron que hacerme algunas cirugías para poder sacarme todo el lodo de las fosas nasales, de los oídos, de los ojos. Pero ese tiempo me ayudó a estar un poco en paz”, señala.
Una vez recuperado, el también empresario dice que visitó a la familia que lo ayudó y su testimonio fue proyectado por varios medios de comunicación, no sólo nacionales sino internacionales, también fue invitado a dar conferencias motivacionales.
“Estuve en contacto con la familia que me apoyó. No supe más de las personas que tratamos de ayudar en los camiones. En cuanto a los medios de comunicación, creo que más que entrevistarme fue entender un poquito de lo que había pasado, trasmitir yo lo que la gente sufrió”, afirma.
Rogelio Ayala considera que después de 20 años, Monterrey está preparado para actuar en un fenómeno como el que se vivió. Uno de los progresos que considera bueno fue la construcción de la cortina Rompepicos (ubicada en el municipio de Santa Catarina, dentro del Cañón Corral de Palmas, en la Huasteca).
“Lo más reciente que hemos vivido fue el huracán Emily y creo que la gran inversión que hizo el gobierno para construir la cortina Rompepicos, funcionó. Fui a verla y parecía literalmente una cortina de agua, creo que si no hubiera estado esa cortina Rompepicos hubiéramos tenido alguna situación de emergencia”, asegura.
En 1988, el Gobierno del Estado de Nuevo León entregó a Rogelio Ayala una medalla al Mérito Cívico en la categoría juvenil. Su vida ha continuado felizmente y lo que vivió forma parte de un ciclo, que dice, concluyó y algún día lo compartirá con sus hijos.
la historia de la tragedia, convertida en libro
Uno de los documentos que dan testimonio del huracán asesino es el libro Gilberto. La Huella del Huracán en Nuevo León; escrito por Abraham Nuncio, Arnulfo Vigil, Luis Lauro Garza, Sandra Arenal, Alicia Aguilera y Erick Estrada.
En este texto se recopilan testimonios y publican una serie de fotografías durante el huracán, de los destrozos y también de la reconstrucción de los daños.
Erick Estrada estuvo a cargo de la organización de las fotografías; en ese momento se armó de su cámara profesional Nikon y todos los rollos fotográficos que tenía. El fotógrafo hizo un recorrido por todo el cauce, recorrió las colonias afectadas, acudió al Cañón de la Huasteca y también captó imágenes aéreas del río Santa Catarina.
Una de las anécdotas que recuerda, dentro de todo el sufrimiento que padecían las familias fue el encontrar en una colonia alejada, una pequeña tienda que vendía sardinas de origen israelita y enlatados de diferentes partes del mundo.
Dentro de las páginas del libro, hay algunos testimonios de funcionarios que aquí reproducimos:
:: Jorge Treviño Martínez (entonces gobernador del Estado)
“A las tres de la mañana me habla el secretario de Gobierno y me comunica que el ojo del huracán iba a pasar directamente por Monterrey; estaba muy preocupado. Yo intenté tranquilizarlo y le dije: vamos a tomar acciones al respecto, además puede haber un error en el pronóstico. Le pregunté si sabía cómo iba el río y dijo ´muy crecido´. Le pedí que convocara al procurador, a los secretarios, a los presidentes municipales, a los directores de Policía y Tránsito y demás funcionarios relacionados con el Comité de Protección Civil que había estado sesionando la noche anterior.
“Cuando pasaron por mí, Natividad González Parás y Alberto Escamilla, la lluvia era torrencial; batallamos para transitar, las calles estaban inundadas. Al descender la Loma Larga escuchamos un golpeteo bajo el auto, como cuando se desprende el mofle, eso creímos. Pero no, era el estruendo de todo lo que arrastraba el río y el romper de las olas. El agua estaba a un metro de distancia del puente. El ruido era ensordecedor y el oleaje verdaderamente amenazador, atravesamos el puente con muchos riesgos. Estaba por llegar la cresta; se estimaba que en ese momento el río traía un gasto de cinco mil metros de agua por segundo a una velocidad de 40 kilómetros por hora. Por Constitución vimos todo el río, era impresionante; no había circulación y el caudal de la corriente era impresionante y nuestro carro era el único que se veía.
“Al llegar al Palacio de Gobierno, vimos los árboles de la Macroplaza arrancados de cuajo; ya estaban los primeros reportes. A las seis de la mañana todos tuvimos una junta, incluidos los alcaldes del área para tomar las primeras medidas de la mañana. Temprano recibimos un reporte que señalaba el paso de la cresta, ese fue el momento más crítico. Si el río llegaba a desbordarse, y ése era nuestro temor, ningún edificio podría aguantar semejante presión. No era para dejar de pensar en la posibilidad de que se inundara el centro. Con la fuerza y el caudal de la corriente, hubiera desaparecido, afortunadamente no fue así”.
::José Natividad González Parás (entonces secretario general de Gobierno)
“El momento más impresionante fue entre las cuatro de la mañana. El Santa Catrina era un río de color café oscuro, un río asesino, ensordecedor, con crestas de cuatro a cinco metros de alto. En el camino al Palacio de Gobierno nos encontramos con muchos árboles arrancados. Nosotros creíamos que el ciclón iba a entrar hacia las cinco de la mañana, pero a las cuatro ya iba lleno el río. Pensamos que se iba a desbordar y se inundaría el centro de la ciudad.
“Uno de los momentos más dramáticos fue cuando se ´perdió´ el huracán; en efecto, se perdió. El departamento de meteorología de la SARH hacía llegar las fotos del satélite, pero no se registraba el ojo del huracán. En esos momentos, a las cinco de la mañana, el ojo del huracán estaba chocando contra la sierra de Villa de Santiago, en los límites de Coahuila”.