Mucho se ha dicho y escrito sobre el riesgo que representa cruzar a nado el río Bravo de personas que buscan “el sueño americano”, sin embargo, no tan lejos existe otro cauce que también ha cobrado numerosas vidas: el canal Anzaldúas.
Nombrado así por la colonia donde comenzó a construirse, esta ramificación del río Bravo se ha ganado a pulso una pésima reputación.
De acuerdo a archivos del Ministerio Público local, entre enero y septiembre de 2007 allí perecieron 14 personas, de las cuales 10 eran hombres, dos niños, dos niñas y ninguna mujer.
Actualmente el 10 por ciento de los incidentes se presentan por inmersión natural y el resto a bordo de vehículos. Un porcentaje menor está relacionado con huellas de violencia, según estadísticas de la Dirección de Protección Civil de Reynosa.
Pero con todo lo que esto implica las riberas del Anzaldúas no exhiben señalamientos adecuados ni barreras de contención lo suficientemente sólidas como para detener el curso de un automóvil.
Un ejemplo de ello son los barandales metálicos que se encuentran a la altura de la calle Río Mante, colocados en el éxodo de la administración municipal pasada. Tan frágiles son que han sido derribados por vehículos de poco tonelaje.
Asimismo este afluente -que en sus partes más anchas tiene una longitud de unos 70 pies y una profundidad de 40-, recibe descargas de millones de metros cúbicos de agua proveniente de la presa de la Bocatoma (suficientes como para llenar en 10 segundos la alberca olímpica de la Ciudad de México).
A menudo esto complica las maniobras de rescate, debido a las impetuosas corrientes y basura que arrastra dicho canal de riego.
LA TRAGEDIA
El pasado 13 de marzo Delia Rivera comprobó el peligro que constituye para los habitantes de Reynosa coexistir entre un cauce de tal naturaleza, cuando la furgoneta en la que su hermano viajaba se precipitó, en su lado norte, frente a la colonia Ampliación Constitución.
En ese momento el canal Anzaldúas se encontraba muy crecido y ni los propios lugareños quienes escucharon los gemidos de Martín pudieron socorrerlo. Sólo logró salvarse su acompañante José Angel Hernández.
“El jueves en la madrugada este muchacho pasó a recoger a mi hermano para ir a dar la vuelta. El no quería dormirse porque muy temprano iría a tramitar una ficha a la Procuraduría General de Justicia (PGJ) a fin de atender un asunto relacionado a la custodia de sus hijos.
“Unos 40 minutos más tarde el mismo joven vino a darnos la noticia de que Martín se estaba ahogando y a pedirnos que fuéramos a auxiliarlo, pero lamentablemente cuando llegamos ya era tarde. Me comentaron los vecinos que mi hermano gritaba que le ayudaran… él no sabía nadar”, relató apesadumbrada Rivera.
Entrevistada ante la desistencia de su madre por hablar del tema, esta mujer de aperlada piel explicó que acababa de cumplir 28 años cuando la muerte lo sorprendió.
“Lógicamente pensamos que esto no le habría sucedido si no lo hubiéramos dejado salir; jamás imaginamos que sufriría un accidente y mucho menos siendo tan joven”, añadió.
Según declaró el sobreviviente al Ministerio Público Investigador, la camioneta Ford Aerostar -con placas de circulación XCS 62 52-, en la que se trasladaban sufrió un desperfecto que originó la tragedia.
Por tal razón los días de la familia Rivera Gallardo ahora son amargos. Cada rincón que Martín ocupaba, hoy llama la atención por su ausencia.
Para colmo de males sus pequeños hijos (Juan Angel y Rubí) tendrán que soportar la afrenta de su fallecimiento.
Pero a decir de Delia, la falta de seguridad en las inmediaciones del Anzaldúas pudo ser la diferencia en el incidente en el que su hermano perdió la vida:
“Carece de mucha protección; está muy peligroso y lleva muchas corrientes. Ese día sobretodo estaba muy alto el nivel del agua”, recordó.
La afectada sugirió que el gobierno municipal en combinación con el del Estado “debe tomar acciones” para abatir la problemática, dado el incremento de desgracias en sus bravías aguas.
“Yo pienso que se necesita poner más énfasis en su protección, pues en otras ocasiones ya se han ido los automovilistas y los resultados son fatales.
“Que bueno que las autoridades pudieran tomar cartas en el asunto porque este dolor por el que está atravesando nuestra familia es muy duro y no deseamos que le pase a otras personas”, reiteró.
CANAL ASESINO
Por si fuera poco, las historias de muerte ligadas al canal Anzaldúas corroboran que el río Bravo no es el único cauce aborrecido en esta frontera.
Hoy son más quienes consideran que su inseguridad debe atenderse a fondo y combatirse con acciones patentes del gobierno, así como de los medios de comunicación, con campañas que alerten sobre su letalidad.
Ruth Nereyra Salazar, familiar de otra víctima fenecida en agosto pasado, opina que las contingencias “pueden ocurrir en cualquier lugar, mas hasta cierta forma también pueden prevenirse”.
En ese sentido esta mujer asintió que los automovilistas necesitan reflexionar con frecuencia sobre el “monstruo que tienen cerca”.
“Por supuesto, si las autoridades ayudan a recordárselo con difusión y avisos, la gente tomará mayores precauciones.
“Las corrientes del Anzaldúas son muy peligrosas sí, pero más que eso afecta la falta de cuidado porque uno pasa y se va de largo. No hay nada que detenga a los coches cuando estos llegan a perder el control”, reprobó.
“Quico” es el apelativo que su hermano Francisco llevó en vida. La fisonomía de su hogar (localizado en la colonia Ferrocarril Poniente), da cuenta que su desaparición sigue pesando sobre esta familia originaria de Monterrey.
Según relató Ruth, hasta debieron cambiar la residencia de su madre, pues psicológicamente la muerte de “Quico” la dejó muy abatida:
“Recientemente ella se desmayó tras ponerse muy triste, cuando al limpiar el guardarropa encontró en una bolsa las botas de mi hermano llenas de lodo. Eran las que llevaba cuando se cayó al canal.
“Y pues la vida para todos después de su partida ha sido muy desconcertante. En lo particular lo más difícil es pasar por el lugar donde murió; de hecho mi salida es por el lado contrario, a la orilla de los rieles”, ilustró.
La paradoja del caso, según relata Ruth, es que “Quico” (de 42 años) era un experimentado chofer de trailer y el día del accidente perdió el control de su unidad.
“Un sobrino y otro hermano iban con él cuando todo esto sucedió. Viajaban a una velocidad muy considerable, nada más que ellos sí lograron salvarse.
“Como le gustaba mucho manejar se nos hizo raro que muriera de esa forma”, manifestó Ruth, sentada frente al retrato de su hermano.
Para mitigar el desconsuelo la familia Salazar González, afirma, se ha refugiado en Dios “aunque a veces es imposible no pensar en ´Quico´”.
Sus constantes bromas y el evidente gusto que tenía por los “Pingüinos Marinela” son quizás los recuerdos que más rebotan en su mente. Por tal motivo dijo, le da molestia que las aguas del Anzaldúas se lo hayan tragado.
“Yo creo que los vecinos debemos juntarnos para pedir protección, dado que este conducto de agua es igual al río Bravo, yo no le veo la diferencia”, evaluó.
DEL REGOCIJO A LA FATALIDAD
Otra historia que consternó a la comunidad fue la del prensista editorial Daniel Ramos Martínez, quien en mayo pasado acudió al canal a bañarse junto con su familia bajo el Puente Internacional Reynosa-Pharr.
Según memoran algunos testigos, esta persona de 33 años de edad intentó surcar el cauce que entonces llevaba mucha corriente. Como lo había hecho en otras ocasiones jamás imaginó que un remolino lo dejaría fuera de control.
Instantes después de zambullirse e ir en dirección de los pilares de dicha vía de comunicación, repentinamente su cuerpo dejó de verse sobre la faz del agua, ante la mirada incrédula de sus parientes.
“¡Me ahogo!, ¡ayúdenme!”, clamó Daniel con palabras de horror que sacudieron el lugar. “Esa fue la única vez que se asomó a la superficie en su estéril lucha por sobrevivir, para luego perderse en el agua”, relataron los lugareños.
La tragedia pudo ser mayor porque el padre de familia intentó bracear junto al menor de sus hijos; no obstante, la madre de éste se lo impidió.
Nadie pudo salvarlo, dadas las peligrosas condiciones del canal, mientras sus parientes se lamentaban con desesperación.
Las tareas de búsqueda se prolongaron hasta una semana y cuando entonces lo localizaron, sus restos finalmente fueron inhumados en el panteón municipal de Río Bravo.
Sus compañeros de trabajo hoy lo echan de menos. Uno de ellos incluso, lo lleva en una fotografía en su teléfono móvil y, afirma, a menudo recuerda su bromista forma de ser.
“ES UN ASUNTO DE CULTURA”
Eduardo Chávez Uresti, director del Departamento de Protección Civil de Reynosa, puntualizó en entrevista que “el porcentaje de vehículos caídos al canal Anzaldúas casi se iguala con el del río Bravo”.
Uno de los motivos, dijo, es que ésta ciudad cuenta con vías terrestres paralelas a los mencionados afluentes.
En ese contexto el funcionario urgió a los conductores a extremar precauciones y considerar la importancia de respetar los límites de velocidad.
Chávez Uresti argumentó que el trabajo de su dependencia recala “básicamente en el rescate de personas y la recuperación de unidades”.
“En promedio en el Anzaldúas hay uno o dos accidentes por semana, por eso es crucial no distraerse (por ejemplo, hablando por teléfono), porque perdemos la noción de la conducción”, dijo.
Sobre la carencia de señalamientos que alerten a la población de este asesino raudal, el director de Protección Civil indicó que su instrumentación corresponde a la Subdirección de Vialidad de Servicios Primarios del Ayuntamiento.
Y sopesó que “mata a más personas los efectos del cigarro y aún así la sociedad no se alarma porque esto sucede todos los días”.
“Yo creo que podemos poner todos los muros de contención en los lugares donde la naturaleza genere un riesgo, pero si no se frena la venta de alcohol a menores de edad, si no se adopta una cultura de manejo y si no se reglamenta el transporte colectivo, de poco servirán las medidas para mejorar la seguridad en este lugar.
“Sí, es importante ampliar señalamientos de vialidad y barandales de contención. Cualquier inversión valdría la pena, pero lo más importante es sembrar la conciencia de que Reynosa no es la ciudad de hace 10 años, que en 15 minutos podíamos estar en cualquier punto.
“Se ha incrementado el tráfico y por lo tanto también hay que tomar el tiempo necesario para manejar prudentemente”, mencionó.
Para concluir, Chávez Uresti subrayó que el Anzaldúas es de riego (utilizado para fines agropecuarios) y no cuenta con condiciones propicias para el esparcimiento familiar.
“Bañarse en sus aguas o en las de cualquier dren es peligroso, porque no están diseñados para que se nade en ellos o para que sean navegables. Además la turbulencia lleva un volumen importante de ramas y arena, imposibles de detener.
“Las personas que se meten al canal ameritan que la autoridad preventiva los retire y sancione porque están alterando el orden y el código municipal, poniendo en riesgo su vida”, finalizó.
Un canal peligroso
:: Según estadísticas de la Dirección de Protección Civil de Reynosa. El 10 por ciento de los incidentes registrados en el canal Anzaldúas se dan por inmersión natural y el resto a bordo de vehículos. Un porcentaje menor está relacionado con huellas de violencia.
:: En promedio en el Anzaldúas hay uno o dos accidentes por semana.
El rostro de la muerte
No había concluido el presente reportaje cuando una nueva desgracia se suscitó en aguas del canal Anzaldúas.
Esta vez, una niña y tres mujeres sucumbieron la madrugada del viernes a la altura de la calle Venustiano Carranza y Nicolás Bravo, en la zona centro.
El Pontiac Sunfire color blanco -con placas de circulación 213-BPS-, en el que se trasladaban las víctimas procedía según testigos de la “zona rosa” y se desplomó a causa del exceso de velocidad.
Pese a las tareas de asistencia a cargo de elementos de Protección Civil, nada se pudo hacer para salvar la vida de sus ocupantes.
Hasta el cierre de esta edición sólo se han recuperado los cuerpos de tres personas, entre ellos el de la menor Jazul Michelle Cabrera de tres años de edad, identificada con su cartilla de vacunación.
Este suceso comprueba lo riesgoso que es circular en este sector sin medidas precautorias, ya que el canal Anzaldúas no respeta nombre, edad ni sexo.
Falta ver cómo y cuándo las autoridades innovan lo que la pasada administración municipal no pudo… y si la ciudadanía respeta el monstruoso raudal que tiene cerca.