
Después de siete años y cinco meses –que duró una de las guerras más inexplicables de la historia– las brigadas de combate norteamericanas han comenzado a abandonar el polvoriento territorio iraquí para iniciar una nueva vida en sus lugares de origen.
Alrededor de 90 mil soldados regresan a casa, desgastados, defraudados y con la moral por el suelo, tras participar en un conflicto bélico que, lejos de abatir a los violentos grupos extremistas islámicos, profundizó el repudio internacional hacia la cultura de occidente y favoreció a la industria armamentista.
El pasado 30 de agosto, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, brindó un discurso en cadena nacional desde el Despacho Oval de la Casa Blanca, para anunciar el final de la misión en Iraq, por la cual, dijo, se “ha pagado un precio muy alto”.
En su mensaje, el mandatario indicó que es el momento de “darle vuelta a la página”, en referencia a la doctrina antiterrorista que ejerció su predecesor George Walker Bush, con quien habló por teléfono antes de comparecer ante sus ciudadanos.
Obama reconoció que se están atravesando “momentos de gran incertidumbre para muchos estadounidenses”, luego de casi una década de conflicto y consideró que el “futuro de paz y prosperidad duraderas (para sus compatriotas) parece estar fuera de alcance”.
Desde el mismo despacho en el que Bush hizo oficial el inicio de los operativos militares en Oriente Medio, el actual presidente y Premio Nobel de la Paz avisó que ahora culminan.
Sólo unas horas después, como parte del repliegue de sus Fuerzas Armadas, fueron cambiados todos los comandantes en Bagdad y en los lugares de la nación asiática donde el Ejército de Estados Unidos estuvo asentado.
El clima de la retirada no es precisamente de celebración, según rubricaron medios internacionales, pues se deja un gobierno iraquí en vilo, envuelto en inestabilidad social, e indefenso ante los insurgentes que no se pudieron erradicar.
ARGUCIAS Y EMBUSTES
Los veteranos que fueron a la guerra y quienes ahora vuelven a la Unión Americana, recibieron del Departamento de la Defensa incontables promesas para ellos y sus familias, de brindarles estudios universitarios, servicios médicos, mejorar su economía, sus prestaciones hipotecarias y regularizar su situación migratoria (en el caso de los no nacidos en suelo norteamericano).
Lo cierto es que muchos se quejan de que todavía no les cumplen y sus trámites están en suspenso, tal y como denunciaron un grupo de ellos quienes participaron en una marcha en California.
Los hermanos Cruz son un ejemplo. Residentes en el Valle de Texas, estos tres jóvenes recibieron en su domicilio un documento donde se les informaba que eran requeridos para ser reclutados por el Ejército. Si no acudían al llamado recibirían un castigo de 10 años de cárcel o una penalización individual de 50 mil dólares (unos 675 mil pesos mexicanos).
Sin los recursos necesarios para eludir las responsabilidades bélicas de su Estado, uno de ellos partió a Medio Oriente encomendado a su suerte y regresó con vida.
Otro pariente cercano, quien también acudió al llamado, retornó enfermo de sus facultades mentales, por las espantosas imágenes que registró en la línea de batalla. Dos veces lo declararon muerto.
Una de ellas fue cuando subió junto con su mochila a un helicóptero que aterrizó para salvarlos, pero al ya no haber cupo fue arrojado al suelo y despegaron sin él. Segundos después la aeronave fue alcanzada en el aire por el fuego enemigo y todos sus compañeros murieron calcinados antes de precipitarse a tierra.
Ahora el joven –que no supera los 25 años– enfrenta problemas psicológicos y necesita asistencia constante.
Las historias de desigualdad, desafecto e ingratitud contra los soldados norteamericanos no son pocas por parte de su gobierno. Los seres queridos de aquellos que, por ejemplo, llegaban a sucumbir a comienzos de semana, denuncian que a éstos les descontaban del salario los días que no alcanzaron a completar, pese a que dieron su vida por la patria.
El de Bradley Espinoza es otro caso que produce sinsabores. El Ejército prometió a sus familiares que sanearían las finanzas del joven ingeniero y padre de familia, quien regresó muerto de la guerra. Originario de Alton, Texas, residía en una pequeña vivienda de lámina donde ahora su familia se encuentra igual o peor de pobres que antes de su pérdida.
Por situaciones de este tipo, el controvertido director de documentales estadounidense Michael Moore ha cuestionado duramente las razones de este conflicto armado.
En su filme Fahrenheit 9/11, el cineasta acudió con los congresistas que votaron a favor de la Invasión a Iraq y les llevó una solicitud para que sus hijos en edad de pelear la llenaran.
Moore comprobó que Estados Unidos reclutó a los soldados más pobres y a quienes no podían liquidar su multa ni mucho menos pagarse una colegiatura universitaria.
ENFRENTAR LO QUE VIENE
Quienes no sufrieron la mutilación de algún miembro en Iraq o quedaron discapacitados de por vida, tendrán que librar otra batalla.
Un reporte indica que ha ido en incremento el número de suicidios en los últimos cuatro años entre los militares que estuvieron combatiendo por Estados Unidos en la presente década.
En el año 2008, un total de 143 elementos de las Fuerzas Armadas se quitaron la vida, con cifras similares a las que se registraron durante la Guerra de Vietnam. Las estadísticas más recientes señalan que hasta octubre de 2009, ya eran 134 los muertos de esta manera.
Incluso, el Hospital de los Veteranos de Dallas tuvo que ser remodelado, por los cuatro suicidios que se presentaron en el área de psiquiatría hace un par de años.
Y es que los militares estadounidenses fueron enviados a matar y a mirar escenarios horrendos para evitar morir. Por eso, los especialistas consideran que los más débiles no pueden llevar esas cargas.
De acuerdo a un diario norteamericano el promedio de los ciudadanos de ese país que se quitan la vida es de 30 mil cada año.
En 2005 se produjo un índice de suicidios del 12.7 por ciento por cada 100 mil soldados. En 2006 la cifra creció al 15.3 por ciento; en 2007 al 16.8 y en 2008 al 20.2 puntos porcentuales.
Para los especialistas, la masacre de 13 soldados en Fort Hood, Texas, ocurrida en noviembre de 2009, abrió una nueva línea de investigación sobre las posibles secuelas que dejó la guerra y de lo que puede suceder en la posguerra. Un informe del Pentágono recomienda tomar medidas para detectar señales de peligro entre los rangos militares.
LA REPARTICION DE LOS DAÑOS
Al final, los números de la ofensiva estadounidense en Iraq son desoladores. Se calcula que en esa nación fallecieron 80 mil civiles, aunque reconocidas universidades como la de Johns Hopkins de Baltimore estima que los muertos ascendieron a 655 mil.
Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) evita cifras concretas, pero pone datos cercanos a los 400 mil fallecimientos a causa de la guerra. Además Estados Unidos gastó 750 mil millones de dólares, más de 100 mil millones por año, trayendo graves repercusiones para su economía.
Lo cierto es que la invasión se presentó sin legitimidad internacional pues no se pudo comprobar que Iraq tuvo armamento de destrucción masiva, como originalmente se dio a conocer.
Al contrario, su riqueza petrolera –con las terceras reservas de crudo mundial– era la joya que, según los críticos, el gobierno de George Bush estaba buscando, aprovechándose de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trade Center de Nueva York.
Coincidentemente su padre –quien también fue presidente de la Unión Americana– es señalado por beneficiar los intereses del petróleo y de su poderosa empresa Zapata Petroleum Corporation a finales de los ochentas y comienzos de los noventas.
De acuerdo a reportes de prensa, “los petroleros Bush” le declararon la guerra a un país petrolero que durante la Guerra del Golfo Pérsico incendió sus oleoductos para evitar que se adueñaran de ellos.
La polémica de que si se atacó Iraq en busca de rebeldes islámicos o para reabastecerse de hidrocarburos seguirá a juicio de la opinión pública.
Quienes regresaron a Estados Unidos sólo piden que no sean enviados a cuidar la frontera con México. Otros ruegan por el descanso de sus hermanos caídos en combate.
La Organización Casualities of War indica que Texas fue el segundo Estado que más bajas matriculó durante el conflicto bélico con 413.
Siguiendo las disposiciones federales, pese a que unos 90 mil efectivos han recibido la orden de volver a casa, 50 mil saldrán de Iraq paulatinamente.
De los 4 mil 416 combatientes que perdió el país, 46 causaron baja en 2010. En Afganistán el conteo alcanza mil 267 soldados y sigue sumando.
Cabe mencionar que el 12 por ciento del personal enrolado en la Armada es hispano y la cantidad podría incrementarse antes de 2020.
Ahora, ya en casa, a los soldados estadounidenses les faltará resolver el crucigrama de no sentirse perseguidos ni tampoco traicionados por las demás personas, quienes no entienden lo que acaban de vivir. Para ellos nada volverá a ser igual. v
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