
Vergonzosamente cada año miles de menores de edad viajan solos a Estados Unidos, una de las naciones con mayor ingreso per cápita del mundo, pero también donde se encuentra el más grande mercado de drogas y tráfico de órganos.
La mayoría de las veces estos pequeños no portan papeles que acrediten su estancia legal en ese país, sólo cargan consigo el miedo a enfrentarse a desconocido y la esperanza de poder estar pronto con los suyos.
Desde Centroamérica y de México mismo, algunos son mandados a traer por sus progenitores con los dólares de su salario como indocumentados y otros más se trasladan por medios propios hasta la frontera, pasando hambres, desprecios y sorteando una distancia en la que pueden ser víctimas de asaltos, secuestros, explotación laboral y abusos sexuales.
En la cadena de la migración los niños son el eslabón más frágil, pero inexplicablemente su ruta hacia “el norte” constituye para ellos un exilio casi forzoso y sin elección.
Se calcula que anualmente ingresan a la Unión Americana unos 500 mil connacionales, de los cuales un 40 por ciento son menores. A ese número hay que añadirle la cantidad de centroamericanos de corta edad que recorren miles de kilómetros para alcanzar su destino en lo alto del continente.
Estadísticas del Instituto Nacional de Migración (INM) revelan que en promedio son repatriados a México más de 25 mil niños cada año, de los cuales el 60 por ciento viajaron solos.
Para Eleuterio Valdés Villarreal, director del Centro de Atención a Menores Fronterizos (Camef) de Reynosa, el total de los infantes y jóvenes que arriban al albergue son producto del fenómeno migratorio. Todos llevaban la intención de internarse en el vecino país del norte, pero fracasaron.
“El 100 por ciento de los chicos emigraron de sus naciones de origen o de sus entidades federativas. Aunque la mayoría son mexicanos, también recibimos extranjeros”, indicó.
El funcionario dijo que el Centro –que dirige desde hace dos años– cumple un rol fundamental para evitar que los niños corran mayores peligros luego de ser deportados o cuando son detectados por las autoridades mexicanas.
“La función es importante porque estamos hablando de que atendemos a muchachos de 18 años hacia abajo y la mayoría viene sin compañía de familiares, con necesidad de comida y sin orientación. Cuando llegan les brindamos toda la asistencia que requieren, que va desde un cepillo de dientes hasta atención médica y alojamiento.
“Hace poco tuvimos a una ciudadana de la República Popular de China que dio a luz a su bebé en el Hospital General y se le otorgó cobijo. Además, estamos hablando de niños y no podemos dejar a un niño de seis, ocho o 14 años solo en la calle, porque por el simple hecho de ser Reynosa frontera es un lugar peligroso, es por ello que este lugar resulta muy necesario”, destacó.
CADA NIÑO, UN
MUNDO DIFERENTE
Guillermo Adiel Asencio Mancías es el ejemplo de todo lo que se deja atrás con tal de alcanzar una nueva vida. A pesar de que para acariciar el territorio norteamericano muchos han muerto en el intento, personas como él lo siguen intentando.
De 15 años de edad, este joven salvadoreño de piel blanca y fino aspecto partió el 5 de noviembre de su natal Santa Ana, una localidad situada a dos horas en coche de San Salvador. Salió solamente con la bendición de su madre, sus hermanas y abuela y sin un sólo cinco en el bolsillo, pues el trato fue pagar por anticipado 800 dólares (unos 10 mil 200 pesos mexicanos) por todo el recorrido.
A diferencia de miles de sus paisanos que deben subirse al peligroso tren de carga Adiel tuvo un viaje sin contratiempos, a bordo de autobuses y automóviles privados.
“Duré ocho días en llegar hasta esta frontera (con Estados Unidos), pero me detuvieron cerca de Reynosa en un retén de militares. No pasé ninguna clase de problemas, comía a mis horas y dormía en hotel cuando nos daba la noche”, relató.
El niño migrante reveló que la mayoría de sus tíos maternos radican en Los Angeles y San Francisco y que ésta era la primera vez que viajaba a Estados Unidos. La idea era reunirse con ellos, porque le ofrecieron casa y estudios.
“Me siento triste porque no estoy con mi familia, pero tranquilo porque me encuentro bien, aunque está peor en El Salvador que aquí”, abundó en relación a los hechos de violencia que también sacuden a su nación.
HUIR O MORIR
A decir del coordinador del Camef, Adiel no abandonó su país por necesidad económica o de empleo, sino debido a las amenazas de muerte que pesaban sobre él por negarse a cometer un homicidio para la Mara Salvatrucha, la pandilla transnacional más aterradora del mundo.
“El estaba bien allá, pero tuvo unos problemas con unos delincuentes; a él lo intimidaron y más que nada vino huyendo de esa gente”, especificó el funcionario municipal.
Valdés Villarreal manifestó que el menor indocumentado actualmente está a disposición del INM y fue trasladado al albergue porque las condiciones de precariedad en la estación migratoria no son aptas para su corta edad.
“Parece que las autoridades le están ayudando a tramitar una estancia legal aquí como refugiado, porque en su país está amenazado. No es conveniente que lo regresen, porque lo mandarían a la muerte segura”, alertó.
Para Adiel, Santa Ana, lejos de ser el verde pueblo donde cursaba el sexto grado de escuela y entrenaba por las tardes como boxeador amateur, se ha convertido en un infierno al que entró a mediados de 2009, cuando miembros del crimen en su comunidad lo presionaron para reclutarlo.
“En un comienzo cuando me encontraba jugando básquet llegaron los integrantes de una pandilla, se pusieron a jugar un rato y después a drogarse. Me pidieron que fumara, pero no quise y me maltrataron verbalmente.
“Posteriormente me obligaron a que les cobrara renta a los repartidores de gas. Ellos pedían el dinero, pero yo lo recibía, porque si no lo hacía me golpeaban. Tomé la renta como unas cinco veces hasta que me agarró la policía. Sólo 20 dólares eran, me los quitaron, pero no me detuvieron porque mi mamá salió en ese momento a defenderme.
“Después, como los pandilleros se dieron cuenta que me quitaron el dinero, me exigieron que se los pagara doble, pero yo les dije que no tenía y me amenazaron, así que me comprometí en dárselos en pagos”, describió mortificado.
PERSEGUIDO POR LA MALDICION
La pesadilla del adolescente salvadoreño no terminó al saldar la deuda pendiente, sino que se profundizó hasta el grado de volverse en un sirviente de sus opresores y por poco en un asesino.
“Luego me mandaron a llamar para ordenarme que matara a una persona con el pretexto de que yo me encontraba en ‘chiqueo’, como se le llama cuando alguien está por meterse a las ‘maras’, pero yo ni en cuenta. Estaba siendo obligado.
“Ellos planearon bien a donde iba a recoger las armas y me dijeron cual era la persona a quien tenía que eliminar, uno de los pandilleros contrarios. Yo tenía que salir de mi casa a las 5:30 de la mañana a recoger dos pistolas, una .9 milímetros y una .45”, mencionó atemorizado.
Aquella mañana Adiel se despertó temprano, pero decidió quedarse en casa. Su madre le preguntó por qué no quería salir, pero el chico le respondió que estaba aburrido, porque no quería preocuparla.
“Días después al ir por una (bebida) gaseosa que mi mamá me mandó a comprar me golpearon en una esquina. Me estaban esperando, salieron cuatro y me empezaron a pegar como represalia.
“Después, saliendo de la escuela presentí que algo podía pasarme y tuve miedo. No terminaba de pensar en eso cuando los mismos comenzaron a dispararme con un arma. Lo que hice fue correr hacia los pasajes (transporte urbano) mientras ellos iban detrás de mí jalando del gatillo, pero las balas no me pegaron”, recapituló.
Fue entonces cuando los familiares del joven tomaron la determinación de sacarlo cuanto antes del país, lejos del terror y del peligro que representan las pandillas.
Juntaron el dinero que les cobraba el pollero y lo enviaron sin contar que sería detenido poco antes de alcanzar a cruzar a Estados Unidos.
Hoy, desde el albergue donde se aloja Adiel admite no saber si volverá a intentar viajar a la Unión Americana. Su sueño, comentó, es estudiar y convertirse algún día en boxeador profesional, a la imagen y semejanza de su ídolo filipino Manny Pacquiao.
Mientras tanto pasa el tiempo acompañado de otros chicos de su edad que juegan un rato al futbol y realizan actividades recreativas.
“Tenemos un área de talleres, donde pintan cuadros, hacen dibujos y trabajan en computadora. Además, cuentan con una cancha de futbol”, destacó el director del Centro de Atención a Menores Fronterizos.
INFANCIA MIGRATORIA
A pesar de la ayuda recibida la historia de Adiel sigue siendo una moneda en el aire… Como él miles tienen que migrar a temprana edad.
El director del Camef insistió que los niños migrantes están vinculados en su mayoría con la búsqueda de un empleo, con la idea de reencontrarse con sus seres queridos o escapar de la delincuencia.
“Unos tienen la intención de trabajar, porque tal vez en los municipios de donde son oriundos no cuentan con la infraestructura necesaria; otros van para reunirse con la familia, quizá el papá y la mamá que ya viven allá (del otro lado) y quieren meterlos a la escuela y unos más desean no ser víctimas de la violencia en los lugares de donde provienen”, sopesó.
Valdés Villarreal afirmó que el ingreso de los menores al Centro principalmente tiene dos vertientes: los niños repatriados y los niños que no pudieron cruzar la franja fronteriza, incluidos extranjeros.
“Por ejemplo, el muchachito de El Salvador fue detectado por las autoridades mexicanas en nuestro territorio, él no pudo llegar hasta Estados Unidos. Si hubiera sido detenido en suelo americano las autoridades de ese país lo envían directamente a su nación.
“Una o dos ocasiones me ha tocado atender a menores que sí han dicho que son mexicanos –para que no los devuelvan a Centroamérica, porque saben que serán repatriados a México a menor distancia de su objetivo–, pero en esos casos nosotros como parte del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) tenemos que levantar un reporte a Migración y éste entrega nuevamente a los muchachos a las autoridades estadounidenses para su correcta deportación, así funciona”, detalló.
El coordinador municipal especificó que el Camef trabaja desde 1996 como albergue, pero durante la actual administración se ampliaron las instalaciones por el constante incremento de niños migrantes (con dormitorios hasta para 40 chicos distribuidos entre hombres y mujeres), aunque en los últimos meses la tendencia fue a la baja.
“Afortunadamente la cifra disminuyó. Este 2010 hemos tenido 300 menores menos a comparación del año pasado. Ahorita llevamos aproximadamente mil 250 niños atendidos, mientras que en 2009 fueron mil 550. Y el promedio de los extranjeros asistidos es de tres por mes”, dijo.
LA DEVOLUCION
Una vez que fueron recibidos, registrados y entrevistados –para saber en qué condiciones estaban y a donde se dirigían– se solicitan informes de las familias y se les contacta para que acudan por sus niños.
“Puede ser un hermano mayor de edad o un tío. En una sola ocasión podemos entregarle el menor a otro familiar que no sea el papá o la mamá. Si el muchacho reincide, vuelve a ser detenido y nos lo envían a nosotros, ya no podemos entregárselo a ningún familiar, más que directamente a sus padres.
“Lo que se busca es que no se arriesguen en el río. Les hacemos ver que si insisten va a tener que venir por ellos su papá o mamá de Estados Unidos y eso evita que se vuelvan a brincar al otro lado”, añadió.
El encargado de este departamento de atención migratoria recalcó el sumo estado de aflicción que manifiesta cada adolescente o infante cuando son internados.
“De hecho es muy necesaria la atención psicológica, porque se ponen muy tristes y lloran. Desde que salieron de sus casas traen un sueño y una idea de estudiar allá en la Unión Americana, vivir allá y estar con la familia.
“Muchos todavía no cruzan y ya fueron detenidos, entonces para ellos es un trauma y un golpe muy duro. De ahí la importancia de que tengan pláticas con personal capacitado para que los tranquilice”, explicó.
El funcionario alertó de que los casos de abusos contra menores y secuestros pueden ocurrir, por ello hizo un llamado a los padres de familia para que no permitan que sus hijos corran tales peligros ni que fomenten su ilegal exilio a Estados Unidos.
“Tuvimos el caso de otro muchachito salvadoreño que estuvo secuestrado y posteriormente liberado por elementos del Ejército Mexicano. Declaró ante el Ministerio Público Federal y Derechos Humanos que permaneció mes y medio raptado”, ejemplificó.
Una más de las incontables historias con un final aciago es la de una familia de Cadereyta en Nuevo León, cuyo patriarca (José Alberto Hernández Requena) intentó cruzar por el río a sus dos pequeños hijos (José y Jesús de 10 y 7 años respectivamente), pero éste y uno de sus pequeños se ahogaron, dejando al otro en el desamparo total.
Otra fue este 2010 cuando una madre avecindada en la Unión Americana fue hasta Michoacán por su hija y surcó el Bravo por Reynosa. Durante el periplo bajo el intenso calor el grupo con el que iban se disolvió cuando elementos de la Border Patrol los encontraron.
Perdieron la huella y vagaron hasta el cansancio sin encontrar el camino.
“La mamá le dijo a la hija que buscara ayuda y que ella la esperaría debajo de un árbol. La joven fue entregada a caballo por un ranchero con los agentes de la Patrulla Fronteriza, quienes llegaron hasta el lugar donde yacía su madre con una ambulancia, pero ésta ya había muerto.
“Quedó deshidratada y su hija nada pudo hacer para evitarlo. El cuerpo fue devuelto a México por las autoridades estadounidenses y la hija de la víctima volvió junto con su madre sólo para sepultarla”, relató Valdés Villarreal.
Pero aún cuando la lista de casos con consecuencias fatales es larga, inconcebiblemente el flujo de menores continúa de México y Centroamérica hacia la Unión Americana, sin medir los graves peligros que eso representa. El crucigrama que deben resolver es elegir entre quedarse a sufrir, o arriesgarse para poder sobrevivir.