Datos históricos confirman que en la región, desde la época de la Revolución Mexicana, ya se ejercía el espionaje como una táctica de sedición entre las tropas del general Lucio Blanco y del gobierno huertista. Paradójicamente hubo un personaje acusado de vigilar para ambos bandos y además, engañar en los EU a los comerciantes de armamento.
De acuerdo con una investigación del antropólogo por la Universidad de Texas y cronista municipal de Reynosa, Martín Salinas Rivera, existen antecedentes de sucesos violentos que se desarrollaron en la ciudad durante la primera mitad del siglo XX y que forman parte de la historia trascendental del país.
En ellos emergieron algunos legendarios personajes que hoy dan su nombre a nomenclaturas de calles y colonias, pero aunque existieron otros que no son tan conocidos, también jugaron roles importantes durante el conflicto armado.
Es el caso de Leonardo M. García, un caudillo, comerciante y experto en dinamita, que contrabandeó y apoyó movimientos hostiles, logrando en varios casos evadir a la ley y siendo para algunos un paladín y para otros un charlatán.
Según los registros durante la madrugada del 10 de mayo de 1913 él venía en la retaguardia en una escolta de 15 hombres del Ejército Constitucionalista. Una columna de aproximadamente 500 soldados continuó su marcha desde el Charco Escondido (actualmente Congregación Garza) entre las 2:00 y las 3:00 de la mañana, para venir a desalojar a las tropas huertistas que se encontraban en la Villa de Reynosa.
Francisco J. Múgica estaba con el Ejército Constitucionalista del coronel Lucio Blanco, estacionado en el rancho Jacalitos, a 25 kilómetros al sur de la localidad fronteriza.
Desde allí se enviaron dos grupos de soldados, uno encaminado a estación Corrales, al oriente de la villa. El segundo fue hacia el poniente, a quemar puentes y destruir las vías del ferrocarril. Con esto trataban de evitar la llegada de refuerzos de los federales por tren desde Matamoros y Los Aldamas en Nuevo León.
Pero Leonardo no llegaría a la batalla de Reynosa, la cual se resolvió en poco más de cuatro
horas, desde las afueras de la villa y hasta el río Bravo. Después de dejar a las tropas del coronel Jesús Agustín Castro en el Encinal (entre Jiménez y San Fernando, Tamaulipas), este revolucionario se había unido a las huestes aliadas de Lucio Blanco; recomendándose a la escolta de 15 hombres al mando de Emilio Nafarrate (este personaje defendió la plaza de Matamoros contra la Brigada Villa el año del 1915).
A la escolta del 21º Cuerpo Rural, se le ordenó quedara en la retaguardia cuando salieron del Charco Escondido. Ésta emprendió su viaje hasta las 3:00 o 4:00 de la tarde; primero porque tres de los soldados se perdieron en la obscuridad cuando arrancaron en la madrugada y después porque se pusieron a herrar unos caballos espinados.
En esa comunidad, el personaje de este relato tuvo noticias de que en Jacalitos lo estaban esperando Anastasio Moreno y otro del mismo apellido, para entregarle una carta y escritura (con título y plano) de una propiedad del agostadero en Vallecillos, Nuevo León, de parte de su padre.
El segundo hombre en Jacalitos, un lugareño, le indicó que en un bosque cerca de ahí se encontraban “unos doscientos y tantos” revolucionarios que buscaban a una persona que los presentara ante el jefe constitucionalista para que les proporcionara municiones.
Leonardo tratando de quedar bien, fue a buscarlos con el vecino en un largo recorrido, pero sólo encontraron sus huellas. Tenía rato que él había abandonado la escolta que llevaba el rumbo de Reynosa; decidió entonces partir hacia Texas y tratar de vender su propiedad.
Utilizando ese título como colateral emprendió un negocio relacionado con el tráfico de armas y municiones para el movimiento revolucionario.
Su talento intrépido lo llevaría a una serie de situaciones difíciles, colocándolo en prisión en San Antonio, Texas, y ante un Consejo de Guerra en Matamoros, acusado de espionaje y deserción.
UNA VIDA AVENTURADA
Leonardo M. García, de aproximadamente 30 años de edad, era nativo de Cadereyta, Nuevo León y se le conocía como el “Ingeniero”. El mismo Múgica lo refiere en sus apuntes como el ingeniero García; sabía utilizar la dinamita.
Después de trabajar en la sierra de Mazapil como minero, fue a Saltillo, donde estuvo encarcelado por haber golpeado a un dependiente. Leonardo fue dado de alta en el cuartel Allende en Saltillo, que estaba al mando del general Francisco Coss.
En marzo de 1913, en diferentes ocasiones la tropa salió hacia el poniente, rumbo a Zacatecas, enumerando puntos como Carneros, Agua Nueva, Gomes Farías, Santa Elena, Hacienda de la Ventura.
En una de las salidas los militares fueron engañados por los “mochos” huertistas que llevaban sombreros grandes y el trompeta utilizaba la misma contraseña que la gente de Eulalio Gutiérrez (presidente de México por la Convención de Aguascalientes en 1914). En la confrontación fue herido levemente en la pantorrilla y su caballo le cayó muerto encima de su pierna.
Lastimado, anduvo vagando con un amigo hasta salir a la estación de Vanegas, donde tomaron el tren para San Luis Potosí. Su amigo se quedó en el Real de Catorce, mientras que él prosiguió hasta la Ciudad de México a curarse.
Ahí le dieron hospedaje dos profesoras en casas distintas; en la segunda le contaron como asesinaron a “don Panchito” (Francisco I. Madero). Le detallaron como Jesús Ochoa, uno de los rurales que cargó a Madero del palacio al automóvil, conservaba su sombrero. Le prometieron guardarlo para él, hasta que regresara triunfante con la causa a la capital.
El día 4 de marzo, Leonardo partió para Monterrey, donde se mantuvo escondido hasta el día 8, no logrando ver a su papá ni a su esposa. Se dirigió a pie a San Francisco de Apodaca, donde un amigo le facilitó una “yegüita ensillada”, con la que llegó ese mismo día a Dr. González, Nuevo León.
Ahí le escribió a su padre y trató de levantar a la gente que llevaba Celedonio Villarreal durante la revolución anterior de 1911. Sin lograr nada, decidió continuar a Cerralvo para juntarse con el contingente de Lucio Blanco, pero antes de llegar le informaron en Los Urquiz, que hacía tres días el coronel y su gente habían salido de allí (un mes antes de la batalla de Reynosa, Blanco había tomado Cerralvo).
INTELIGENTE Y ESCURRIDIZO
Al llegar a los ranchos Leonardo se hacía pasar por comprador de reses; pasó por la Mojarra, Nogalitos y la Ciénega. Le comentaron que unos constitucionalistas estaban en Sombreretillo.
Ahí encontró al coronel (que posteriormente llegaría a ser General de División) Jesús Agustín Castro Rivera, quien había estado al frente del 21º Cuerpo Rural en el ataque a la Ciudadela durante la decena trágica en la ciudad de México.
Victoriano Huerta tomó empeño por acabar a su grupo, que encuartelado se sublevó en Tlalnepantla con los jefes subalternos Miguel Navarrete y Emilio P. Nafarrate. Mientras, Castro había viajado en tren a la frontera con el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, los otros dos marcharon con la tropa al Estado de Tamaulipas por tierra.
Leonardo se presentó con una carta de recomendación que él mismo había escrito en Lampazos, exagerando sus proezas en el campo de batalla.
En sus escritos aseguraba que él fue segundo del coronel, y que después de recibir una sorpresa a causa del mayor Aguirre León por parte de los “mochos” huertistas, siguieron los pasos de Lucio Blanco.
Pasaron por pueblos y rancherías en Nuevo León como General Treviño, Dr. Coss, Gachupines, General Bravo, China, Tanque del Cabezón, Labor de la Guitarra, La Leona, el Pauraque, y en Tamaulipas por Cruillas hasta llegar al Encinal, donde ya estaba la gente del 21 Regimiento de Rurales del coronel Castro junto con la gente de Lucio Blanco.
Agustín Castro y Caballero permanecieron en el área del centro de Tamaulipas para conseguir caballada y operar en contra de los huertistas en ciudad Victoria. Leonardo M. García marchó con la escolta de 15 soldados del 21º Cuerpo Rural hacia la frontera.
Pero la brusca decisión de abandonar el grupo lo llevaría a una nueva aventura en Texas, donde se haría consignatario en el comercio de carabinas Winchester, parque y dinamita. Su arrojo lo llevó a que fuera acusado por un Consejo de Guerra.
DESERCIÓN Y ESPIONAJE
Ya con las escrituras en la mano, Leonardo M. García pensó mejor pasarse para Texas, abandonando la escolta de 15 hombres del 21º Cuerpo de Rurales, asignada por el coronel Jesús Agustín Castro al Ejército Constitucionalista del Noreste. Finalmente esa tarde del 10 de mayo de 1913, el jefe del Estado Mayor, Francisco J. Múgica, dirigió el asalto que desalojó a los huertistas de la villa de Reynosa.
En el rancho Jacalitos, Leonardo se separó de sus compañeros que iban cuidando la retaguardia de la columna militar del teniente coronel Lucio Blanco. Este último había sido nombrado extraoficialmente como general por su propia gente, cargo que se lo daría Carranza más tarde, hasta después de la toma de Matamoros.
Leonardo cruzó el río Bravo y dejó empeñadas las escrituras por doscientos pesos, dinero que utilizó para viajar a San Antonio, Texas. Ahí trató de encontrar un cliente para la propiedad de su padre, que se encontraba cerca de Sombreretillo, en Nuevo León.
En ese momento el comercio de armas resurgió como un negocio de oportunidad en Texas. Los revolucionarios se habían acercado a la frontera no sólo para desalojar a los huertistas, sino también para abastecerse de armas y municiones.
Los constitucionalistas todavía utilizaban las viejas armas adquiridas de los Estados Unidos por el padre de Venustiano Carranza, don Jesús, a finales de la guerra civil entre los Estados confederados del sur y los de los Estados de la unión del norte. El armamento fue utilizado por los republicanos de Juárez en el noreste de México, para pelear contra los franceses en 1866.
COMERCIANTE DE ARMAS
Leonardo por lo pronto se encontró con un conocido, quien lo llevó a un pueblo cercano a San Antonio, en donde le fiaron 250 carabinas calibre 30-30 Winchester y 150 mil cartuchos. Dejaba entendido que la venta del terreno figuraba como colateral para pagar la deuda de las armas y un préstamo en efectivo de 200 pesos, que sumaban un total de 8 mil 950 pesos.
De regreso en San Antonio compró en diferentes tiendas cincuenta velices en donde metió las carabinas desarmadas y cincuenta mil cartuchos. Para el resto de las municiones se vio obligado a comprar otras cuarenta maletas de mano. Su amigo Antonio Hernández Martínez le consiguió varios muchachos para que cargara cada quien dos valijas en el tren. Este viajó a la frontera con ocho de los muchachos, trayendo una carta para un amigo que vivía cerca de Sam Fordyce donde se encargarían del armamento.
Así fue que, el nuevo empresario envió los velices con seis u ocho muchachos a la vez por tren, hasta que vino con los últimos a la frontera.
Después que llegó a Harlingen, le pidió a su amigo Antonio que tratara de llevar las armas a México, al general Jesús Agustín Castro.
De regreso hacia San Antonio en el tren, hizo un pedido de cien carabinas 30-30, cincuenta mil cartuchos y una docena de pistolas Smith & Wesson 32-20, en una ferretera de Corpus Christi. El valor del pedido sumaba un total de 3 mil 562 pesos.
MEDIADOR Y ASTUTO COMERCIANTE
En los siguientes días actuó como intermediario entre los militares y un comprador americano, en una transacción de mil reses y 700 mulas.
En Brownsville fue arrestado por primera vez por las autoridades americanas, razón por lo que tuvo que viajar de nuevo a San Antonio.
Ahí sería donde empezaría la intriga que lo llevaría a ser acusado de espionaje.
En San Antonio, Texas, Leonardo también fue arrestado en la calle del Comercio en San Antonio, Texas, acusado por el americano de apellido Burus por abuso de confianza y sedición. Al americano le había prometido entregarle unas reses desde México.
Leonardo permaneció en prisión y el día 26 de septiembre durante la ejecución de un “negro” por ahorcamiento, se presentó mucha gente, entre los que venía el capitán Manuel Miranda, el pariente de Lucio Blanco. Él, sin sospechar que esta persona fuera espía huertista, le pidió que hablara con el doctor Rodríguez, sobre si ya tenía aviso sobre las 250 carabinas y el parque enviado al general Castro, para que le arreglase el pago de la fianza.
El día 7 de noviembre, lo soltaron por primera vez al no encontrarlo culpable el jurado. Leonardo fue en coche a visitar a Antonio Elosúa, a quién le pediría días después en la casa del doctor Rodríguez, dinero para un pasaje en tren a Laredo. Después de cambiar un cheque en el banco para el pasaje fue a visitar a su abogado, a quien le pidió que contrademandara al americano que lo había encarcelado. De ahí pasó a comer a su hotel, donde sería reaprehendido y regresado a la cárcel de nuevo, el día 11 de noviembre de 1913.
Después de seis meses en prisión en San Antonio, Leonardo fue puesto en libertad el 15 de diciembre de 1913.
Para el día 20 se enteró en el hotel donde se hospedaba que, habían dado órdenes para su reaprehensión. Esta fue la razón por la cual se refugió en una casa de un amigo italiano.
El día 28 de diciembre partió de la estación Sunset de San Antonio, para llegar a Harlingen, Texas, al mediodía del 29 de diciembre de 1913.
Leonardo soñaba que Carranza lo ayudaría a viajar a Laredo donde resolvería la venta de su propiedad, para pagar todas sus trácalas.
A Leonardo M. García se le instruyó una causa en su contra por el delito de abandono de la escolta del 21º Cuerpo Rural en el rancho Jacalitos de la jurisdicción de Reynosa, pero también se consideraba como sospechoso del delito de espionaje.
Su espíritu aventurero lo había puesto circunstancialmente en contextos relacionados con espionaje y contraespionaje de los grupos constitucionalistas y huertistas en Texas. En su declaración escrita de puño y letra, Leonardo concluye que después de “once meses de aventuras seguía siendo esclavo y defensor de la Constitución”.