
Para que el PRI de Tamaulipas, sus alcaldes y funcionarios del gobierno sepan la gravedad de la enfermedad y los estragos que puede provocar todavía si no hallan pronto la cura, primero deberán aceptar que lo sucedido el primero de julio es la peor catástrofe registrada en su historia. Y la peor ruta ante futuras contiendas sería la autocomplacencia; hay que reconocer errores, olvidar el trago amargo y retomar el rumbo.
Una catástrofe en la cual los tricolores encargados de hacer ganar a sus candidatos vieron –si es que la alcanzaron a ver–, cómo les pasó por encima una locomotora azul que tiene, como primera parada, los comicios del año próximo con riesgo de que el PRI pierda las principales ciudades y la mayoría en el Congreso local.
Y si eso sucede en 2013, la segunda parada de ese tranvía llamado PAN tendrá el camino libre para causar peores estragos en 2016 cuando se renueve el ejecutivo estatal. Por eso mismo el gobernador, Egidio Torre Cantú, debe de llamar a un cónclave para tomar decisiones importantes, aunque duelan.
El peor día para el PRI de Tamaulipas en las urnas ya pasó y los resultados son inobjetables. Puede haber un rosario de excusas, sin embargo el tiempo ya avanza en contra de funcionarios, dirigentes, alcaldes, diputados locales, legisladores federales y operadores territoriales, si quieren que su partido resucite del fango.
El gobernador debe reflexionar y aceptar que en lo que va de su sexenio hay marginados, desocupados exiliados, desterrados, odiados y hasta perseguidos; priistas que saben operar y que el domingo primero de julio salieron de sus casas y cruzaron la frontera para enseñar el dedo manchado de que votaron ¿por el PRI? Fueron simples espectadores, cuando en otras contiendas eran verdaderos estrategas que mandaban a sus ejércitos a derrotar y humillar a sus adversarios.
Los priistas de Tamaulipas no deben minimizar –como lo hicieron el domingo negro– a un personaje que es un peligro para el Estado, que ha querido el poder por el poder, que se siente un Mesías y que, de no frenarlo a tiempo, se convertirá en el sepulturero del PRI en cuatro años.
Cabeza de Vaca ganó porque el PRI designó malos candidatos; porque hay graves rupturas internas; porque hubo un voto de castigo por la violencia; porque la campaña negra del PAN tuvo su epicentro en Tamaulipas contra los ex gobernadores Tomás Yarrington y Eugenio Hernández; porque hubo confusión de los electores con miles de votos nulos, y porque la política social del gobierno estatal es escasa o nula.
Si hubo errores hay que aceptarlos para recomponer el camino; si hubo incompetentes hay que reacomodarlos; si hubo confianza excesiva hay que sepultarla; porque el futuro presidente de México perdió en Tamaulipas y la culpa no fue de uno solo, fue de muchos que se tiraron a la hamaca.
En el recuento de los daños Torre Cantú debe hacer ajustes en su gabinete, porque no hay nada rescatable que merezca aplausos; hay que regresar a las políticas sociales cuando en las brigadas los operadores llegaban con un rotoplas por delante, para luego pedirle a los receptores su lealtad al PRI y su voto.
El gobernador deberá tomar al toro por los cuernos y hacer cambios en Salud, Desarrollo Social y en la Secretaría General de Gobierno, además del PRI; se necesita ahora de gente que conozca el oficio político, que no se arruguen, que inflen el pecho para defender a su partido en las mejores batallas.
Los exiliados deberán regresar para unirse a un ejército que tiene un comandante supremo que se llama Egidio, quien convocará a los mejores hombres para planear una estrategia y recuperar los territorios perdidos una vez que los caídos en la primera batalla sean recordados en sus lápidas sólo por sus nombres.
Twitter: @hhjimenez