
México es una sociedad machista, de eso nadie tiene duda, y aunque algunas personas con una mentalidad bastante corta podrían negarlo o -en el peor de los casos-, justificarlo, la percepción general es que las mujeres tienen una vida más difícil que los hombres.
Los varones en este país creemos que entendemos lo que tienen que sufrir las mujeres desde el momento mismo en que ponen un pie afuera de su casa… aunque hay algunas quienes sufren dentro de las cuatro paredes que, se supone, deberían de protegerlas.
He platicado mucho con compañeros, amigos y colegas, quienes coinciden en reconocer que ser mujer en este país no es sencillo y que falta mucho por hacerse.
Sin embargo, y me cuento entre los que estamos en este error, no estamos entendiendo la verdadera dimensión del problema.
En esta edición, más de 30 mujeres del noreste de la República tuvieron confianza en Hora Cero y aceptaron participar en la iniciativa #CuéntaloMty, que no es más que contar en una especie de tuit, un pasaje de acoso que han sufrido en sus vidas.
Debo decir que en lo personal nunca esperé que la experiencia fuera a ser tan brutal. Cuando contacté a una amiga, compañera o conocida para pedirle que participara en la iniciativa, casi siempre me contestaban: “claro que te cuento una historia ¿cuál de todas quieres?”.
Hoy me queda claro que una chica de este país sufre a diario de una violencia de género sorda, de muy baja intensidad pero que duele igual que una cachetada o un puñetazo.
¿Algún hombre puede imaginar lo que se siente avanzar 10 cuadras en la calle y que más de 20 personas te acosen, te digan algo, amenacen con tocarte o, peor, subirte a la fuerza a un vehículo?
“Están exagerando” dirán más de dos y ése es precisamente el problema, que pensamos que las mujeres están sacando de proporción este acoso sexual cuando en realidad no es así, pues tienen que soportar a diario los ataques a su integridad y su dignidad.
El problema que tenemos como sociedad es que justificamos estos ataques a las mujeres, pues como son tan comunes, pensamos que son normales.
“Es un piropo”, “una mirada no mata”, “deberían de sentirse agradecidas”, son apenas algunas de las frases que pretenden minimizar este problema.
La cuestión es que basta preguntarle a cualquier mujer si está de acuerdo o cómoda con que un completo desconocido se sienta con el derecho de decirle algo en la calle, de tocar su cuerpo, de fantasear con ella.
En estos tiempos en que la sociedad está indignada por los feminicidios, los terribles asesinatos de niñas y otros incidentes de alto impacto que sacuden por unas semanas las redes sociales, a nadie parece importarle que la chispa que comienza el incendio de estos crímenes sea precisamente esta violencia de baja intensidad, este diario acoso callejero.
Nosotros, como hombres, creemos que entendemos de qué se trata esta violencia y desgraciadamente no es así. De hecho, no alcanzamos a hacerlo hasta que le pasa a una esposa, una hija, una hermana o nuestra madre… cuando el ataque se vuelve tan cercano y personal, entonces dejamos de justificarlo.
No tiene que ser así. Ninguna mujer tiene que sentir miedo de salir a la calle. Ninguna mujer debe cuestionarse frente al espejo si la falda que porta es demasiado corta o el pantalón muy apretado. Ninguna niña debe de sentirse avergonzada porque no le gusta jugar con muñecas o quiere ser bombero cuando sea grande.
Creemos que apoyamos el respeto a todos los géneros, que somos muy incluyentes y tolerantes, que nunca aceptaríamos la violencia contra una mujer… pero condenamos a la chica que sale una noche de copas o viste de una forma que consideramos “provocativa”.
No lo queremos aceptar, pero dentro de nuestros cerebros masculinos vive muy cómodo el pequeño macho mexicano que considera que el lugar de las mujeres es la cocina, procreando niños y dedicada a las “labores propias de su género”.
Nos falta mucho para entender el verdadero drama que viven las mujeres en este país.