…Carmen Rigalt, escritora y periodista de El Mundo, con quien tengo una amistad que inició vía Internet digna de contarse en otra ocasión, me ofreció una respuesta definitiva: Gabo es mi dios.
ANTES DE VIAJAR A MADRID decidí asistir al encuentro con ese Señor, creador y dueño del universo del realismo mágico, en un retiro de tres mañanas, plenas de conversaciones entre un hombre sabio, abierto y disponible y doce jóvenes reporteros mexicanos, guatemaltecos y colombianos con infinidad de preguntas en la cabeza que poco a poco fueron desnudando sueños y ambiciones, dudas y esperanzas que encontraron consejo y estímulo en cada gesto del profesor, en cada frase tan contundente que registro en citas directas a pesar de que a Gabo –como permitió que también le llamáramos– “el empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que la dan a la noticia la magnitud de un arma mortal”.
Para evitar esos accidentes, la Fundación advierte que, como el taller tiene como objetivo la formación profesional de los asistentes, no habría entrevistas y que no se admitiría en el salón el uso de grabadoras, ese instrumento que para él no es más que una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio pero que nunca sustituirá a la memoria, “puesto que la grabadora oye pero no escucha, repite como un loro digital pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón porque al fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor”.
Precisamente el uso de la memoria y de la inteligencia cuando se observa y escucha fue uno de los temas de García Márquez, particularmente para mi aleccionador, puesto que con la ansiedad de formularle muchas preguntas descuidé algunas intervenciones de los compañeros.
Pon atención: no me estás escuchando por pensar en la pregunta. Me reprochó con justa razón y derecho al desatender las explicaciones que María Teresa del Riego Cortinas, del Reforma, ofrecía en torno a su experiencia como corresponsal de ese diario en Chiapas.
Sin una pedagogía dogmática del periodismo, “pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modelo de enseñarlo sino tratando de inventar otra vez ele viejo modo de aprenderlo”, el taller de García Márquez es tal como lo había leído en los testimonios (algunos originales y emotivos como el de Renato Ravelo de La Jornada, escrito a manera de carta dirigida a su hijo recién nacido, o estupendamente literario como el de César Romero Jacobo de Reforma) que daban cuenta de cómo al parecer no se cansa de predicar, una y otra vez, lo nefasto de la grabadora y el uso de citas directas, por ejemplo.
Supongo que García Márquez advierte lo cíclico de sus talleres, me ha dicho mi buen amigo y colega César Cepeda, de El Norte, también discípulo del autor de El amor en los tiempos del cólera. “Lo fantástico –le he comentado a César– es escucharle de frente: saboreando la musicalidad de su voz caribeña y mirándole su sonrisa de dientes blanquecimos y perfectos”.
Al margen del posible debate sobre lo necesario o no de un taller para pulir el talento con el que se nace o que se quiere aprender, el conducido por García Márquez resulta estimulante en cuanto a la experiencia de sentir entrañablemente la presencia del personaje que, por otra parte, provocó en Monterrey la expectación
inédita de su visita pública a la capital de Nuevo León (lo cual le sometió, como si poco tuviera entonces –y también ahora– con la escritura de sus memorias Vivir para contarla y el rodaje que el cineasta mexicano Arturo Ripstein dirigía en esos momentos en el puerto de Veracruz de la versión fílmica de El Coronel no tiene quien le escriba, a una agenda de actos privados propios de sus anfitriones: los directivos de la empresa regiomontana de cementos, Cemex, que patrocina junto con la Unesco las actividades de la Fundación, así como de Nina Zambrano, presidenta del Museo de Arte contemporáneo donde tuvo sede el taller).
¡Están asustados! – exclamó García Márquez al ingresar al salón y mirar los rostros atónitos, absortos, de quienes por primera vez le dan la mano. Pero paré un momento la emoción. Conseguí controlarme y calmar esos nervios que por poco hacen que tire el juguito de naranja que nos habían ofrecido. La idea de volverme loco de felicidad me atraía de un modo claramente tortuoso: quería darle un abrazo, tomarle por supuesto una fotografía y ponerle en la mano algunos ejemplares de su obra para que me los firmara; comportarme como lo haría cualquier fan ante el superstar que quizá nunca más volverá a tener enfrente. Pero no el primer día, claro, pensé. No tiene sentido quedar en ridículo antes de que empiece el taller.
Formal, casi como uno de esos cachacos colombianos tan elegantes y caballerosos que hacen que su mujer Mercedes le parezca que así lo está volviendo la inminencia de una vejez que por fortuna está muy retrasada a sus setenta años de edad; vestido con camisa negra y saco de cuadritos, reclinado en el sillón ejecutivo que le dispusieron en la cabecera de la mesa, García Márquez inauguró sin protocolos el taller, para el que se había pedido la lectura de ese texto que parece un cuento pero que en realidad es una entrevista registrada en primera persona:
Relato de un náufrago; la antología de fantásticas crónicas y estupendos reportajes, correspondientes a su etapa venezolana de los años cincuenta: Cuando era feliz e indocumentado; y el grandioso reportaje novelado Noticia de un secuestro. Además de que, para discusión y ejercicio práctico, también se había pedido leer el informe del fiscal Kenneth Starr sobre el caso Lewinsky que por esos días estaba archidifundido, y que García Márquez pensaba que estaba escrito por un estupendo narrador anónimo.
¿Que con cuál tema arrancó el taller? El problema resulta siempre, precisamente, el comienzo. Y por el comienzo de un reportaje, sus complicaciones y posibilidades, empezó a hablar García Márquez: “El reportaje es como una salchicha: debes saber dónde empieza y dónde acaba, porque si no la vas llenando de datos y nunca acabas”. Por eso recomendó pensar en lo que más te haya gustado de la historia reportada,
quizá una anécdota, “y escríbelo; siempre es difícil, pero siempre sale y te impulsa a seguir”. Asimismo aconsejó que hay que tener frialdad para escribir bien caliente, es decir: someterse a la angustia infernal que supone el que en cada línea se procure dar humanidad, vida y suspenso al texto periodístico, puesto que finalmente “dónde tu te aburras, el lector también se aburrirá”. Hay que dar a conocer el hecho como si el lector hubiera estado ahí, “da igual que la noticia se haya olvidado porque cuando el lector se encuentre con el final de la historia se acordará del principio”. El truco está en transmitir emociones en las historias cotidianas; “toda historia bien contada debe ser también la historia de la humanidad”
¡Pero un momento! Antes de avanzar, García Márquez deseaba conocer el background de los muchachos . Y preguntó: ¿Cuál es el mejor reportaje que han leído?
Marianne Ponsford, de la revista Cromos de Bogotá, mencionó el trabajo que la formidable cronista latinoamericana Alma Guillermoprieto había publicado recientemente sobre Cuba.
Alma es nuestra tallerista estrella-afirmó
orgulloso García Márquez.
Mencioné entonces en mi turno que en busca de literatura sobre el deporte más popular del planeta, apropósito del Mundial de Francia, descubrí un libro de reportajes fenomenales del extraordinario reportero polaco Ryszard Kapuscinski: La guerra del futbol, título del trabajo principal dedicado al registro de los hechos bélicos entre Honduras y El Salvador originados por la lucha de las respectivas selecciones por clasificarse para el campeonato que se celebraría en México durante 1970.
García Márquez asintió:
Si, Kapuscinski es muy bueno. Queremos invitarlo a impartir un taller.
Como ya puede saberse, García Márquez piensa que los recursos literarios como los empleados por personajes como Guillermoprieto o Kapuscinski son válidos para los géneros periodísticos: “El periodismo es un género literario y así hay que asumirlo y desenvolverlo; hay una dignidad del periodista fundada en el hecho de que es un escritor; hay que vivir para ser escritores”. Y la prueba está, mencionó, en la naturaleza de relatos-reportajes con más de dos siglos de vida como Diario del año de la peste de Daniel de Foe. El reportaje es entonces, para García Márquez, el relato de un acontecimiento, un cuento de lo que pasó: un género literario asignado al periodismo para el que se necesita ser un narrador esclavizado a la realidad.
Tal y como lo hizo al contar en primera persona la historia de Luis Alejandro Velasco en Relato de un náufrago, García Márquez explicó que al buscar narrar una historia, cuya forma como crónica o reportaje por ejemplo será exigida por el hecho mismo, “lo ideal es tener todos los detalles, hasta los más mínimos”.
Tampoco se trata de describir todo, dijo, sino utilizar imágenes, metáforas; incluso fundamentar la fuerza del relato en el uso de los adjetivos no tanto en el hecho mismo sino en los personajes y las atmósferas. “Describir siempre es complicado y a veces nos quedamos a medias: hay que buscar esos datos por el lado del corazón, por la intuición: describir es hablar de la sensación que nos suscita”.
¿Ser fiel a los hechos e ser fiel necesariamente a la verdad?
Los hechos no suponen siempre la verdad-respondió. Hay que investigarlos, revisarlos, analizarlos. Pero todo depende de los hechos, hasta dónde pueden verificárseles, pero lo fundamental es no inventar nada ni tergiversar.
García Márquez tiene establecido que una de las reglas ha de pasar por la honestidad, y por la certeza de que la objetividad “no existe pero hay que aparentar que existe”, puesto que la verdad es un problema de conciencia y de criterio en cuanto a saber qué es lo que puede dar más credibilidad. “Mi trabajo es convencer al lector de que me crea, pero no lo complazco”. El periodista debe creer en lo que hace. “En el oficio del reportero se puede decir lo que se quiera con dos condiciones: que se haga de forma creíble y que el periodista sepa en su conciencia que lo que escribe es verdad”, así confiesa que “no hay episodio de mis libros que no esté alimentado de la realidad”.
En este contexto reveló que el personaje de Samuel Burkart del fantástico reportaje “Caracas sin agua”, contenido en Cuando era feliz e indocumentado, no es otro que él mismo, es decir: el reportaje desde la perspectiva personal, desde la implicación de un ingeniero alemán por conseguir una botella de agua mineral para resolver le problema diario de la afeitada, en medio de la crisis y el pánico por la ausencia del vital líquido en la capital venezolana en junio de 1958, no es otra que la asfixia que el colombiano experimentó en el apartamento que ocupaba en el barrio de San Bernardino cuando en temporadas de sequía penetrante, como la histórica de ese momento, tenía que reservar cinco centímetros cúbicos de agua para rasurarse al día siguiente.
¿Y dónde queda la ética? se le pregunta al Nobel.
-La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo “como el zumbido al moscardón”. Para García Márquez, la ética es un problema de conciencia “y el más peligroso en desarrollar”.
Aunque todos los métodos son legales para conseguir una historia verdadera, hasta disfrazarse como Gabriela Fonseca de La Jornada lo recordó que así lo hacía el extraordinario alemán Günter Wallraff que se hacía pasar por turco para denunciar el maltrato a los inmigrantes o que cambiaba de identidad para revelar el tejemaneje de un diario sensacionalista como el Bild, para García Márquez hoy en día las fronteras de la ética en le periodismo se están esfumando. El caso Lewinsky, por ejemplo, le evidenció que “no hay derecho a revelar la vida privada de esa forma” y que la mentira “no es un delito cuando se trata de preservar la vida privada”, tal como considera que bien lo hizo en su momento su amigo Bill Clinton. ¿Cómo evitar el sensacionalismo?
Está en tu sabiduría, respondió de tajo. Se necesitan muchas virtudes para ser escritor y periodista, igual se requiere talento para ir creando personajes y situaciones: la vocación de narrador es congénita: se tiene o no se tiene; y el que no la tiene jamás la tendrá: nunca podrá contar un cuento, es algo así como el que no tiene voz para cantar.
CADA PALABRA DE GABO fue apuntada por los talleristas en ejercicios angustiantes: nadie quería dejar al viento nada. Nadie quería perder esa expresión que en otras circunstancias daría la nota. Ah, la naturaleza del reportero, base del andamiaje periodístico. “La virtud más importante de un reportero es la compasión”, consideró García Márquez que trazó, desde esa perspectiva, dos perfiles, reporteros o redactores de dos tiempos: los de noticias y los de reportajes de esas noticias. Opinó que las ediciones dominicales de algunos medios iberoamericanos están abriendo la posibilidad de dignificar al oficio, volviendo a producir trabajos que permiten un seguimiento de los hechos, lo cual piensa que es lo que finalmente a la gente le agrada: conocer historias. “Lo que más le interesa a la gente es lo que le sucede a la gente”.
Por eso no logra entender cómo es que una vez de visita en Madrid una reportera le solicitó una entrevista, ofreciéndole mejor a cambio una invitación a que le acompañara junto a Mercedes durante toda la mañana: al final de la jornada, después de la comida, la redactora volvió a pedirle la conversación: ¡Cómo es posible! Cualquier periodista de primera línea nunca disimula
la ansiedad de dar lo que fuera por un minuto a solas con el Nobel y ella había estado con él todo el tiempo necesario como para trazar un buen perfil en el contexto de una mañana de visita por la capital española.
Sin embargo, reconoció que “siempre hay que advertir la importancia de la noticia por sentido del honor”, y que “la noticia es más importante que el cierre de edición”. En tal contexto, y tras conocer la experiencia contada por los colegas centroamericanos de Prensa Libre, Pavel Arellano y Luisa Fernanda Rodríguez, sobre la cobertura detectivesca en torno al asesinato del Obispo de Guatemala, García Márquez manifestó su reserva ante el sentido intrépido del oficio: “ante la certidumbre de la muerte, piénsalo dos veces: lo más importante es estar vivo; siempre hay que trazar los límites de la historia al iniciar un trabajo periodístico, aunque uno se engolosina sin remedio hasta la muerte”.
Sobre los modos de recoger información, García Márquez explicó que no hay que ser víctima ni esclavos de las fuentes y que como la información es la información “no tiene caso citar las fuentes cuando el reportero sabe esa información”, es decir eliminar los “dijo” y los “expresó” por una narración directa y fluida de los hechos tal y como si se hubiera estado ahí. Así armó Noticia de un secuestro. Se confesó que nunca fue un buen entrevistador en cuanto a desarrollar el género mismo, aunque si como recurso para conseguir información.
Las reporteras de El Norte, Silvia Ruano y Leticia Lozano, expresaron el deseo de conocer el secreto para superar las relaciones con editores que de pronto cortan las alas para elaborar un texto periodístico fuera de las convenciones, precisamente cómo él lo sugiere. Gabo es un mago pero la varita mágica tiene limitaciones: sabe muy bien que hubiera tenido esa infinidad de problemas laborales de no haber sido quien precisamente es. Reconoció que efectivamente el editor (el jefe de sección o redactor jefe) “tiene demasiado poder” y que la profesión está llena de obstáculos. “Lo único es hacer lo que uno cree que debe de hacer y hacerlo honestamente”.
EL FINAL de las tres jornadas ocurrió con la firma de libros; cada uno de los talleristas trasladó hasta el salón una cantidad suficiente de volúmenes como para armar una pequeña biblioteca dedicada al Nobel. Les pido ser el primero: en una hora saldría el avión que, con escala en la ciudad de México, me llevaría a Madrid para resolver esos exámenes que debía acreditar para asistir al Master de Abc. En pleno vuelo sobre el
Atlántico pensaba en lo inmensamente maravilloso de esa semana de septiembre que me brindó la oportunidad de conocer y escuchar a García Márquez y la posibilidad de estudiar en Madrid. ¡Qué emocionante! Aunque luego me surgiría una sospecha en torno a eso que dice García Márquez de que “la vocación es la única condición humana que alguna vez ha logrado derrotar al amor”. Que me lleve muy lejos el extraño viento de las aguas termales de San Joaquín de la Azufrosa si un día les niego un beso y un abrazo a mis mujeres, Marisa y Teresita, por preferir mantenerme ante el ordenador.