Suena irónico pero es verdad. En estos pasillos la muerte está presente en cada rincón; sin embargo, en el ambiente se respira tranquilidad, no tristeza.
Algunos podrían confundirlo con un pabellón de la muerte, pero para los “ángeles” del Hospicio Vitas, ubicado en el tercer piso del Hospital Metodista para Mujeres y Niños, es un lugar de descanso donde quienes estén próximos a morir vivan con tranquilidad sus últimos días.
Lisa Corona, jefa de enfermeras de esta unidad, que no tiene ninguna diferencia con el área de recuperación de cualquier hospital, simplificó con una frase lo que ahí pasa:
“Si alguien decide no seguir luchando con su enfermedad, o no tiene nada más qué hacer, entonces viene con nosotros. Este no es un hospital, hacemos cosas para mantenerlos cómodos”, dijo.
Fundado en mayo de 2003, el Hospicio Vitas es el más grande de su tipo en la región central de Texas. Con capacidad para 16 pacientes, ofrece amplias habitaciones que pueden ser decoradas de acuerdo al gusto de cada persona: una cocineta, una sala de estar, una capilla y todo lo necesario para que el enfermo y sus familias vivan juntos y en paz esos últimos momentos.
Sin embargo, el principal elemento de este pabellón –que lo hace diferente de hospitales y asilos–, es que el equipo de enfermeras (quienes fueron bautizadas por algunos pacientes como “los ángeles”), utilizan todas las herramientas a su disposición para eliminar el dolor de los moribundos, aplicando además medicamentos y paliativos.
“Nosotros no tenemos miedo de dar medicamentos a la gente para que se sienta cómoda”, aseguró Corona.
Con 12 años de experiencia como enfermera, Corona indicó que los internos y sus familias son libres de entrar y salir cuando quieran y reunirse sin importar la hora. Incluso convivir con mascotas.
Todo sirve para que aquellos que ya no tienen posibilidades de cura, vivan felices los últimos momentos de su vida.
“Hemos descubierto que un ambiente tranquilo ayuda a reducir el estrés en este momento de la vida. Y el personal de esta unidad está en condiciones de ofrecer esta cálida atmósfera”, indicó.
La jefa de “los ángeles” expresó que un pabellón de este tipo es una buena opción cuando una persona moribunda necesita cuidados más allá de los que recibe en su hogar.
“Digamos que una señora de 70 años tiene una enfermedad terminal y la mandan para su casa, pero todos sus hijos trabajan o no viven en la misma ciudad. Aquí nuestro personal está en condiciones de proporcionarle a ella y a sus familias la atención personalizada que necesitan las 24 horas del día”, dijo.
Para Corona convivir todos los días con la muerte no sólo le ha permitido perder el miedo en esta etapa de la vida, sino que la ha cambiado profundamente.
“Te hace muy agradecido con lo que tienes, y te hace apreciar las cosas que tienes a tu alrededor, además de que te hace muy fuerte”, expresó.
Y es que para esta enfermera, el fin que tienen los pacientes del Hospicio Vitas es, en ocasiones, mucho mejor que el resto de las personas.
“Muchos piensan que la muerte es triste; sin embargo, yo a veces pregunto: ¿qué prefieres, chocar con un camión y morir de repente o tener la oportunidad de pasar tiempo junto con tu familia y las personas que quieres para despedirte?”.
Sin embargo, esta enfermera no se considera una persona insensible, al contrario, estar tan cerca del fin de la vida la ha hecho apreciarla más.
“Ves la muerte de una forma diferente, no tan triste. Igual todos nos vamos a morir, pero esta gente por lo menos tiene la oportunidad de hacerlo rodeada de sus seres queridos.
Corona aceptó que le resulta más sencillo apoyar a las personas a morir, que a otro tipo de enfermos y en otras circunstancias.
“Yo la verdad no podría trabajar en la sala de urgencias. Ahí el movimiento es mucho más grande, se ve mucha sangre y cosas más tristes que aquí que es un ambiente más cálido, más tranquilo”, aclaró.
Y aunque con el tiempo se ha ido acostumbrando a ver la muerte en diferentes rostros, la jefa de “los ángeles” todavía llora cuando alguien se va, pues es imposible no formar un lazo afectivo con los internos y sus familiares.
“A los pacientes intento hacerlos muy felices, por eso nos ponemos contentos cuando algunos de ellos mejoran y no podemos evitar entristecernos cuando mueren. Es muy difícil no tomarles cariño”, expresó.
Afortunadamente para la salud emocional del equipo, quienes llegan al hospicio apenas tienen tiempo de dejar en paz sus asuntos, pues el promedio de estadía de un paciente no supera los cinco días.
“Nos han tocado casos de personas que duran unas semanas o incluso quienes se van a los cinco minutos de haber llegado. No hay nada escrito en eso, por eso intentamos ofrecerles una buena atención mientras estén con nosotros”, apuntó.
Porque, dijo, quienes deciden pasar sus últimos días en Vitas, son las personas que están en la etapa terminal de cáncer, enfermos cardiacos o del riñón, que son los más comunes.
NO PARA CUALQUIERA
Pertenecer al equipo de “los ángeles” no es tan complicado como pareciera. Sólo basta haber cursado la carrera de Enfermería.
Lo difícil en esta profesión es lograr algo que no se enseña en las aula: sorportar ver el dolor de una persona próxima a la muerte sin quebrarse.
Por ello, reconoció Corona, es común que en el equipo exista un alto grado de deserción, principalmente entre las enfermeras de nuevo ingreso.
“No cualquiera aguanta este trabajo, se requiere de una fortaleza emocional muy grande, pero quien logra quedarse lo hace para toda la vida. Así es nuestro empleo”, aseguró.
Por ello el equipo de trabajo del Hospicio Vitas no supera la docena de personas, entre enfermeras, trabajadoras sociales y un doctor que acude a visitar a los pacientes por mero formulismo.
Este equipo tan compacto y el nivel de presión emocional en el que se encuentran, ha formado una relación muy especial entre “los ángeles”, quienes son mucho más que compañeros de trabajo.
“Te puedo decir que somos como una gran familia. Yo veo a mis compañeros como si fueran mis hermanos y estoy segura que ellos me ven igual”, indicó Corona.
Una de estas excepciones es Montserrat Pérez, una joven no mayor de 25 años originaria de Brownsville, quien en 1996 llegó a San Antonio con su familia. Hace poco más de un año, Montserrat llegó a Vitas para trabajar en la limpieza, pero con el tiempo se fue involucrando en el pabellón y hoy es de nuestro grupo”.
Tan compenetrada está en el cuidado de los pacientes que la joven ya está buscando la manera de cursar la carrera de Enfermería sin tener que abandonar su empleo.
Cuando intenta explicar por qué se decidió esta línea de trabajo, Pérez titubea, pues ni siquiera ella misma lo sabe. Y después de pensarlo por un momento asegura:
“No muchas personas hacen lo que ellas (“los ángeles”) hacen: ayudan a quienes lo necesitan y les dan la mano en momentos difíciles. Aquí fue donde descubrí que yo puedo hacer ese trabajo”.
Para Montserrat, ser enfermera de los moribundos no ha sido sencillo y definitivamente no es algo que hubiera pensado que iba a tomar como una profesión.
“Si me hubieran preguntado hace un año si pensaría que estaría haciendo este trabajo seguramente hubiera dicho que no, pues es un oficio difícil de practicar”.
Aún así, esta joven madre de dos hijos ha sabido soportar los retos de esta labor y hace lo posible por ayudar a los pacientes y sus familias.
“Necesitas tener un gran corazón y mucha paciencia; tienes que aprender a sobrellevar el dolor de los pacientes y darles el tiempo que necesitan en los momentos en que están mal, escucharlos, hablar con ellos”, expresó.
Con el tiempo Montserrat ha sabido identificar los vericuetos de ser un “ángel”, y aunque disfruta su trabajo en ocasiones tiene que soportar el lado negativo de su profesión.
“Uno de los momentos más complicados es cuando el familiar de un paciente no quiere aceptar que su ser querido va a morir. Es cuando tienes que hablar con ellos y hacerlos entender que estarán mejor”, expresó.
Otro de los momentos complicados es cuando reciben a personas jóvenes que están en una edad donde se supone tienen toda la vida por delante, pero tienen los días contados.
“Han llegado personas de 27 años que son los casos más tristes. Son muy jóvenes –e incluso muchos de ellos tienen esposa e hijos chiquitos–. Verlos da mucha tristeza porque mis hijos tienen dos y ocho años”, apuntó.
Una rareza en este pabellón son los niños, pues es muy raro que los padres renuncien a la esperanza de curarlos, y luchan hasta el final.
“Niños casi no los vemos. Generalmente los pequeños mueren en el hospital, pero sí hemos visto algunos”, aseguró.
Como el resto de sus compañeras, Montserrat tiene otra visión de la vida y de la muerte.
“Nunca pensaba que mi mamá un día me iba a faltar y con este trabajo me di cuenta que un día pasaría. Entonces aprecias más lo que tienes y te acercas a tu familia”, expresó.
La joven recuerda el último día de un anciano quien, está segura, murió feliz.
“Ese paciente recibió a todos sus hijos y estuvieron juntos en un día maravilloso. Cuando todos se fueron se sentó en un sillón y se quedó dormido, muy tranquilo, entonces le di gracias a Dios que le haya permitido tener ese momento tan feliz con su familia”, finalizó.
UN BUEN FINAL PARA CUALQUIERA
Pasar los últimos días de una vida en el Hospicio Vitas no es exclusivo de la clase alta, pues un seguro médico que paga la hospitalización en un centro médico de Estados Unidos es más que suficiente.
Y es que los gastos generados por la estadía de un paciente en este pabellón son los mismos que si la persona estuviera convaleciendo en la habitación de un hospital.
Esto ha permitido que personas de diferentes clases sociales hayan pasado por este lugar, sin importar si se trata de profesionistas o menesterosos sin hogar.
Lisa Corona explicó que es posible gracias a que el Hospicio Vitas forma parte de un conglomerado con presencia en las principales ciudades de Estados Unidos, que cuenta con excedentes en sus ingresos y permiten ayudar a los que no tienen para pagar.
“Somos generosos, tenemos mucha suerte y tenemos mucho qué ofrecer, por eso aquí no hacemos diferencias. Podemos tener a un abogado exitoso o a un hombre que vive debajo de un puente. A todos tratamos por igual”, indicó.
Incluso, muchos de sus pacientes son de origen mexicano, personas que llegaron a San Antonio curarse un mal y se dieron cuenta que no era posible. Que corrían el riesgo de morir en el viaje de regreso a su patria y decidieron ir al hospicio.
Para el equipo de “los ángeles” las clases sociales, la nacionalidad o el color de piel, pierde importancia: al final de cuentas, en el umbral de la muerte todos son iguales y merecen morir con dignidad.